| Los veinte años que han transcurrido desde la firma del Tratado 
        de Asunción, el 26 de marzo de 1991, brindan una oportunidad para 
        reflexionar sobre la experiencia adquirida en la trayectoria del Mercosur. 
        Es, además, un buen momento para reflexionar sobre el impacto que 
        los profundos cambios que se han generado desde entonces en el mundo y 
        en la región incluyendo por cierto a sus países miembros, 
        tienen en la vigencia de la idea estratégica que lo impulsó 
        (su dimensión existencial) y en la de los métodos de trabajo 
        que se emplean para lograr su concreción (su dimensión metodológica).
 A la luz de la experiencia adquirida y en el contexto de las nuevas realidades 
        globales y regionales, nos interrogaremos sobre el futuro del Mercosur 
        como proceso subregional de integración sudamericana. Asimismo, 
        presentaremos para su discusión, algunas sugerencias prácticas 
        orientadas a fortalecer su eficacia y su legitimidad social, como instrumento 
        funcional al desarrollo económico y social de sus países 
        miembros y a la gobernabilidad del espacio geográfico sudamericano. 1. La idea estratégica y el enfoque metodológico según 
        los instrumentos fundacionales La lectura comparada de los dos instrumentos fundacionales firmados en 
        el periodo que va de diciembre de 1990 a marzo de 1991 permite tener más 
        claro el alcance de la idea estratégica y de los métodos 
        de trabajo originales del Mercosur. Ambos instrumentos siguen formalmente 
        vigentes y son los que han cumplido veinte años. En tal lapso fueron 
        objeto de modificaciones y de adiciones que, sin embargo, no significaron 
        introducir cambios sustanciales a los planteamientos originales.  El contraste entre ellos arroja luz sobre la dimensión existencial 
        del Mercosur en su momento fundacional el hecho de que no fuera 
        concebido sólo como un proceso de integración comercial 
        y sobre su dimensión metodológica el hecho de que 
        se lo concibiera con un alcance estratégico de largo plazo y como 
        una construcción gradual, cuyo ritmo debían fijarlo los 
        propios gobiernos pero con una fuerte participación de los sectores 
        de la producción, especialmente a través de los acuerdos 
        sectoriales.  El primero de esos instrumentos es el Acuerdo de Complementación 
        Económica Nº 14 (ACE Nº 14) firmado por Argentina y Brasil 
        en el ámbito de la AsociaciónLatinoamericana de Integración (ALADI), el 20 de diciembre de 1990. 
        Desde entonces se le han incorporado 39 protocolos adicionales, el último 
        en marzo de 2010. La mayoría de esos protocolos adicionales se 
        relacionan con el sector automotriz. [124]
 El segundo es el Tratado de Asunción firmado el 26 de marzo de 
        1991. [125] A diferencia del anterior instrumento, incluye también 
        a Paraguay y a Uruguay (originalmente se había previsto que participara 
        además Chile como miembro pleno). Luego se firmaron Protocolos 
        que complementan el Tratado fundacional y que desarrollan distintos aspectos 
        de los compromisos asumidos, especialmente en relación con la estructura 
        institucional, con el compromiso con la democracia, con la solución 
        de controversias y con la incorporación de Venezuela como miembro pleno. [126]  Como era necesario proteger sus preferencias arancelarias en el marco 
        de lo establecido en el artículo 44 del Tratado de Montevideo de 
        1980 (Las ventajas, favores, franquicias, inmunidades y privilegios 
        que los países miembros apliquen a productos originarios de o destinados 
        a cualquier otro país miembro o no miembro, por decisiones o acuerdos 
        que no estén previstos en el presente Tratado o en el Acuerdo de 
        Cartagena, serán inmediata e incondicionalmente
        extendidos a los restantes países miembros), [127] los compromisos 
        comerciales preferenciales asumidos en el Tratado de Asunción fueron 
        luego incorporados al ámbito de la ALADI, por el Acuerdo de Complementación 
        nº 18 (ACE Nº 18) firmado el 29 de noviembre de 1991. Desde 
        entonces fueron firmados 74 protocolos adicionales, el último en 
        mayo de 2010. La mayoría de los protocolos
        adicionales se relacionan con el régimen del comercio intra-Mercosur 
        y con las reglas de origen. [128]  El hecho de que se recurriera a dos instrumentos jurídicos internacionales 
        separados pero complementarios, negociados y firmados casi en forma simultánea, 
        indica entonces mucho con respecto a la dimensión existencial
        del Mercosur en su momento fundacional. En efecto, el primer instrumento 
        el ACE Nº 14 tuvo como objetivo preservar y profundizar 
        el acervo de compromisos comerciales preferenciales asumidos por Argentina 
        y Brasil, tanto en el marco de la ALADI como en el del Programa de Integración 
        y Cooperación bilateral lanzado en 1986 en base a lo acordado en 
        1985 por el Acta de Iguazú. Dio lugar luego al Tratado de Integración, 
        Cooperación y Desarrollo, firmado en Buenos Aires por Argentina 
        y por Brasil el 28 de
        noviembre de 1988, [129] y que está vigente desde el año 
        1989.
 Si el objetivo hubiera sido prioritariamente de contenido comercial, 
        el ACE Nº 14 habría sido suficiente para asegurar el desarrollo 
        futuro de la relación bilateral entre las dos principales economías 
        del área, sin necesidad de crear el Mercosur. De hecho el programa 
        de liberación comercial incluido en tal instrumento internacional 
        era similar al que luego se incorporó al Tratado de Asunción 
        abarcando también a los otros dos países, Paraguay y Uruguay. 
        Es ésta entonces una de las evidencias de que el Mercosur fue creado 
        por razones estratégicas y políticas que trascendían 
        el plano comercial. [130] El segundo instrumento internacional el Tratado de Asunción 
        contiene compromisos más amplios y no limitados a objetivos comerciales. 
        Tiene jerarquía de tratado internacional y vocación de permanencia 
        en el tiempo. En el caso de Argentina tiene una jerarquía superior 
        a la de la legislación nacional. Se lo concibió como el 
        marco de un proceso orientado a construir un mercado común en los 
        términos definidos por su artículo 1º, que tiene un 
        alcance programático. Las implicancias de tal construcción 
        se reflejan en el carácter evolutivo que tuvieron los compromisos 
        iniciales asumidos, así como en el hecho de que aquellos pocos 
        que eran exigibles en plazos cortos (contenidos en
        su artículo 5º y en sus anexos) en su esencia eran similares 
        a los contenidos en el mencionado ACE Nº 14.  La idea de lanzar un proceso orientado a construir a través del 
        tiempo un espacio común entre los cuatro países fundacionales, 
        de contenido económico pero, a la vez, multidimensional como 
        lo demuestran, por ejemplo, las acciones emprendidas desde el comienzo 
        en el plano de la educación y las reuniones ministeriales especializadas 
        que se organizaron y con claras implicancias políticas puede 
        explicar también la dimensión metodológica original. 
        Ella consistió en prever que el núcleo duro de compromisos 
        exigibles sería desarrollado por un mecanismo institucional embrionario, 
        de composición intergubernamental. Tal núcleo duro tendría 
        luego una primera evolución con la firma del Protocolo de Ouro 
        Preto de 1994, y coincidiría con el paso dado a través del 
        establecimiento del arancel externo común, como instrumento principal 
        de una unión aduanera.  Los pasos siguientes en la evolución institucional no alteraron 
        el alcance fundamentalmente intergubernamental de la estructura institucional 
        y de los métodos de trabajo del Mercosur. Ni la creación 
        posterior de la Secretaría Técnica, ni la de la Presidencia 
        del Comité de Representantes significaron a pesar de su potencial 
        pasos consumados en la dirección de establecer una instancia independiente 
        que pudiera reflejar, en los distintos mecanismos de decisión, 
        una perspectiva independiente a la reflejada por los respectivos
        representantes gubernamentales. Dada las asimetrías de dimensión 
        económica y de poder relativo que existen entre los países 
        miembros, la carencia de una instancia que permita preservar una visión 
        de conjunto y facilitar la construcción de los consensos necesarios 
        para la adopción de decisiones que efectivamente
        se cumplan, puede ser visualizada como una de las deficiencias más 
        notorias del Mercosur. 2. Veinte años después: los cambios en el entorno externo Veinte años después, el entorno externo del momento fundacional 
        ha cambiado significativamente. Ello es así, tanto para el contexto 
        sudamericano el barrio en el sentido de entorno inmediato 
        a cada uno de los países que comparten un espacio geográfico 
        regional como para el global. Es ésta entonces una oportunidad 
        para reflexionar sobre el futuro del Mercosur a la luz de la experiencia 
        acumulada. Tres consideraciones son relevantes al respecto. La primera consideración tiene que ver con cambios profundos de 
        circunstancias y necesidades, producidos desde que se firmó el 
        Tratado de Asunción. Al principio de los años 90, las circunstancias 
        resultaban, entre otros factores, de los múltiples impactos del 
        fin de la Guerra Fría; de la iniciativa de EUA de impulsar un área 
        hemisférica de libre comercio; del desarrollo de la Rueda Uruguay 
        en la
        Organización Mundial del Comercio (OMC) y del relativo estancamiento 
        en la metodología de integración bilateral entre Argentina 
        y Brasil.
       A su vez las principales necesidades eran: competir con países 
        de Europa del Este en la atracción de inversiones productivas; 
        reunir masa crítica negociadora para encarar la decisión 
        estadounidense de tener una fuerte presencia comercial en América 
        del Sur y profundizar la alianza estratégica enhebrada entre Argentina 
        y Brasil por los presidentes Alfonsín y Sarney. Son circunstancias y necesidades que hay que visualizarlas, además, 
        en la perspectiva del complejo cuadro político y económico 
        interno que caracterizaba entonces a Argentina y a Brasil. Cabe tener 
        presente, en particular, que el restablecimiento de la democracia aún 
        no se había consolidado y que tampoco se habían logrado 
        estabilizar las respectivas economías. Hoy, circunstancias y necesidades son diferentes. El mundo es más 
        multipolar y todos los países incluyendo los del Mercosur, 
        cualquiera que sea su dimensión económica tienen diversas 
        opciones para insertarse en la competencia económica global. El 
        foco de atención no cruza más sólo por Washington 
        o algunas capitales europeas. Los desplazamientos del poder económico 
        relativo entre las naciones y el creciente protagonismo de países 
        asiáticos en el comercio mundial y en las inversiones internacionales 
        abren un escenario de fuertes oportunidades, pero también de desafíos 
        para los países del Mercosur. El surgimiento de China y de otras 
        economías emergentes ha cambiado radicalmente la geografía 
        de la competencia económica global y los impactos políticos 
        son cada vez más visibles. China tiende a ser un protagonista de 
        creciente relevancia en América del Sur, tanto en el plano del 
        comercio exterior como en el de las inversiones. Otro dato, no menor, 
        es el hecho de que Brasil se percibe y es percibido como un país 
        con creciente capacidad y vocación para ser un actor
        global. En tal sentido parece significativo el valor que le puede aportar, 
        ante terceros países, su protagonismo y eventual liderazgo para 
        presentarse como artífice y posible garante de la gobernabilidad 
        del espacio sudamericano. Y ello puede contribuir a explicar su claro 
        interés en afirmar la institucionalización del espacio regional 
        en torno al Mercosur, como un núcleo duro, y a la Unión 
        de Naciones Sudamericanas (UNASUR), como un ámbito más amplio 
        y complementario, que abarque toda Sudamérica. Es un interés 
        en el cual se puede observar, por lo demás, una clara coincidencia 
        estratégica con Argentina. En cuanto al contexto sudamericano, las demandas originarias de gobernabilidad 
        regional entendida como predominio de paz y estabilidad política 
        tenían, en el
        momento fundacional del Mercosur, un fuerte énfasis en el espacio 
        denominado Cono Sur (que incluso fue durante el proceso negociador el 
        nombre del mercado común a crearse y que fue modificado a propuesta 
        de Brasil en el momento de inicializarse el texto acordado) y, en particular, 
        en las relaciones entre Argentina y Brasil. Por iguales razones también 
        se extendían a Chile y de allí que fuera el país 
        convidado inicialmente a participar del Mercosur, pero que prefirió 
        no ser miembro fundador por razones que probablemente trascendían 
        el plano de las políticas comerciales. Hoy y hacia el futuro, las demandas de gobernabilidad regional abarcan 
        todo el espacio geográfico sudamericano. De allí lo que 
        señalara el canciller de Brasil, Celso Amorim, en el World Economic 
        Forum de Davos, en 2008, cuando afirmó que para Brasil el Mercosur 
        es equivalente a paz y estabilidad en América del Sur. 
        Por lo demás, en el momento fundacional tuvo una fuerte incidencia 
        la iniciativa de los Estados Unidos de desarrollar un área de libre 
        comercio hemisférica, que luego se plasmaría en el intento 
        fracasado del denominado ALCA. Tanto en la percepción estratégica 
        de Argentina y de Brasil, como también en la de los europeos, esta 
        iniciativa estadounidense requería de una respuesta en el plano 
        sub-regional, así como también en el de la relación 
        bi-regional con la entonces Comunidad Europea. Ni la iniciativa de construir 
        el Mercosur, lanzada en junio de 1990 poco después de iniciarse 
        el proceso que conduciría al Tratado de Libre Comercio de América 
        del Norte (TLCAN), ni la de promover un entendimiento biregional con Europa 
        han sido ajenas entonces al hecho de que Estados Unidos hubiera señalizado 
        su intención de tener una presencia comercial preferencial en todo 
        el espacio latinoamericano.
 La segunda consideración es sobre la validez de la idea estratégica 
        que impulsa la construcción del Mercosur. Se asienta en el núcleo 
        duro de una relación bilateral de calidad entre Argentina y Brasil. 
        Está basada en la confianza recíproca, con especial énfasis 
        en la cooperación nuclear. No tiene un alcance exclusivo ni excluyente, 
        pero sí una proyección sudamericana. Implica preferencias 
        económicas previsibles que incentiven una integración productiva 
        de ganancias mutuas y un tejido de todo tipo de redes sociales transfronterizas 
        que, por su densidad, generen solidaridades de hecho difíciles 
        de desatar. Es una idea estratégica que, en su esencia, sigue teniendo 
        validez en los gobiernos y en la ciudadanía. O que, al menos, refleja 
        conciencia sobre la carencia de estrategias alternativas factibles entre 
        naciones que comparten un mismo espacio geográfico regional, en 
        especial teniendo en cuenta los posibles costos políticos. Y la tercera consideración se refiere a la metodología 
        del trabajo conjunto entre los países socios. Es mucho lo que se 
        ha aprendido en los años pasados sobre cómo cooperar en 
        distintos planos. Los resultados no son pocos. Conviene ahora capitalizar 
        experiencias y activos acumulados. El stock de preferencias comerciales 
        y las redes de intereses cruzados no son un dato a subestimar. El sector 
        automotriz es sólo un ejemplo.  En tal sentido, tres aspectos metodológicos son relevantes para 
        el desarrollo futuro del Mercosur. El primero es liberarse de fórmulas 
        rígidas inspiradas en elaboraciones teóricas o en modelos 
        de otras regiones. En la construcción
        gradual de la unión aduanera, lo principal a tener en cuenta son 
        las reglas de la OMC y los respectivos intereses nacionales. El segundo 
        es privilegiar la idea de pocas reglas que efectivamente se cumplan, dotadas 
        de flexibilidad suficiente para su adaptación a cambios en las 
        realidades. Y el tercero es fortalecer mecanismos de decisión que 
        permitan alcanzar compromisos reales de integración productiva, 
        encarar con eficacia y pragmatismo las negociaciones con terceros países 
        y abordar los múltiples efectos sociales de los compromisos de 
        integración. 3. La tarea futuraAl cumplir sus veinte años, el Mercosur dista de haber alcanzado 
        plenamente sus objetivos originales. Quizás ellos no se cumplan 
        tampoco en un futuro previsible. Sigue siendo un proceso en construcción. 
        No responde a ningún modelo pre-existente. No deja de ser ello 
        algo positivo.
 Sin embargo, en el nuevo contexto externo, su dimensión existencial 
        sigue vigente. Como se señaló antes, implica desarrollar 
        desde el sur de América del Sur un proyecto estratégico 
        que se visualiza como esencial a la gobernabilidad del espacio geográfico 
        sudamericano, a la transformación productiva de sus países 
        socios en un marco de democracia y cohesión social y a la facilitación 
        de la capacidad de cada uno de ellos para proyectarse en el nuevo contexto 
        global, aprovechando las oportunidades que se están abriendo para 
        tener un protagonismo a la vez relevante y activo.
       Es entonces en la dimensión metodológica donde habrá 
        que poner más atención hacia el futuro. Ello implica continuar 
        desarrollando las múltiples dimensiones de una agenda que no se 
        limita al comercio, acentuando la integración productiva y social, 
        y perfeccionando sus mecanismos institucionales, incluyendo los que faciliten 
        una efectiva participación ciudadana, como condición para 
        su eficacia y legitimidad social, como así también los que 
        permitan fortalecer el papel del Parlamento del Mercosur. Implica, asimismo, continuar avanzando en el plano de las negociaciones 
        comerciales internacionales con un número amplio de protagonistas 
        relevantes de la competencia económica global y no necesariamente 
        sobre preferencias arancelarias ni tampoco sólo con la Unión 
        Europea (UE), así como también en la capacidad para 
        poder expresarse como región en mecanismos globales, tal el caso, 
        por ejemplo, del G20. [131] La necesaria renovación metodológica 
        del Mercosur se facilitaría, asimismo, con un sustancial aggiornamiento 
        en los marcos conceptuales que se emplean para el abordaje sistemático 
        del fenómeno de la integración de espacios geográficos 
        regionales. Ese abordaje demanda un enfoque transdisciplinario que asuma 
        toda la complejidad de procesos que, como lo ha demostrado la crisis financiera 
        que se hiciera evidente hacia finales del 2008 especialmente, la 
        del euro en la UE, no pueden ser entendidos si se los coloca en 
        la perspectiva de un sólo prisma disciplinario como sería, 
        por ejemplo, el económico.  La densidad de un proceso de integración entre naciones independientes 
        que no aspiran a dejar de serlo, tal el caso del Mercosur, entre otros 
        factores, se refleja
        en el impacto de los compromisos asumidos en flujos de comercio e inversiones, 
        en la conectividad física, en el desarrollo de redes sociales y 
        productivas, en la articulación de diversas políticas públicas 
        y en la concertación de las políticas externas. Pero en particular, su vitalidad se aprecia en la proximidad que sus 
        resultados concretos tengan con la vida diaria de los ciudadanos. Un indicador 
        crucial al respecto, con valor político y humano, es la relación 
        que la gente puede establecer entre el proceso de integración y 
        su empleo, sus niveles de bienestar y sus expectativas de futuro. Facilita 
        el que los ciudadanos de un país identifiquen como una comunidad 
        a las naciones con las que comparten un espacio geográfico regional. 
       En tal perspectiva, un proceso como el del Mercosur puede tener grados 
        diferenciados de densidad al menos en dos planos. Uno es el plano factual, 
        resultante de hechos concretos susceptibles de medición que impactan 
        tanto en la realidad económica como en la vida de la gente. El 
        otro plano es el de la retórica que enuncia lo que deberían 
        o podrían ser tales hechos. A veces implican relatos e incluso 
        normas que no necesariamente penetran en la realidad. En tal caso, su 
        métrica se refleja sólo en el número de palabras 
        empleadas para enunciarlos.  Tras sus primeros veinte años, la tendencia en el Mercosur ha 
        sido hacia una baja densidad factual, en buena medida por la dilución 
        de compromisos básicos de apertura irrestricta de los mercados, 
        orientada a incentivar inversiones productivas en función del espacio 
        económico ampliado. Los resultados existen pero se los percibe 
        como menos impactantes que los esperados.  A su vez, una tendencia del Mercosur hacia una alta densidad retórica 
        contribuye a explicar expectativas superiores a las que realidades políticas 
        y económicas permitían razonablemente sustentar. Asimetrías 
        de poder relativo y de grados de desarrollo parecerían ser lo que 
        más impacto ha tenido en limitar avances concretos de la integración. 
        Relatos y normas que carecieron de efectividad han alimentado un Mercosur 
        por momentos marcado por una diplomacia mediática generadora 
        de una especie de integración de utilería, sin 
        suficiente sustento en la realidad cotidiana de la política, la 
        economía y la vida social de sus países miembros.  Hacia el futuro y asumiendo voluntad política en dar saltos cualitativos 
        hacia un Mercosur en el que la densidad factual se correlacione con la 
        retórica, tres planos brindan posibilidades significativas para 
        la acción.
 Uno es el del perfeccionamiento de la unión aduanera y el de la 
        integración productiva, en particular si se orienta al aprovechamiento 
        de oportunidades abiertas por el nuevo escenario global por ejemplo, 
        para llegar a las góndolas
        del mundo con alimentos inteligentes y verdes 
        y las que se supone resultarán de las negociaciones con la UE y 
        con otras economías relevantes. El otro es el de los aportes que los países del Mercosur efectúen, 
        actuando como un conjunto, a cuestiones relevantes de la agenda global, 
        tales como el futuro desarrollo del G20, la conclusión de la Rueda 
        Doha en el ámbito de la OMC y los acuerdos en materia de cambio 
        climático.  Y el tercer plano es el de traducir a la realidad la proclamada y postergada 
        idea de que los ciudadanos del Mercosur puedan apreciar que son parte 
        de un efectivo espacio común cuando realizan sus trámites 
        migratorios en los respectivos aeropuertos de la región. Pero también 
        parece necesario introducir algunas modificaciones a sus instrumentos 
        operativos. Tres innovaciones en las reglas de juego permitirían 
        adaptar los instrumentos del Mercosur a las nuevas realidades internacionales 
        y de sus países miembros. Permitirían introducir elementos 
        de geometría variable y múltiples velocidades en su funcionamiento. Una primera innovación sería la reglamentación de 
        las restricciones comerciales compatibles con el funcionamiento adecuado 
        de la unión aduanera. No serían entonces restricciones 
        unilaterales como las que se aplican en la actualidad y a 
        las que se refiere el artículo 1º del Anexo I del Tratado 
        de Asunción, ya que serían adoptadas en las condiciones 
        establecidas por una normativa común, que podría estar inspirada 
        en la de la OMC en relación con las licencias automáticas 
        y no automáticas.  Una segunda innovación sería modificar la Decisión 
        CMC 32/00 que obliga a los países miembros a negociar juntos 
        acuerdos comerciales preferenciales, previendo la posibilidad de 
        negociaciones comerciales preferenciales bilaterales con terceros países, 
        al menos en los casos de Paraguay y Uruguay, y en las condiciones que 
        establezca la nueva normativa común. El precedente de las negociaciones 
        comerciales con México, e incluso con los países de la Comunidad 
        Andina (CAN), podría ser evaluado y eventualmente tomado en cuenta. 
        Sin embargo, es un paso que requeriría garantías suficientes 
        sobre que no implicaría
        reducir o eliminar los efectos de las respectivas preferencias comerciales 
        otorgadas entre los socios. Y la tercera sería establecer un régimen de válvulas 
        de escape del Mercosur, que también en condiciones especiales permita 
        retirar temporalmente productos del libre comercio irrestricto. Ni en 
        la actual estructura jurídica del Mercosur ni en la de la OMC (artículo 
        XXIV del GATT-1994) existirían impedimentos legales sólidos 
        a tal régimen. Ninguna de estas innovaciones requeriría 
        la modificación del Tratado de Asunción. Contribuirían 
        a enviar señales claras sobre la voluntad de continuar la construcción 
        del Mercosur, a través de pasos que demostrarían mucho pragmatismo 
        y el reconocimiento de la necesidad de conciliar los diferentes intereses 
        nacionales en juego. |