| La tendencia a repensar la integración regional en América 
        Latina  En los últimos años, se observa en América Latina 
        una clara tendencia a revisar conceptos, objetivos y metodologías 
        en relación con el desarrollo de la integración regional 
        [1]. Esta revisión está basada en la experiencia acumulada 
        en 50 años de distintos procesos de integración en el espacio 
        geográfico latinoamericano. Pero es una revisión incentivada, 
        en especial, por la necesidad de adaptar los planteamientos vinculados 
        a la integración regional a las nuevas realidades internacionales, 
        así como al hecho de que todos los países tienen ahora múltiples 
        opciones en sus estrategias de inserción en el mundo y dentro de 
        sus respectivos espacios geográficos regionales. Nuestro objetivo es efectuar una contribución al necesario ejercicio 
        de repensar la integración regional latinoamericana colocándola, 
        para ello, en la perspectiva de los profundos cambios que se están 
        operando en el sistema internacional y en la competencia económica 
        global.  Es probable que esos cambios profundos tarden aún algún 
        tiempo en madurar plenamente, y que esto no sea el resultado de procesos 
        lineales. Es posible incluso que den lugar a situaciones violentas. Cabe 
        recordar al respecto que a lo largo de la historia las transformaciones 
        profundas que inciden en los desplazamientos del poder mundial y las guerras 
        han estado estrechamente vinculadas (Bobbit, pp. 5-64). En todo caso, el alcance de los impactos de estos cambios sobre el desarrollo 
        económico y social y, por consiguiente, sobre los distintos procesos 
        de integración de los países de América Latina -como 
        también ocurre, por lo demás, en otras regiones del mundo- 
        son aún difíciles de apreciar en su plenitud. Tampoco es 
        posible estimar los impactos que las nuevas realidades producirán 
        en las relaciones internacionales, incluyendo aquellas que se han establecido 
        entre el espacio europeo y el latinoamericano.  En este artículo se analizarán algunos aspectos centrados 
        en los cambios profundos que se están operando en la realidad internacional; 
        en las condiciones para el aprovechamiento por parte de un país 
        -o de un grupo de países- de las oportunidades que se abren en 
        un mundo de múltiples opciones y, finalmente, en el inicio de una 
        nueva etapa en la integración regional en América Latina.
 Un contexto internacional en profunda transformación Los cambios en el contexto internacional en el cual se desarrollan las 
        acciones orientadas a una mayor integración entre los países 
        latinoamericanos se están manifestando en torno de dos procesos 
        simultáneos que se observan hoy a escala global. Ambos tienen efectos 
        actuales y potenciales, tanto en el intercambio mundial de bienes y de 
        servicios como en las negociaciones comerciales internacionales, especialmente 
        en la actual Ronda de Doha dentro de la Organización Mundial del 
        Comercio (OMC). Estos efectos también se observan en relación 
        con las complejas negociaciones globales sobre el cambio climático 
        y, en particular, sobre sus consecuencias en el comercio mundial. Si bien son dos procesos conectados entre sí, parecen requerir 
        diagnósticos y aproximaciones que pueden tener aspectos diferenciados 
        pero que, en todo caso, conviene que sean coordinados.  El primero de estos procesos es el de la crisis financiera y económica 
        global que empezó a ponerse en evidencia en especial a comienzos 
        del año 2008. Sus consecuencias afectan, entre otros, los niveles 
        de producción y consumo y los del comercio internacional de bienes 
        y de servicios. La caída de la actividad económica ha impactado 
        en el nivel de empleo y en el estado anímico de las poblaciones, 
        transmitiendo en algunos países los efectos de la crisis al plano 
        social y político. Y se sabe que, según sea la intensidad 
        de tales efectos, una crisis internacional puede generar problemas sistémicos 
        que afecten la estabilidad política de los países más 
        vulnerables. Ello a su vez puede tener efectos en cadena sobre otros países, 
        en particular de la misma región.  Se trata de un proceso con efectos inmediatos muy visibles y que requiere 
        de respuestas a corto plazo -en especial en el plano nacional, pero también 
        en el de la coordinación entre países a escala global y 
        regional-, precisamente por sus potenciales consecuencias sociales y políticas. 
       El otro proceso es el desplazamiento del poder relativo entre las naciones 
        (Zakaria, pp. 1-5), que tiene raíces muy profundas y se nutre de 
        la propia historia. Se trata de un fenómeno que se ha acelerado 
        en los últimos 20 años, y es probable que su pleno efecto 
        solo pueda ser observado a largo plazo y a veces a través de movimientos 
        poco perceptibles. Este proceso se refleja en el surgimiento de nuevos 
        prota-gonistas -países, empresas, consumidores, trabajadores- con 
        gravitación en la competencia económica global y en las 
        negociaciones comerciales internacionales. Como consecuencia de los cambios 
        que se están produciendo, la capacidad para captar y administrar 
        los efectos de la diversidad y la pluralidad cultural será, en 
        el futuro, uno de los factores fundamentales en el desarrollo de la estrategia 
        Internacional de los distintos protagonistas (Guillebaud, pp. 9-35 Y 363-391; 
        Maalouf, pp. 293-314).  El fenómeno de la diseminación del poder mundial no debería 
        sorprender, ya que algunos hechos históricos lo vienen anunciando 
        desde hace años. Un punto de inflexión lejano se encuentra 
        en la toma de conciencia sobre su poder relativo que empezaron a experimentar 
        los países en desarrollo productores de petróleo a partir 
        de 1973. Lo que sí podría ser preocupante es que, en sus 
        diagnósticos e intentos de encontrar respuestas, los países 
        del "viejo orden mundial" -que incluye a Estados Unidos y a 
        los restantes del ya antiguo G-7 - no demuestren que están asimilando 
        la profundidad de los cambios producidos en la distribución global 
        del poder.  Estamos entonces frente a una crisis sistémica mundial que recrea 
        la clásica tensión histórica entre orden y anarquía 
        en las relaciones internacionales (Bull, pp. 3-98; Hurrell, pp. 1-117). 
        Esta tensión se manifiesta en la dificultad de encontrar, en el 
        ámbito de las instituciones procedentes de un orden colapsado, 
        respuestas eficaces a problemas colectivos que se confrontan a escala 
        global. Y el verdadero peligro es que ello se refleje -como ha ocurrido 
        en el pasado- en el surgimiento de problemas sistémicos en el interior 
        de países que han sido y siguen siendo protagonistas relevantes 
        en el escenario internacional. Es decir, crisis sistémicas que 
        produzcan un efecto dominó en distintos espacios regionales y, 
        eventualmente, a escala global. Ello puede ocurrir en la medida en que 
        en distintos países, incluso los más desarrollados, los 
        ciudadanos pierdan su confianza no solo en los mercados, sino también 
        en la capacidad de encontrar respuestas en marco de los respectivos sistemas 
        democráticos. Podría ser un peligro más tangible 
        en el caso de algunos países europeos, pero no solo en ellos. Si 
        así fuere, los pronósticos sombríos de algunos analistas 
        podrían ser pálidos en relación con lo que habría 
        que confrontar e el futuro.  Tras las varias cumbres del nuevo G-20, realizadas a partir de finales 
        e 2008, sigue en pie la cuestión de saber cuáles son los 
        países que, sumados y actuando en conjunto, pueden aportar suficiente 
        masa crítica e poder para ir generando acuerdos que nutran un nuevo 
        orden mundial para sustituir al que está colapsado. El número 
        que acompañe a la letra "G" sigue siendo un interrogante 
        pendiente de respuesta en la búsqueda de procurar la institucionalización 
        -aunque sea informal- de un espacio político internacional que 
        permita traducir decisiones colectivas en cursos de acción efectivos 
        de alcance global.  Una de las limitaciones del actual G-20 puede ser precisamente la heterogeneidad 
        de los países participantes en términos de poder real. Algunos 
        reflejan su propia dotación de poder relativo, como le casos de 
        Estados Unidos y de China. Estos dos Estados conforman una especie de 
        G-2 que es necesario pero no suficiente para generar respuestas de alcance 
        global que sean efectivas, eficaces y legítima. Otros pueden legítimamente 
        hablar en nombre de su propia región con la certeza de que ella 
        posee suficiente poder relativo. Más allá e las diferencias 
        de intereses y visiones que en ellos existen, es el caso de los países 
        miembros de la Unión Europea -tales como Alemania, Francia y Reino 
        Unido-que también está presente a través del presidente 
        de la Comisión Europea y, tras la puesta en vigencia del Tratado 
        de Lisboa, del presidente del Consejo Europeo. Otros, bien son relevantes 
        en términos de poder relativo, a veces más potencial que 
        actual, no pueden sostener con certeza que reflejan la opinión 
        que eventualmente prevalece en su respectiva región geográfica. 
        Aquí aparecen los casos de Argentina y Brasil, pero también 
        los de Rusia, la India, Indonesia y Sudáfrica. Ellos son protagonistas 
        relevantes en sus respectivos espacios geográficos regionales, 
        pero no siempre han demostrado poseer las condiciones necesarias para 
        ser líderes regionales, en el sentido de que los demás países 
        de su área sigan sus opiniones. Condiciones necesarias para la participación activa de un país 
        en la nueva realidad internacional  Muchas son las cualidades sociales, políticas y económicas 
        que se requieren para que un país intente encarar los dos mencionados 
        procesos de manera simultánea. Esto es, para que pueda superar 
        con relativo éxito la actual crisis financiera y económica 
        global y, a la vez, posicionarse como un protagonista activo en la construcción 
        del orden mundial del futuro, incluyendo el comercio mundial y las negociaciones 
        comerciales internacionales, tanto en la OMC como en los múltiples 
        espacios regionales, interregionales y bilaterales.  Una condición fundamental es la del desarrollo de la capacidad 
        para el pleno aprovechamiento de las múltiples opciones que se 
        presentan a escala global como consecuencia del acortamiento de todo tipo 
        de distancias -no solo las físicas-, así como por la creciente 
        redistribución del poder mundial -o sea, una inserción externa 
        multipolar-. A partir del colapso de las distancias, tal alcance multipolar 
        implica el desarrollo de una estrategia orientada a aprovechar todas las 
        opciones que se están abriendo hoy en el mundo, especialmente para 
        el comercio exterior de un país, así como para sus potenciales 
        fuentes de inversiones directas y de progreso técnico. En un número significativo de países -en particular las 
        llamadas "economías emergentes"- esta estrategia multipolar 
        suele ser "daltónica". Esto significa que no siempre 
        distingue colores ideológicos o culturales -en el célebre 
        lema de Deng Xiaoping sobre el color del gato-, especialmente cuando se 
        busca sacar provecho de las múltiples opciones resultantes del 
        surgimiento de nuevos protagonistas -los casos más notorios son 
        China y la India-; de nuevas cuestiones dominantes en las agendas de los 
        Estados -tales como la energía, el cambio climático y las 
        formas novedosas del ejercicio de la violencia transnacional, incluyendo 
        su "privatización"- y, en particular, del hecho de que se 
        habría entrado en una etapa de marcada demanda global de alimentos 
        y de otros recursos naturales que, en términos relativos, abundan 
        en América Latina y, en especial, en el espacio geográfico 
        sudamericano.
 En el campo de las relaciones económicas internacionales, esta 
        estrategia se vería facilitada si la conclusión de la Ronda 
        de Doha permitiera, además de lograr los resultados previstos en 
        su agenda, fortalecer la OMC como un ámbito institucional multilateral 
        global eficaz. Al respecto, cabe señalar que, a pesar de seguir 
        siendo incierto que la Ronda de Doha pueda concluirse en plazos razonables, 
        en sí mismo ello no sería algo necesariamente negativo. 
        Otras rondas negociadoras en el ámbito del sistema GATT-OMC también 
        se extendieron más allá de lo previsto. Pero esto sí 
        sería contraproducente si trajera como resultado un del tratamiento 
        del sistema de la OMC en su función de asegurar reglas juego que 
        faciliten el comercio internacional en condiciones de igualdad de oportunidades 
        que, a su vez, contemplen los intereses de los países en desarrollo 
        y de los que se distinguen por su eficiencia en la producción de 
        alimentos y de otros bienes agrícolas, tales como los que ir gran 
        el Mercosur. Además de las señaladas anteriormente, otras tres condiciones 
        son esenciales para la estrategia de un país que aspire a aprovechar 
        los efectos de ambos procesos a fin de potenciar una inserción 
        favorable el competencia económica global del futuro. Ellas son 
        la calidad institucional, las estrategias ofensivas de sus empresas resultantes 
        de la vocación de participación activa en los mercados internacionales 
        y, por fin, la coordinación de esfuerzos a escala regional con 
        otros países con los cuales se comparte un espacio geográfico. 
       En primer lugar, la calidad institucional implica desarrollar capacidad 
        para articular de forma estable los distintos intereses sociales, con 
        la finalidad de poder traducir luego los objetivos acordados en realidad, 
        y comportamientos efectivos. Es una condición esencial a fin de 
        generar sinergias público-privadas. Ellas son necesarias para definir 
        los intereses nacionales ante las cuestiones más relevantes de 
        la agenda de la inserción comercial internacional, para traducirlos 
        en estrategias y hojas de ruta, y para reflejarlos en los comportamientos 
        que los sectores gubernamentales y no gubernamentales -especialmente el 
        empresariado- tengan en los múltiples escenarios externos en que 
        opera el respectivo país. En la competencia económica global y en el comercio internacional, 
        calidad institucional se nutre de la eficacia de las tecnologías 
        organizativas empleadas en el plano gubernamental con la finalidad de 
        permitir adoptar y aplicar estrategias, decisiones y políticas 
        públicas que pos, un fuerte potencial para penetrar en la realidad 
        y para ser sostenida través del tiempo, incluyendo la flexibilidad 
        necesaria para las continuas adaptaciones a la dinámica de cambio 
        del mundo actual.  Pero la calidad institucional también se nutre de la calidad de 
        la organización del sector empresarial y de su articulación 
        con los otros sectores sociales. Ello implica empresas con intereses estratégicos 
        ofensivos, tanto en relación con el mercado interno como con los 
        múltiples mercados internacionales, en especial aquellos que son 
        prioritarios en función de las ventajas competitivas que puede 
        desarrollar un país. Revelar tales intereses es un factor fundamental 
        a la hora de trazar y llevar a la práctica la estrategia de inserción 
        comercial internacional de un Estado. La segunda condición es, precisamente, que las empresas de un 
        país desarrollen estrategias ofensivas que resulten de una vocación 
        de participación activa en los mercados internacionales. Ello implica 
        diagnósticos actualizados sobre las oportunidades que se le ofrecen 
        a la capacidad de producir bienes y de pres.tar servicios del país 
        en los distintos mercados internacionales. Y estos diagnósticos 
        han de ser renovados de manera permanente, ya que los efectos de la actual 
        crisis global; así como de los cambios estructurales que se están 
        operando en los escenarios mundiales, pueden alterar de forma muy dinámica 
        las oportuni-dades que existen para las empresas que operan en el país, 
        desplazando a su favor o en su contra las ventajas competitivas relativas. 
       Pero esta vocación requiere asimismo una actitud optimista sobre 
        las oportunidades que tienen el país y sus empresas en los mercados 
        mundiales. Utilizando una expresión deportiva, ello implica operar 
        con "mentalidad ganadora". Este es un factor cultural que se 
        encuentra presente en los países en desarrollo que en los últimos 
        años han dado origen a un número creciente de empresas internacionalizadas. 
        Al respecto, el ejemplo de Chile y de muchas de sus empresas es interesante 
        por no ser precisamente una de las economías emergentes de mayor 
        dimensión.  La tercera condición, por último, es la coordinación 
        de esfuerzos a escala regional con países con los que se comparte 
        un espacio geográfico -pero también con aquellos con los 
        cuales se comparten condiciones relativas e intereses similares, como 
        por ejemplo los países productores de alimentos o los exportadores 
        de energía-o En el caso de los países que comparten el espacio 
        geográfico regional sudamericano, ello supone el impulso de un 
        proceso continuo de desarrollo de una conexión física de 
        calidad (que abarca cuestiones como la financiación de proyectos 
        de infraestructura física -incluyendo los ejes transoceánicos- 
        y la facilitación del comercio), que sea favorable a un tejido 
        creciente de intereses compartidos que se alimente de corrientes comerciales 
        recíprocas y de redes productivas transnacionales. En la inversión 
        productiva y de infraestructura física que se requiere para ello, 
        un país puede encontrar elementos de convergencia entre la agenda 
        de medidas destinadas a superar los efectos de la crisis global y la transformación 
        productiva necesaria para caminar con éxito hacia el mundo del 
        futuro. Por lo demás, esto implica una mayor coordinación entre 
        los países que comparten un espacio regional o sub regional, tanto 
        en la elaboración de los respectivos diagnósticos sobre 
        los dos procesos de cambio internacional antes mencionados como en las 
        estrategias para abordar acción de respuesta conjunta a los desafíos 
        que ambos representan, como así también para encarar juntos 
        las negociaciones comerciales internacionales, especialmente en el ámbito 
        de la OMC y con los principales protagonistas del comercio mundial. Las 
        relaciones con Estados Unidos, con los países de la Unión 
        Europea y con las economías emergentes -en particular, con China 
        y la India- ocupan en tal sentido un lugar prioritario. Este planteamiento también es válido para las negociaciones 
        relacionadas con las adaptaciones de organismos internacionales multilaterales 
        a la nueva realidad internacional, en especial en el ámbito de 
        las cumbres del G-20. Estas constituyen una oportunidad para que los, 
        países latinoamericanos que participan puedan efectivamente aportar 
        los puntos de vista de la región en su conjunto -o al menos de 
        respectiva subregión-, es decir, los temas que hayan sido antes 
        debatidos en foros regionales. Sin perjuicio de la necesaria acción de liderazgo gubernamental, 
        en este plano de la coordinación regional se observa, al menos 
        en cada una de las subregiones de América Latina, un amplio margen 
        para impulsar iniciativas que surjan de los respectivos sectores empresariales. 
        Son iniciativas que deberían perseguir como objetivo, por ejemplo, 
        un diagnóstico sobre el aprovechamiento del stock de instituciones, 
        experiencias y compromisos acumulado a través de los años 
        -especialmente en términos de acceso preferencial a los respectivos 
        mercados, así como de los mecanismos de pagos y de financiación 
        tanto de comercio como de las inversiones productivas y de infraestructura 
        física-, y también propuestas constructivas sobre cómo 
        evolucionar hacia metas conjuntas que combinen realismo con ambición. Una iniciativa de ese tipo, al menos en una primera etapa, podría 
        proceder de las instituciones empresariales de los países· 
        más vinculados por redes de comercio y producción. Entre 
        ellos se observa, además una mayor densidad de inversiones cruzadas 
        tanto en sectores agroindustriales e industriales como en el de servicios. 
        Además, en ellos opera un número creciente de empresas multilatinas, 
        en especial si se incluye en tal concepto a cientos de empresas de toda 
        dimensión que tienen una presencia comercial y productiva, sostenida 
        y simultánea, en varios de los mercados de la región e, 
        incluso, a escala global. Son estas empresas, junto con las respectivas 
        instituciones empresariales, las que mayor interés deberían 
        mostrar en impulsar medidas que permitieran potenciar el pleno aprovechamiento 
        de los acuerdos regionales preferenciales ya existentes y avanzar hacia 
        metas más ambiciosas.  Gobernabilidad de un espacio regional y lógica de integración La gobernabilidad de los respectivos espacios regionales, en términos 
        de predominio de la paz y la estabilidad política, será 
        un elemento fundamental de la construcción de un nuevo orden internacional 
        global. En tal perspectiva corresponde situar los esfuerzos que se continúen 
        desarrollando en el marco de los distintos procesos regionales y subregionales 
        de integración económica. 
 Una gobernabilidad regional sostenible requerirá en el futuro 
        lograr puntos de equilibrio entre todos los intereses nacionales en juego. 
        Ello implicará capacidad y voluntad de articulación, al 
        menos entre los países con mayor relevancia y capacidad de protagonismo. 
       En tal sentido, el predominio de la lógica de integración 
        en el espacio regional latinoamericano y en cada uno de sus espacios subregionales 
        será facilitado por el desarrollo de instituciones y reglas comunes 
        que sean efectivas y eficaces y que se sustenten en liderazgos colectivos 
        que, a su vez, las incentiven.  Sobre ello, una pregunta parece fundamental: ¿es posible construir 
        un espacio geográfico regional en el que predomine la lógica 
        de la integración sin que exista una base de confianza recíproca 
        mínima entre los países vecinos? A partir de la experiencia 
        histórica, Jean Monnet, el inspirador de la integración 
        europea, sostenía que no. Por esta razón propuso un plan 
        orientado a generar solidaridades de hecho, especialmente entre Francia 
        y Alemania, como sustento de un clima de confianza que permitiera luego 
        desarrollar el camino que condujo a la Unión Europea.  La pregunta es válida hoy en día en América Latina 
        considerando los 50 años transcurridos desde que se iniciara el 
        desarrollo de los procesos de integración con la Asociación 
        Latinoamericana de. Libre Comercio (ALALC). Desde entonces, la trayectoria 
        ha sido sinuosa porque lo retórico les ha ganado a veces a los 
        resultados concretos. El objetivo procurado de una región integrada 
        y funcional a los objetivos de desarrollo de sus países sigue sin 
        lograrse de manera plena. Quienes en el plano empresarial tienen que adoptar 
        decisiones de inversión productiva en función de los mercados 
        ampliados desconfían con razón de las reglas que inciden 
        en el comercio recíproco, ya que el acceso prometido al mercado 
        de los otros países de la región está expuesto a 
        fuertes precariedades. Estas son el resultado de actos unilaterales que 
        en la práctica significan desconocer lo comprometido, cualesquiera 
        sean las razones que aparentemente los puedan justificar. Sin embargo, parece posible seguir sosteniendo que en América 
        Latina, más allá de diferencias, diversidades e, incluso, 
        disonancias conceptuales, sigue vigente la idea de que la lógica 
        de la cooperación predomina sobre la de la fragmentación. 
        Ello puede deberse al hecho de que, en buena medida, se sabe que los costos 
        de la no integración suelen ser muy altos para los respectivos 
        países -incluso los de mayor dimensión económica 
        relativa- y, en especial, para sus pueblos. Pero la realidad está demostrando que llevará tiempo lograr 
        algo similar a lo que también en 50 años se ha alcanzado 
        en Europa, en términos de una interdependencia basada en reglas 
        e instituciones comunes, que hacen relativamente previsibles los comportamientos 
        de los respectivos países.  Confianza recíproca y un denso tejido de intereses cruzados, sustentados 
        en instituciones, reglas y símbolos comunes, han sido ele-mentos 
        claves en el hasta ahora exitoso proceso que los países europeos 
        han desarrollado en su espacio geográfico, superando incluso un 
        largo periodo en el que predominaron la fragmentación, el conflicto 
        y el combate. Sin caer en la tentación de copiar modelos de otros países 
        y regiones, sí parece importante tener en cuenta para la propia 
        experiencia latinoamericana el papel relevante que pueden jugar tales 
        factores en la construc-ción de un espacio regional -y de cada 
        una de las respectivas subregiones- en el que predominen la paz y la estabilidad 
        política, ambiente necesario para la consolidación de la 
        democracia y para la necesaria cohesión social. Lograr el avance en el camino de los procesos de integración regional 
        y subregionales, que al mismo tiempo capitalicen experiencias acumuladas 
        y adapten sus enfoques, estrategias e instrumentos a las nuevas realidades 
        del contexto internacional global, parece seguir siendo una condición 
        fundamental para una activa participación de los países 
        latinoamericanos en la construcción de una arquitectura global 
        que sea funcional a sus intereses nacionales. Teniendo en cuenta que todo país contará en el futuro con 
        múltiples opciones para Seu inserción internacional, la 
        experiencia acumulada en las últimas cinco décadas sugiere 
        que los métodos e instrumentos de los procesos de integración 
        regional y subregionales deberán ser a la vez flexibles, para permitir 
        su adaptación a estrategias de inserción multipolar, y previsibles, 
        a fin de contribuir con sus reglas y disciplinas colectivas al desarrollo 
        de un clima de inversiones que sea favorable a las integraciones productivas 
        de escala regional y de proyección global, así como para 
        el desarrollo de redes de conexión física de calidad.  Conciliar flexibilidad con previsibilidad y disciplinas colectivas, en 
        torno de reglas que se cumplan y de instituciones que permitan generarlas 
        -que a la vez también expresen liderazgos colectivos- parece ser 
        el principal desafío que tendrán por delante los procesos 
        de integración en la región latinoamericana y en sus respectivas 
        subregiones. Esto será así si se quiere que estos procesos 
        tengan una incidencia r.eal en la transformación productiva de 
        cada país, en la consolidación de sus sistemas políticos 
        democráticos sustentados en la cohesión social, y en su 
        capacidad para ser protagonistas activos del nuevo orden internacional 
        global.  Adaptar los actuales procesos de integración y los mecanismos 
        de cooperación regional a las nuevas realidades de la agenda global 
        es una de las principales prioridades que deberán atender en el 
        futuro inmediato los países latinoamericanos.  La transformación de la ALALC en la Asociación Latinoamericana 
        de Integración (ALADI), mediante el tratado firmado también 
        en Montevideo en 1980, implicó un cambio metodológico sustancial 
        e inició una nueva etapa en el proceso de integración regional. 
        Dicha reforma resultó de la constatación de que una zona 
        de libre comercio entre un grupo numeroso de países -en aquel entonces 
        menos conectados y más distantes que ahora-, con fuertes asimetrías 
        de dimensiones y grados de desarrollo, era inviable.  Tal transformación implicó aceptar que las diferencias 
        existentes requerían aproximaciones parciales con múltiples 
        velocidades y geometrías variables. Ello significó el reconocimiento 
        de la existencia de distintas realidades subregionales y sectoriales, 
        con densidades de interdependencia e intereses que no necesariamente se 
        extendían al resto de los países. Se invirtió así 
        el enfoque original de la ALALC, según el cual los instrumentos 
        regionales eran la regla, y los subregionales y sectoriales, la excepción. 
        Por el contrario, se hizo de lo parcial -grupos de países o sectores 
        determinados- la regla principal, siendo lo regional el marco y, a la 
        vez, un objetivo final no demasiado definido ni en su contenido ni en 
        sus plazos. Por la Cláusula de Habilitación, un resultado 
        de la Ronda de Tokio, este enfoque se tornó conciliable con las 
        reglas del GATT.  Se abrió así un camino de profundas transformaciones en 
        la estrategia de integración regional que fueron madurando en los 
        años siguientes. En esta nueva etapa que se extiende hasta el presente, 
        entre otros hechos relevantes, se reestructura el original Grupo Andino 
        en la Comunidad Andina de Naciones (CAN); se inicia el proceso bilateral 
        de integración entre Argentina y Brasil, con especial énfasis 
        en determinados sectores como por ejemplo el del automóvil; se 
        crea luego el Mercosur; México se incorpora al Tratado de Libre 
        Comercio de América del Norte (TLCAN); y empieza el proceso de 
        concreción de acuerdos comerciales preferenciales bilaterales con 
        países del resto del mundo, comenzando con Estados Unidos y con 
        la Unión Europea. En el inicio y en la evolución de esas dos primeras etapas de 
        la integración regional latinoamericana, tuvieron un impacto muy 
        significativo los cambios que simultáneamente operaban en el contexto 
        global. A ellos se suman las profundas transformaciones económicas 
        y políticas que se han producido -también con un alcance 
        diferenciado- en la región y en cada uno de sus países. 
        América del Sur, en particular, presenta ahora un cuadro de mayor 
        densidad en las conexiones entre sus sistemas productivos, en especial 
        en el campo de la energía. Y muchos de sus países han experimentado 
        notorias evoluciones en sus desarrollos, tanto en el plano económico 
        como en el político.  ¿Hacia una nueva etapa de la integración latinoamericana? ¿Se está iniciando ahora una nueva etapa de la integración 
        regional en América Latina? Hay algunos argumentos basados en el 
        análisis de varios factores que hacen pensar en una respuesta afirmativa. 
        El primero de ellos es el antes mencionado surgimiento de una pluralidad 
        de opciones en la inserción de cada país latinoamericano 
        en los mercados del mundo. Esto es resultado directo del número 
        creciente de protagonistas relevantes en todas las regiones y del acortamiento 
        de todo tipo de distancias. En el segundo factor, se entiende que tales 
        opciones pueden ser aprovechadas de manera simultánea. Y en el 
        tercero, se contempla que es factible desarrollar, en la mayoría 
        de las opciones abiertas, estrategias de ganancias mutuas, en términos 
        de comercio de bienes y de servicios, de inversiones productivas y de 
        incorporación de progreso técnico.  Pero otro factor determinante que impulsa hacia nuevas modalidades de 
        integración en el espacio regional latinoamericano, así 
        como en sus múltiples espacios subregionales, es la creciente insatisfacción 
        que se observa en varios países respecto a los resultados obtenidos 
        con los procesos actualmente en desarrollo. Tal insatisfacción 
        puede dar lugar al menos a dos escenarios. El primero de ellos es el de 
        una cierta inercia integracionista. Ello implica continuar haciendo lo 
        mismo que hasta ahora, es decir, no innovar demasiado. El riesgo es que 
        el respectivo proceso de integración se convierta en irrelevante 
        para determinados países. En tal caso, podría terminar predominando 
        en él solo una apariencia de algo de creciente obsolescencia y 
        con reducida incidencia relativa en las realidades del comercio y las 
        inversiones. El segundo escenario es el de una especie de "síndrome 
        fundacional".. Esto significa echar por la borda lo hasta ahora acurri\I.1ado, 
        tanto en términos de estrategia regional compartida como de relaciones 
        económicas preferenciales para, una vez más, intentar empezar 
        de nuevo.  Hay, sin embargo, un tercer escenario imaginable que probablemente sea 
        el más conveniente y que es factible de alcanzar. Este sería 
        el de capitalizar experiencias y resultados acumulados, adaptando estrategias, 
        objetivos y metodologías de integración a las nuevas realidades 
        de cada país, de la región y sus sub regiones, y del mundo. 
       Difícil es aún visualizar si el escenario de adaptación 
        se producirá o no. Pero el derrotero de estos 50 años, con 
        sus logros y frustraciones, permite anticipar que la integración 
        regional continuará siendo valorada por los respectivos países 
        y sus opiniones públicas. Al menos, parece existir cierto consenso 
        en que los costos de la no integración pueden ser elevados. Ello 
        permite predecir un desarrollo sinuoso, con avances y retrocesos heterodoxo 
        trabajo.  Por fin, cabe señalar que el camino a lo regional comienza en 
        una correcta definición del respectivo interés nacional, 
        constatación que deriva de la experiencia concreta de estos años. 
        Los países con una idea más clara de sus intereses son los 
        que quizás mejor han aprovechado los procesos hacia un mayor grado 
        de integración en todos los niveles -no solo el económico- 
        entre los países de la región y en sus distintas subregiones. 
        Es posible imaginar al respecto una mayor aproximación a lo que 
        ha sido en los últimos años el modelo asiático y, 
        eventualmente, al que también podría llegar a ser en el 
        futuro el modelo europeo.  [1] V. , por ejemplo, Casanueva (pp. 33-44); Cienfuegos/Sanahuja (pp. 
        87-205); Del Arenal/Sanahuja (pp.425-632); Leiva Lavalle (pp. 17-31); 
        Peña (2010a, pp. 23-43) y 2010b, pp. 425-450. Bibliografía 
        Bobbit, Philip: The Shield of Achilles. War, Peace, and the Course 
          of History, Anchor Books, Nueva York, 2002. Bull, Hedley: The Anarchical Society. A Study of Order in World Politics, 
          Columbia University Press, Nueva York, 1977. Casanueva, Héctor: "La integración latinoamericana 
          en busca de un modelo" en Patricio Leiva Lavalle (ed.): Relaciones 
          internacionales y renovación del pensamiento, Instituto Latinoamericano 
          de Relaciones Internacionales / Universidad Miguel de Cervantes / Institut 
          d'Estuclis Humanistics Miguel Coil i Alentorn, Santiago de Chile, 2010, 
          pp. 33-36. 
Cien fuegos, Manuel y José Antonio Sanahuja: Una región 
          en construcción. Unasur y la integración en América 
          del Sur, Fundació CIDOB, Barcelona, 2010. Del Arenal, Celestino y José Antonio Sanahuja (coords.): América 
          Latina y los Bicentenarios: una agenda de futuro, Fundación Carolina 
          / Siglo XXI, Madrid, 2010. Guillebaud, Jean-Claude: Le commencement d'un monde. Vers une modernité 
          metisse, Seuil, París, 2008. Hurreil, Andrew: On GlobalOrder. Power, Values, and the Constitution 
          of International Society, Oxford University Press, Oxford-Nueva York, 
          2007. 
Leiva Lavaile, Patricio: "Los modelos de integración en 
          América Latina" en Patricio Leiva Lavalle (ed.): Relaciones 
          internacionales y renovación del pensamiento, Instituto Latinoamericano 
          de Relaciones Internacionales / Universidad Miguel de Cervantes / Institut 
          d'Estuclis Humanistics Miguel Coil i Alentorn, Santiago de Chile, 2010, 
          pp. 17-31. Maalouf, Amin: Le dérigJement du monde, Grasset, París, 
          2009. Peña, Félix: "Integración regional y estabilidad 
          sistémica en Suramérica" en Manuel Cienfuegos y José 
          Sanahuja (eds.): Una región en construcción. Unasur y 
          la integración en América del Sur, Fundació CIDOB, 
          Barcelona, 2010a, pp. 23-43. Peña, Félix: "América Latina en el mundo: 
          regionalismo e integración" en Celestino del Arenal y José 
          Antonio Sanahuja (coords.): América Latina y los Bicentenanos: 
          una agenda de futuro, Fundación Carolina / Siglo XXI, Madrid, 
          2010b, pp. 425-450. Sanahuja, José Antonio: "La construcción de una 
          región: Suramérica y el regionalismo posliberal" en Manuel Cienfuegos y José Sanahuja 
          (eds.): Una región en construcción. Unasur y la integración 
          en América del Sur, Fundació CIDOB, Barcelona, 2010a, 
          pp. 87-134.
Sanahuja, José Antonio: "Estrategias regionalistas en 
          un mundo en cambio: América Latina y la integración regional" 
          en Celestino del Arenal y José Antonio Sanahuja (coords.): América 
          Latina y los Bicentenarios: una agenda de futuro, Fundación Carolina 
          / Siglo XXI, Madrid 2010b, pp. 451-523. 
Zakaria, Fareed: The Post-American World, WW Norton, Nueva York, 2008. 
         |