| La creación del Mercosur tuvo una fuerte impronta argentina. Al 
        igual que en los casos de la Alalc (1960), la Aladi (1980) y la integración 
        bilateral con Brasil (1985), nuestro país fue protagonista central 
        en el impulso político y en el diseño de los instrumentos. 
        Pero en todos ellos los acuerdos fundacionales fueron posibles especialmente 
        por reflejar puntos de equilibrio entre visiones e intereses de Argentina 
        y Brasil. De allí que sea pertinente explorar con una perspectiva argentina, 
        las lecciones a extraer de la experiencia acumulada en los veinte años 
        de trayectoria del Mercosur. Tres por lo menos pueden resaltarse por la 
        relevancia en su futuro. 
        La primera lección es que un espacio de integración 
          entre países vecinos se construye gradualmente. Es una construcción 
          compleja que lleva tiempo y que no recorre una trayectoria lineal. Esta, 
          por el contrario, suele ser muy sinuosa y experimentar continuos retrocesos. 
          A nivel nacional, tres factores inciden en tal construcción: 
          el flujo constante -no esporádico- de oxígeno político 
          de alto nivel; la calidad de la definición de los intereses nacionales 
          -nutrida en una eficaz consulta entre todos los sectores gubernamentales 
          y sociales potencialmente afectados por los resultados del proceso de 
          integración-, y la efectividad de las reglas de juego que se 
          pactan -medida por su impacto en las inversiones productivas-.
 A su vez, a nivel del conjunto de los países miembros, tal construcción 
          mantiene su vigencia en la medida que en cada socio exista una percepción 
          de ganancias mutuas y que, por lo tanto, los costos de impulsar la integración 
          procurada, no superen los de su abandono -sin perjuicio que siempre 
          existe la sutil opción de enviarla al carril de las irrelevancias-.
 
        La segunda es que tal construcción no se realiza necesariamente 
          según un diseño previo. Es más bien un traje a 
          la medida. Los modelos teóricos y las experiencias de otras regiones 
          pueden ser útiles. Pero no necesariamente incidieron en las negociaciones 
          que condujeron al Mercosur y luego, a los principales instrumentos que 
          han pautado su desarrollo. Es una construcción que requiere, 
          además, continua adaptación a los constantes cambios en 
          las realidades y, en especial, mucha capacidad de compromiso, paciencia 
          y perseverancia. Se aplica la expresión de que la integración 
          entre países vecinos no es cuestión de "soplar y 
          hacer botellas". El problema es que no siempre los protagonistas 
          involucrados suelen tenerlo así de claro.
 
 Y la tercera lección a extraer de los veinte años de 
          experiencia, es que el Mercosur no implica construir una alianza exclusiva 
          y excluyente. Por el contrario, una clave de su eficacia y legitimidad 
          social, es potenciar la capacidad de cada socio de aprovechar al máximo 
          todas las oportunidades que detecte en el escenario global. Pero la lección principal para la Argentina, es que la construcción 
        del Mercosur requiere tener claro qué es lo que se quiere y se 
        puede lograr desde una visión estratégica de largo plazo. 
        Implica concertar constantemente dentro del país y con los protagonistas 
        de los otros socios -y no sólo a nivel gubernamental- los respectivos 
        intereses en juego. Integrar países es un ejercicio continuo de tejer redes de intereses 
        comunes. No se logra en un día ni en veinte años. Es una 
        tarea que no tiene un producto final ni político ni económico. 
        Y tampoco tiene un seguro contra el retroceso, el vaciamiento o el fracaso. |