| El saldo de la Cumbre del Mercosur en San Juan ha sido positivo. Ha agregado 
        valor a la construcción gradual de un entorno regional que facilite 
        la inserción competitiva de la Argentina en el mundo -así 
        como también la de sus socios-. Tal construcción implica 
        operar en los siguientes frentes de acción política y diplomática: 
        el del fortalecimiento de la alianza estratégica con el Brasil; 
        el del desarrollo del Mercosur, que a fin de ser eficaz tendrá 
        que seguir siendo creativo e incluso heterodoxo en sus métodos 
        de trabajo e instrumentos y, en tercer lugar, el del impulso de las negociaciones 
        comerciales con otros países, aprovechando al respecto las nuevas 
        condiciones de la competencia económica global resultantes de profundos 
        cambios en la realidad internacional.  Es precisamente en relación a lo avanzado en esos frentes de acción 
        que puede apreciarse el valor agregado en San Juan a la construcción 
        de un "barrio amigable", con vecinos que quieran y sepan convivir. 
        Cabe destacar que una lectura correcta de los resultados de la Cumbre 
        requiere tomar en cuenta simultáneamente lo producido en los tres 
        frentes, ya que están muy vinculados entre sí.  El primer frente es el de la consolidación de la alianza estratégica 
        entre la Argentina y el Brasil. Lanzada con los acuerdos Alfonsín-Sarney, 
        en sus aspectos sustanciales ella se mantiene inalterable transcurrido 
        un cuarto de siglo. Se sostiene en dos pilares básicos. Uno es 
        el de la confianza recíproca en relación a los múltiples 
        desdoblamientos del desarrollo nuclear de la Argentina y del Brasil, y 
        de la valoración de la cooperación mutua en ese campo. Las 
        señales que han salido de San Juan indican que los dos países 
        mantienen sólidos sus compromisos al respecto. En el contexto del 
        entorno global y regional actual, éste no es un dato menor. Es 
        lo que hace de esta relación bilateral un núcleo duro de 
        paz y estabilidad política en América del Sur. Es lo que 
        contribuye a generar un clima favorable para que las empresas adopten 
        decisiones de inversión productiva que permitan desarrollar el 
        enorme potencial que tiene hoy la región en el nuevo escenario 
        económico global.  Y el otro pilar básico es el de las preferencias económicas 
        y comerciales, concebidas como instrumentos orientados a facilitar la 
        transformación productiva conjunta y la capacidad para negociar 
        con otros países. Es un pilar que, a la vez que preserva su identidad 
        y dinámica de alcance bilateral, se inserta en el marco más 
        amplio de un Mercosur que, en múltiples aspectos, tiene una clara 
        dimensión sudamericana. Bien entendidos, los espacios institucionales 
        del Mercosur y de la Unasur pueden considerarse complementarios.  Segundo frente  El segundo frente es del desarrollo de todo el potencial del Mercosur. 
        Se sabe que es un proyecto multidimensional y de largo plazo.  Es un proceso continuo sin punto final ni garantía de irreversibilidad. 
        Al igual de lo que es evidente hoy con la Unión Europea, el Mercosur 
        no responde a ningún modelo de libro de texto ni de otras regiones. 
        Es, como debe ser: un intento de trabajo conjunto entre un grupo de países, 
        que procura responder a peculiaridades, intereses y realidades propias 
        de esta región.  En la práctica, no es fácil lograrlo y, por ello, siempre 
        parecerá incompleto y distante de cualquier idealización. 
        Incluso el calificativo de "imperfecta", que se suele utilizar 
        en el plano académico con respecto a la unión aduanera que 
        aspira a completar el Mercosur, puede estar señalizando dificultades 
        para entender cómo es el mundo real o una falta de lectura adecuada 
        de las normas que en el marco de la Organización Mundial del Comercio 
        definen lo que ellas entienden por tal modalidad de integración 
        de mercados.  La Cumbre de San Juan ha permitido lograr, entre otras cuestiones relevantes, 
        un progreso significativo en el desarrollo de elementos que habían 
        quedado pendientes desde que en diciembre de 1994 se aprobó en 
        Ouro Preto el arancel externo común. Ellos son el Código 
        Aduanero, la eliminación del doble cobro del arancel externo y 
        la distribución de la renta aduanera.  Lo acordado en los tres temas ha implicado conciliar intereses y visiones 
        distintas. En su etapa final, requirió creatividad técnica 
        y una buena dosis de voluntad política. Lo obtenido en San Juan 
        no implica haber concluido con la tarea, pero debe considerarse un claro 
        éxito de la presidencia que la Argentina ha ejercido en el Mercosur 
        en el primer semestre de este año.  Faltan pasos significativos, que incluso pueden ser difíciles 
        de dar, para que los compromisos asumidos sean efectivos y penetren en 
        la realidad. Pero ello es lo normal en cualquier proceso de integración 
        entre naciones soberanas y que no aspiran a dejar de serlo. Más 
        aún cuando ellas tienen marcadas asimetrías de dimensión 
        y de poder económico relativo.  La idea de recorridos lineales y sin sobresaltos no se compagina con 
        las realidades políticas y económicas. Por el contrario, 
        son procesos que siempre significan recorridos sinuosos marcados por crisis, 
        retrocesos y, a veces -como ha sido en esta ocasión- con saltos 
        hacia adelante. Incluso son procesos que pueden culminar en el fracaso 
        o en su metamorfosis en algo diferente a lo originalmente imaginado.  Hay que tener en cuenta para apreciar lo que falta recorrer en las cuestiones 
        que fueron aprobadas en San Juan, que en el pasado otros instrumentos 
        básicos del Mercosur, por ejemplo, en materia de defensa de la 
        competencia y del tratamiento de las inversiones, no han podido completar 
        el ciclo de su plena aprobación en el plano interno de cada país. 
        En cierta forma puede sostenerse que el Mercosur tiene varios "cadáveres 
        legales".  El propio Código Aduanero ya había sido aprobado en 1994 
        en una anterior versión. Quizá la acumulación de 
        acuerdos que no superan la etapa de su aprobación formal por el 
        Consejo del Mercosur, es uno de los indicadores más claros de las 
        insuficiencias institucionales del proceso de integración. Muchas 
        veces se aprueban normas comunes que no han sido suficientemente decantadas 
        por los filtros de los respectivos intereses nacionales o por las instancias 
        técnicas competentes de los gobiernos.  La necesidad de producir Cumbres exitosas ha demostrado en los veinte 
        años del Mercosur que ella puede ser, según sean las circunstancias, 
        o un factor que impulsa el avance real de la integración, o que 
        sólo genere episodios de "diplomacia mediática", 
        esto es titulares para la prensa del día siguiente que luego no 
        se traducen en hechos efectivos.  Tercer frente  Y el tercer frente de acción es el de las negociaciones comerciales 
        internacionales del Mercosur con terceros países.  En San Juan se firmó un nuevo acuerdo de libre comercio. Esta 
        vez ha sido con Egipto. Antes lo fue con Israel. Están además 
        los acuerdos preferenciales firmados con otros países en desarrollo. 
       Más que la importancia relativa de tales acuerdos, medida por 
        su incidencia en flujos de comercio y de inversiones, lo relevante es 
        que confirma una idea estratégica que, por momentos, ha sido cuestionada 
        en algunos sectores de países miembros. Ultimamente lo ha sido 
        por personalidades políticas y empresarias del Brasil.  Lo que se cuestiona es que el Mercosur pueda concretar negociaciones 
        comerciales preferenciales con otros países pero, en especial, 
        con aquellos con los cuales las relaciones económicas son o pueden 
        ser muy significativas.  Se ha planteado entonces la necesidad de privilegiar negociaciones bilaterales 
        que requerirían cambiar normas sustantivas del Mercosur. Y que 
        podrían conducir a un deterioro de la necesaria confianza recíproca, 
        en todos los planos, que es la base de sustentación de la idea 
        de alianza estratégica impulsada en el último cuarto de 
        siglo.  De allí la importancia de señales que han surgido con nitidez 
        de San Juan en relación a las negociaciones birregionales con la 
        Unión Europea que han sido recientemente relanzadas.  Tres señales pueden ser destacadas. Una y fundamental, es la reiteración 
        del compromiso de los socios de profundizar el Mercosur, incluso colocando 
        diferendos comerciales en la perspectiva más amplia de una idea 
        estratégica que trasciende lo económico.  Conviene al respecto recordar una definición que dio hace no mucho 
        el canciller brasileño Celso Amorim cuando señaló 
        que para Brasil el Mercosur era sinónimo de paz y estabilidad política 
        en América del Sur.  Una segunda señal resulta precisamente de las medidas adoptadas 
        para completar los instrumentos básicos de una unión aduanera. 
        Tanto el Código Aduanero, como el doble cobro del arancel externo 
        y la distribución de la renta aduanera, han figurado en un lugar 
        prioritario en las expectativas de la Unión Europea para negociar 
        con el Mercosur.  Y la tercera señal ha sido la reiteración por parte del 
        presidente Lula sobre su interés en que se avance rápido 
        en la negociación birregional.  |