| Félix Peña cree que conmemoraciones como la del Bicentenario 
        son "una excelente oportunidad para mirar hacia el futuro capitalizando 
        la experiencia del pasado". Y rápidamente enfatiza que una 
        de las primeras conclusiones que surgen de ese ejercicio es que "no 
        se puede trabajar con metas fijas, como si las cosas no se movieran en 
        torno a nosotros".  Director del Instituto de Comercio Internacional de la Fundación 
        Standard Bank, profesor en universidades nacionales y extranjeras, consultor 
        y directivo de diversos organismos, Peña acredita una trayectoria 
        de casi cinco décadas como especialista en relaciones económicas 
        internacionales, derecho del comercio internacional e integración 
        económica.  Lector y viajero incansable, cosmopolita por convicción y siempre 
        atento a las transformaciones que exhibe el escenario internacional, subraya 
        que, "como país y como sociedad" la principal enseñanza 
        que deja el pasado es "la necesidad de proyectarnos al futuro adaptando 
        continuamente objetivos y metas, hojas de ruta, y desarrollando, no sólo 
        una aptitud mental para captar los cambios, sino también el instrumental 
        de vuelo que nos permita tener la suficiente inteligencia competitiva 
        para comprender dónde estamos y dónde está el mundo 
        en relación con nosotros". Peña señala que gobiernos 
        de diversos países -como Brasil- han creado áreas de planeamiento 
        estratégico para el análisis y la evaluación de esos 
        cambios, y la consecuente elaboración de políticas que miren 
        hacia el futuro desde la perspectiva de lo nacional. Y aunque entiende 
        que el ámbito privilegiado para esta tarea debería ser el 
        Ministerio de Relaciones Exteriores, apunta que "cada provincia tiene 
        que estar con las antenas paradas" para ver cómo se posiciona 
        frente a los cambios en la demanda o la aparición de lluevas oportunidades. 
        Para poner apenas dos ejemplos, habla del caso del litio, donde la Argentina 
        podría convertirse en un proveedor alternativo a Bolivia, o de 
        la quinua, un alimento de origen andino que tendrá creciente importancia 
        y puede ser producido en el NOA. A propósito de las reflexiones que suscita el Bicentenario, dice 
        que la Argentina no siempre estuvo atenta al cambio de los vientos y las 
        corrientes marítimas que afectaban su capacidad para navegar. "Me 
        da la impresión de que como sociedad nos costó mucho damos 
        cuenta de que el mundo de los '30 del siglo pasado había cambiado. 
        Nos costó mucho comprender lo que significó, en términos 
        de re distribución del poder mundial, la segunda guerra y el papel 
        que Estados Unidos adquirió luego de ella. Y vuelvo a insistir 
        en la expresión como sociedad". No fue, por cierto, la única 
        dificultad: "Vamos a tener que desarrollar mayor capacidad para administrar 
        las complejidades. Hemos tenido una cierta tendencia a colocar todo en 
        blanco o negro. Nos ha costado administrar los grises, sobre todo en materia 
        de inserción internacional. En un tema al que algún tiempo 
        le he dedicado, que es el de la integración, en algún momento, 
        en los '90, el debate era o con Estados Unidos o con Brasil o con la Unión 
        Europea o con China. ¿Por qué no con todos? Una de las ventajas 
        que tenemos es que hay un motivo realmente sólido que nos impida 
        trabajar con ningún país. No hay uno solo con el que no 
        podamos hacerla. No conozco uno solo donde la gente no se alimente o donde 
        no haya un segmento más o menos destacado de clase media" 
        
 En esta materia, Peña procura despejar algunos prejuicios. "Hoy 
        en día, producir alimentos implica mucho de tecnología; 
        incluso, los alimentos diferenciados, con valor agregado y progreso técnico 
        incorporado, implican salarios reales elevados. El imaginario colectivo 
        se quedó con la imagen del campesino que trabajaba la tierra con 
        el arado, pero eso ha cambiado hoy completamente". Y advierte también sobre presuntas dicotomías: "Me 
        cuesta imaginar una Argentina moderna y capaz de generar bienestar para 
        toda su población que no esté plenamente inserta en el mundo, 
        explorando y explotando todas las oportunidades que nos brindan nuestra 
        excepcional dotación de recursos naturales y la creatividad y capacidad 
        de trabajo de los argentinos". Sin embargo, ello no se dará 
        mágicamente: "Se requiere una actitud positiva y optimista 
        sobre nuestras posibilidades, y una aptitud para proyectamos al futuro 
        y para adaptarnos a los continuos cambios que se seguirán produciendo 
        en el mundo, defendiendo duro, cuando corresponda, nuestros intereses 
        legítimos". Luego de subrayar la necesidad de entender la creciente complejidad de 
        un mundo cada vez más comunicado, donde las distancias han colapsado, 
        recuerda que Enrique Iglesias, ex presidente del Banco Interamericano 
        de Desarrollo, solía decir que los argentinos estaban en una mina 
        de oro y no se daban cuenta. Y dispara: "Yo soy de los que creen 
        que tenemos que darnos cuenta y capitalizarlo". A su juicio, hay un enorme potencial para cualquier economía que 
        se plantee la meta de ser inteligente y verde. "Inteligente en el 
        sentido de que todo lo que se haga sea producto de inyección de 
        conocimiento: un grano de soja o una computadora o un zapato de diseño 
        o material inteligente. Y verde, es decir, que de alguna manera tenga 
        la imagen de ser algo hecho por gente que respeta el medio ambiente en 
        la producción de bienes y la prestación de servicios. Y 
        creo que ahí tenemos ventajas competitivas muy fuertes a condición 
        de que reconozcamos que las cosas son dinámicas, complejas, que 
        nada es blanco o negro, y que lo nuestro es una mina de oro, literalmente 
        hablando".  Aunque se resiste a la recurrente tentación de "encontrar 
        en el pasado las explicaciones del pasado", cree que algunas dificultades 
        que emergen en la revisión histórica tienen su explicación 
        en la diversidad de orígenes con que se conformó el país. 
        "No vinimos para buscar complejidades. Éramos laburadores, 
        pero en el fondo, en el imaginario colectivo, esto era una especie de 
        hacerse la América. Y en nuestra principal producción, que 
        era la agrícola, tu suerte dependía de la lluvia y la langosta, 
        cosas que no podías controlar. Entonces, yo creo que eso fue formándonos en ser cortoplacistas 
        y en el blanco o negro: llueve o no llueve. Eso es el pasado, pero te 
        queda en los genes. Quizás por eso hemos tenido esa dificultad 
        para proyectarnos hacia el futuro, navegar la complejidad y los cambios 
        que se van produciendo en las circunstancias". Ya de regreso al presente y respecto de las tendencias de mediano plazo 
        que pueden incidir sobre la proyección de la Argentina en el escenario 
        mundial, Peña dice que no pueden descartarse tiempos aún 
        más turbulentos. "Se está recreando una tensión 
        clásica en las relaciones internacionales, entre anarquía 
        y orden, que no hay que subestimar y que en la historia larga del pasado 
        se ha traducido muchas veces en violencias y guerras", advierte. 
       No obstante, considera que, particularmente desde el punto de vista de 
        los vínculos comerciales, un factor central es la importancia creciente 
        de algunas economías en desarrollo, con mucha masa crítica 
        en términos de poder de consumo, pero también de producción. 
        "Pueden ser mercado -destaca-, pero también competidores, 
        y no deben llevar de ninguna manera a subestimar los grandes destinos 
        tradicionales de las últimas décadas. De allí que 
        haya que trabajar simultáneamente muchas opciones". En el ámbito de la región, Peña señala que 
        ser vecino de Brasil "es una gran noticia", dacio el crecimiento 
        real y potencial de su economía y la estabilidad que ha adquirido 
        su sistema político; pero agrega también hay que observar 
        lo que está sucediendo con Chile, Uruguayo Perú, que acaba 
        de poner en vigencia un acuerdo de libre comercio con China y se apresta 
        a concluir otro con la Unión Europea.  Esos cambios pueden representar amenazas y oportunidades. Por lo pronto, 
        "esto significa que, en términos de acceso al mercado peruano; 
        los europeos van a competir en igualdad de condiciones con nuestras empresas, 
        algo que ya están discutiendo los brasileños. No obstante, y en el mismo caso concreto de Perú, que se proyecta 
        con fuerza no sólo en minería, sino en todo lo relativo 
        a frutihorticultura, también se abren posibilidades de asociación 
        con diversos sectores. "El mundo actual y con más razón 
        el del futuro requiere que nuestro país participe activamente y 
        con aportes concretos, en múltiples redes de todo tipo -gubernamentales, 
        sociales, productivas, académicas y otras- y, en particular, enhebre 
        un tejido de alianzas con muchos otros países, especialmente con 
        los de nuestra propia región", explica.  En ese terreno, añade, "la gobernabilidad del espacio geográfico 
        sudamericano -esto es, el predominio de paz y estabilidad política 
        en las relaciones entre los países, lo que implica democracia y 
        cohesión social dentro de ellos- y la movilización conjunta 
        de todo el potencial productivo de la región son hoy el verdadero 
        sentido de la palabra integración. Para que ello se concrete, aclara, 
        se pueden utilizar múltiples mecanismos, dotados a la vez de flexibilidad 
        y de previsibilidad, con los que se logre un equilibrio razonable de los 
        intereses nacionales para resolver cuestiones cruciales de la agenda global 
        y de la regional". Entretanto, y cuando la mirada se dirige a lo que sucede en China, India, 
        todo el sur de Asia e incluso África -sin descartar a los Estados 
        Unidos o la propia Unión Europea, más allá de los 
        problemas que tienen hoy-, se constata que "las fuerzas profundas 
        están llevando al crecimiento de mercados para lo que sabemos producir, 
        en todo el mundo: dice Peña. Sin embargo, advierte: "Se va 
        a ir acentuando lo que alguna vez señalaba Alieto Guadagni: nuestro 
        problema en productos agrícolas no es un problema de acceso; es 
        un problema de oferta y no de demanda". Se trata de una producción que puede movilizar empleo, salarios 
        reales más elevados -y más bienestar, pero a condición 
        de que se haga "un esfuerzo muy grande para acondicionar el nivel 
        de nuestra oferta a la demanda, sabiendo por otra parte que ese mundo, 
        incluso el de los alimentos, se va a volver cada vez más competitivo, 
        porque mucha gente va a tratar de hacer lo mismo. No es, en todo caso, el único desafío. Así, señala 
        que en los próximos diez años se irá acentuando la 
        importancia relativa de la calidad de la conexión física 
        de los mercados, en la medida que los costos adicionales derivados de 
        malos desempeños logísticos pueden superar con creces los 
        relacionados con aranceles o restricciones no arancelarias. Y también 
        se verá incrementada la demanda por producción sustentable, 
        por atender los problemas del cambio climático y por preservar 
        los recursos naturales, un ámbito donde la región cuenta 
        con un privilegio no desdeñable: la abundancia de agua, "que 
        no es un dato de la realidad en buena parte del mundo y cada vez será 
        menos". Por eso, coincide con Gustavo Grobocopatel en que esta región 
        del continente es un gran reactor que transforma energía solar, 
        luz, en agua, alimentos y energía.  A esa ventaja, la Argentina suma el hecho de contar con una población 
        a la que define como "anárquica y creativa a la vez". 
        Según explica, "tenemos la globalización adentro nuestro, 
        somos una sociedad apta para manejar las diversidades", en la medida 
        que han terminado por reproducirse en el país las mismas complejidades 
        y diferencias culturales que caracterizan hoy al mundo contemporáneo.
 Para activar la "mina de oro", dice Peña, se requiere 
        de una suma de inteligencia competitiva, de gestión de conocimiento 
        y, sobre todo, de tecnologías organizativas, que permitan superar 
        "nuestra genética dificultad para trabajar juntos, para generar 
        sinergias, dentro fuera del país; nuestra tendencia arraigada a 
        la fragmentación y al individualismo".
 "Esa gran dificultad para trabajar en equipo puede tener explicación 
        del pasado. Esta mezcla de gente proveniente de horizontes tan diversos 
        no se hizo -en buena medida por suerte- en torno a un núcleo duro, 
        como sí ocurrió con el WASP (white, anglo-saxon, protestant) 
        en Estados Unidos, donde finalmente ahora está empezando a aflorar 
        en todo su potencial la diversidad americana. O incluso en Brasil, que 
        tuvo un núcleo duro descendiente del imperio portugués; 
        explica.  Sin caer en triunfalismos, Peña es decididamente optimista. Está 
        convencido de que "tenemos lo que el mundo necesita" y de que 
        es posible producir mejor mediante una economía "centrada 
        en la inteligencia y en el culto al medio ambiente, a lo verde: smart 
        and green. Asegura que, tan pronto como comienza a vérselo de esa 
        manera, no hay límite. Y concluye: "Ésa es mi sensación 
        en este Bicentenario y creo que es la misma que tuvieron los que hicieron 
        este país". |