| Como es natural cuando algo no fue previsto, la actual crisis global 
        genera desconciertos y, a la vez, expectativas contrapuestas. El impacto de la crisis global en el comercio mundial, las tendencias 
        al proteccionismo y la conclusión de la Rueda Doha son algunas 
        de las cuestiones principales del G20 en su Cumbre de Londres. El problema, 
        sin embargo, es saber si podrá acordar acciones que penetren efectivamente 
        en las realidades. En estos temas vinculados con el comercio internacional, 
        lo que ocurrió con lo acordado en la anterior Cumbre de Washington, 
        en noviembre pasado, no es necesariamente positivo. Cuando se presentan situaciones de crisis profundas, los desconciertos 
        conducen a evocar precedentes históricos, sea para interpretarlas 
        o para encarar soluciones. Uno de tales precedentes se refleja en el espectro recurrente de un escenario 
        con elementos similares a los de la pasada década del 30. Otro precedente muy evocado en estos tiempos se refiere a los Acuerdos 
        de Bretton Woods. ¿Podrá surgir del actual G20 un equivalente 
        funcional a lo que fueron tales acuerdos para la organización del 
        sistema internacional que surgió de la Segunda Guerra Mundial? 
        Hay algunas diferencias que no pueden desconocerse. La crisis global continúa expandiendo sus efectos. De lo financiero 
        se ha trasladado a la economía real. En algunos países hay 
        primeros síntomas de contagio al plano político. La historia 
        larga indica que esto es lo que suele ocurrir en momentos de crisis económicas 
        profundas. Y el impacto en el comercio mundial ya es notorio, sea en los 
        niveles de los intercambios como en las tendencias al proteccionismo. 
        La expresión des-globalización se está 
        instalando. Y la sensación que existe es que aún falta mucho 
        camino a recorrer antes que los datos de la nueva realidad global comiencen 
        a clarificarse. Como es natural cuando algo no fue previsto se observan desconcierto 
        y expectativas contrapuestas. Las positivas giran en torno al impacto 
        que tendrá el nuevo liderazgo americano y a los incentivos de supervivencia 
        que generan los precipicios. Las negativas se nutren en el temor a la 
        proliferación de imprevistos, en la eventual insuficiencia de lo 
        que podemos denominar el factor Obama es decir, la capacidad 
        del nuevo presidente de los EE.UU. para generar iniciativas a la altura 
        de la crisis y, en particular, en la evolución futura de 
        la economía china. Cuando el G20 se reúna en su Cumbre de Londres es probable que 
        al menos el factor Obama esté más claro. Se 
        podrá apreciar, en ese momento, el real impacto de las medidas 
        de reactivación aprobadas el 13 de febrero por el Congreso de los 
        EE.UU. También estarán más claros los efectos de la crisis 
        sobre el comercio mundial y sobre las políticas comerciales de 
        los principales países. Lo concreto, por ahora, es que el proteccionismo 
        ha retornado como problema relevante de la agenda comercial internacional. 
        Como consecuencia de ello, el debate sobre sus modalidades, alcances e 
        impactos reales se ha intensificado. En gran medida está centrado 
        por ahora en el proceso preparatorio de la Cumbre del G20. Fue un tema 
        central en la reunión organizada en Lausanne, el pasado 3 de febrero, 
        por el IMD junto con el Evian Group y la Cámara de Comercio Internacional. 
        Es un debate que se refleja además, en un nivel de excelencia, 
        en Voxeu con la moderación de Richard Baldwin y con la participación 
        de especialistas de prestigio internacional. El G7, en su reunión en Roma el 13 de febrero, retomó junto 
        con las cuestiones vinculadas a la estabilización de la economía 
        global y de los mercados financieros, y a las reformas del sistema internacional 
        el tema del impacto de la crisis global en el comercio mundial, que ya 
        había ocupado un lugar central en la primera Cumbre del G20, realizada 
        en Washington en noviembre pasado (ver el texto completo del comunicado 
        de Roma, en http://www.ft.com/). 
        Pero en esta cuestión sólo reitera en un corto párrafo 
        lo entonces acordado. Como señala en su comentario editorial el 
        diario Financial Times del 14 de febrero (http://www.ft.com/), 
        el G7 talks better than it acts. Lo que antes llegó 
        a ser un directorio de las grandes potencias es hoy, por sus limitaciones, 
        un reflejo de los cambios que se están operando en la distribución 
        del poder mundial. El impacto de la crisis global en el comercio mundial, las tendencias 
        al proteccionismo y la conclusión de la Rueda Doha han quedado 
        entonces como algunas de las cuestiones centrales de la agenda de la Cumbre 
        de Londres. El problema, sin embargo, es saber si en relación a 
        ellas el G20 podrá acordar acciones que penetren en la realidad. 
        Confronta al respecto un déficit de credibilidad.  Concretamente, lo que se acordó en Washington sobre el proteccionismo 
        y, en particular, sobre la conclusión de la Rueda Doha no pudo 
        cumplirse. En diciembre, Pascal Lamy, el director general de la OMC, tuvo 
        que constatar que el mandato de la Cumbre no había sido suficiente 
        para que los negociadores en Ginebra pudieran ponerse de acuerdo sobre 
        las modalidades de las negociaciones multilaterales. Era un acuerdo necesario 
        para poder entrar en la etapa final de un proceso que arrastra sucesivos 
        fracasos. Por lo demás, la función de monitoreo que la OMC efectúa 
        sobre las tendencias al proteccionismo se ve limitada por el hecho de 
        que no siempre recibe, al menos a tiempo, la información oficial 
        de los gobiernos, así como también por las características 
        que tienen las medidas que se aplican (ver al respecto el documento JOB(09)/2 
        del 26 de enero de 2009, titulado Report to the TPRB from the Director-General 
        on the Financial and Economic Crisis and Trade-Related Developments, 
        así como la exposición de Pascal Lamy en la reunión 
        del Órgano de Examen de las Políticas Comerciales del 9 
        de febrero, en la que alertó que, con un crecimiento del comercio 
        estancado, las frágiles perspectivas económicas de 
        todos los Miembros de la OMC se han vuelto especialmente vulnerables a 
        la introducción de nuevas medidas que cierren el acceso a los mercados 
        o distorsionen la competencia, ver el texto completo de su presentación 
        en http://www.wto.org/). 
        El hecho de que el nuevo proteccionismo a veces resulta de decisiones 
        empresarias eventualmente estimuladas por políticas públicas 
        complica el ejercicio del monitoreo por la OMC. Cuando se presentan situaciones de crisis profundas, los desconciertos 
        conducen a evocar precedentes históricos, sea para interpretarlas 
        o para encarar soluciones. Vale la pena al respecto recordar el libro 
        de Jean-Christophe Rufin, LEmpire et les nouveaux barbares (J.-Cl. 
        Lattès-Poche Pluriel, París, 1991), cuando tras la caída 
        del Muro de Berlín encuentra en la derrota de Cartago frente a 
        Roma un precedente que ayudaba a entender lo que entonces estaba ocurriendo. Uno de tales precedentes se refleja en el recurrente espectro de un escenario 
        con elementos similares a los de la pasada década del 30, 
        esto es, la de una reacción en cadena de políticas de proteccionismo 
        estructural. Las diferencias sin embargo son notorias. Tres merecen destacarse. La primera es que en aquella época no existía un sistema 
        multilateral como el de la OMC. Sus reglas y disciplinas colectivas implican 
        un límite al poder discrecional de los países para restringir 
        o distorsionar corrientes de comercio. Constituyen, en el decir de Lamy, 
        una especie de red de seguridad contra el proteccionismo. No habría 
        espacio hoy para algo similar a la Smoot-Hawley Tariff. Pero el problema 
        es que en muchos casos, el sistema multilateral establece un techo suficientemente 
        alto como para que bajo él se cobijen múltiples modalidades 
        de proteccionismo.  Especialmente aquellas de nueva generación, sutiles y difíciles 
        de detectar, que resultan de una gama amplia de restricciones no arancelarias, 
        incluso originadas en el propio sector empresario aliado con los consumidores 
        reglas privadas que inciden, por ejemplo, en la comercialización 
        de alimentos, o en el efecto que produzcan las medidas que están 
        aplicando los países en el intento de contrarrestar impactos de 
        la crisis en el nivel de la actividad económica y del empleo. La segunda diferencia surge de la internacionalización de la producción 
        que se ha desarrollado con intensidad en las últimas décadas. 
        Muchas empresas de muchos países y no sólo de los 
        más industrializados operan en el ámbito de cadenas 
        de valor de escala global. Un proteccionismo descontrolado significaría 
        una costosa complicación en procesos productivos que abarcan múltiples 
        países y regiones. La orquestación de redes transnacionales 
        de producción se vería fuertemente afectada en el caso de 
        un proteccionismo generalizado, e incluso en el filibusterismo que puede 
        resultar de medidas aparentemente inocuas. Desatar el tejido productivo 
        global, retornando a un escenario de mercados compartimentados, no parece 
        ser una contribución eficaz para superar la actual crisis económica 
        mundial, ni tan siquiera para preservar fuentes de empleo. Menos aún, 
        para evitar sus repercusiones en el plano de la paz y la estabilidad política, 
        dadas las reacciones en cadena que pudieran producirse. Y la tercera diferencia es que se supone que los pueblos aprenden de 
        sus errores. Y los de la década del 30 fueron suficientemente 
        dramáticos como para que no se extraigan lecciones para estos tiempos. 
        Una importante se refiere a los costos de la inexistencia de instituciones 
        que permitan a las naciones disciplinarse y encarar juntas problemas colectivos. 
        Tal lección condujo al actual sistema multilateral de comercio, 
        como parte de una red más amplia de instituciones de cooperación 
        internacional. Más allá de las insuficiencias que ellas 
        presentan hoy, constituyen una densa red de bienes públicos, globales 
        y regionales, a preservar y fortalecer. Capitalizar entonces las lecciones del pasado es hoy una tarea prioritaria. 
        Un plano en que ello parece fundamental es el de la OMC en la coyuntura 
        actual. Al respecto, tres líneas de acción surgen como inmediatas. La primera consiste en cumplir con el mandato que el G20 diera en su 
        reciente Cumbre de Washington, en el sentido de concluir con la Rueda 
        Doha y de aplicar una especie de tregua proteccionista. Como 
        señalamos antes, el que no se haya logrado aún afecta la 
        credibilidad del G20. Antes de la Cumbre de abril en Londres, parecería 
        fundamental entonces enviar señales claras en el sentido de que 
        el mandato puede cumplirse. Aun cuando fuere una Rueda Doha con resultados 
        menos ambiciosos que los originalmente previstos. El G7 en Roma sigue 
        propiciando una Rueda Doha ambiciosa. Pero tras el fracaso de diciembre, 
        resulta difícil ser optimista al respecto. La segunda línea de acción consiste en desarrollar un mecanismo 
        eficaz de vigilancia de las tendencias proteccionistas que contribuya 
        a la tregua incluyendo medidas que puedan ser compatibles con las 
        reglas actuales de la OMC. Dadas las limitaciones que tiene el Secretariado 
        de la OMC para poder cumplir con tal función, parecería 
        conveniente explorar ideas que permitan que el sistema de monitoreo eventualmente 
        uno paralelo al oficial sea alimentado por información suministrada 
        por fuentes no gubernamentales. Y la tercera es concretar la Conferencia Ministerial prevista para este 
        año y que tenga una agenda que no se limite a la Rueda Doha. Cómo 
        conciliar en los compromisos que se asuman, elementos de flexibilidad 
        con las necesarias disciplinas colectivas, especialmente en las respuestas 
        que se den a la actual crisis y a los requerimientos especiales de los 
        países menos desarrollados, debería ser un tema central 
        en la nueva agenda de la OMC. Una modalidad que se podría emplear 
        en tal Conferencia sería la de acompañarla por seminarios 
        paralelos en los que se examinen cuestiones de fondo que hacen al futuro 
        funcionamiento del sistema comercial global multilateral. Ellos podrían 
        ser preparados por reuniones multi-stake holders de alcance regional. El otro precedente, que se presenta con frecuencia, es el de los acuerdos 
        de la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, en Bretton 
        Woods, julio de 1944 (http://es.wikipedia.org/wiki/Acuerdos_de_Bretton_Woods). 
        Están en el origen del proceso que llevó, tras la Conferencia 
        de La Habana, al surgimiento del GATT. Lo ideal, por cierto, sería 
        que del actual G20 surjan acciones concertadas orientadas a renovar las 
        actuales instituciones de cooperación internacional, adaptándolas 
        a los desafíos del siglo XXI. Difícil es, sin embargo, que 
        ello ocurra. Al menos en el corto y quizá también mediano 
        plazo. La razón es simple. Bretton Woods fue posible porque estaba 
        ya claro dónde residía el poder mundial. Era la resultante 
        de una guerra, que si bien aún no había concluido, ya generaba 
        las condiciones de un liderazgo americano indisputable. Nada similar existe hoy. Todo indica que las nuevas realidades del poder 
        global tardarán en decantarse. Sólo entonces se podrá 
        saber cuál es el número que se agrega a la letra G, a fin 
        de calibrar un ámbito institucional global con suficiente masa 
        crítica para traducir decisiones en hechos concretos. No será 
        tarea fácil. Sólo se sabe que los números 2, 7 u 
        8 ya no son suficientes. ¿Qué criterios se podrán 
        utilizar para determinar cuáles son los países que sumados 
        puedan generar suficientes recursos de poder como para asegurar que lo 
        que decidan penetre en la realidad? Ello refleja un desafío de 
        eficacia pero, en especial, de legitimidad. En principio, dos tipos de países pueden reunir las condiciones 
        para ser las locomotoras de una nueva gobernabilidad global: los muy grandes 
        y los que tienen poder de arrastre en sus respectivos vecindarios. Los 
        muy grandes se distinguen por indicadores actuales o potenciales, relacionados 
        especialmente con su población, producto bruto, participación 
        en el comercio mundial (son los monster countries en el sentido acuñado 
        por George Kennan). EE.UU., China, India, Rusia, son los principales ejemplos. 
        Y los que tienen poder de arrastre son especialmente aquellos que han 
        demostrado condiciones de nuclear países vecinos en alianzas permanentes 
        y sustentables.  Normalmente reflejan liderazgos colectivos con un determinado grado de 
        institucionalización en un espacio geográfico regional. 
        Es el caso de los países europeos grandes que integran y lideran 
        la Unión Europea. Puede haber otros casos de países que 
        aspiran a liderar otras regiones. Pero no parecen reunir aún las 
        condiciones que sí presentan, por ejemplo, Alemania, Francia y 
        Gran Bretaña.A la espera de condiciones para un eventual Bretton Woods II, en el plano 
        del comercio mundial es recomendable seguir haciendo lo necesario para 
        fortalecer la OMC. Implica concluir la Rueda Doha, incluso en una versión 
        menos ambiciosa. Pero requiere, sobre todo, una agenda de trabajo que 
        permita encarar urgentes y eficaces respuestas a los efectos de la crisis 
        sobre el comercio y el desarrollo.
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