| Un momento oportuno para una reflexión proyectada al futuro  El sistema internacional está en un proceso de cambio radical. 
        Todo parecería indicar que los plenos efectos se verán con 
        mayor nitidez y en todas sus ramificaciones, sólo con el correr 
        de los próximos años. Pero ya es posible vislumbrar que 
        sus características más salientes serán distintas 
        a las que predominaron hasta no hace mucho, cualquiera haya sido el punto 
        de inflexión hacia la actual evolución [1]. Con tal telón de fondo, la conmemoración del Bicentenario 
        de la Revolución de Mayo, constituye una buena oportunidad para 
        efectuar algunos aportes, aunque sean parciales, a una reflexión 
        colectiva proyectada al futuro sobre los impactos que tales cambios puedan 
        tener en la política exterior de la Argentina.  Pero no son sólo aportes parciales a una reflexión sobre 
        la política exterior del país los que esbozaremos en este 
        artículo. El enfoque será más amplio ya que abarcará 
        asimismo a las relaciones externas de la sociedad argentina, entendidas 
        en el sentido más amplio de las conexiones e interacciones que, 
        en todos los planos y con muy variados contenidos, establecemos los argentinos 
        con nuestro entorno externo. En el caso del autor, significa continuar 
        un ejercicio iniciado hace muchos años sobre la Argentina en el 
        mundo que nos rodea [2]. En efecto, es un enfoque más amplio el que se requiere ya que 
        la política exterior en sentido estricto - esto es la definida 
        y ejecutada por el gobierno nacional, normalmente a través de su 
        Cancillería - se supone que procure reflejar, tras ser decantados 
        por el funcionamiento del sistema político democrático, 
        los posicionamientos de la sociedad en su conjunto - sus valores, intereses, 
        temores, frustraciones, esperanzas - ante desafíos y oportunidades 
        que resultan de sus conexiones e interacciones con las de otros países, 
        tanto a escala global como también en el espacio geográfico 
        sudamericano.  En tal perspectiva, el espectro posible de protagonistas de las relaciones 
        externas de nuestra sociedad es muy amplio, variado, heterogéneo, 
        dinámico y, por ende, plural. Abarca a los habitantes del país, 
        las empresas, las diversas organizaciones de la sociedad civil y, por 
        cierto, las instituciones gubernamentales (nacionales, provinciales y 
        locales). En la mayoría de los casos, sus conexiones e interacciones 
        con sus contrapartes en el resto del mundo, dan lugar a densas redes transnacionales 
        que no cruzan necesariamente por instancias gubernamentales. Reflejan 
        las ventajas en el plano de las relaciones internacionales, de la sociedad 
        abierta en el sentido de Karl Popper y de Ralph Dahrendorf [3].  Cabe tener presente además, el hecho que una condición 
        básica de toda política exterior eficaz, tanto en sus fases 
        de elaboración como de ejecución, es basarse en un diagnóstico 
        de las tendencias más profundas que se observan en un momento histórico 
        determinado, colocadas en la perspectiva de lo que ellas pueden significar 
        para el desarrollo político y económico, así como 
        para el accionar externo de un país.  Pero tal diagnóstico resulta más difícil efectuarlo, 
        cuando se enfrenta un cuadro internacional muy dinámico como es 
        el actual, que tiende a asimilarse a lo que se puede definir como propio 
        de un sistema revolucionario por contraposición a uno estable [4]. 
        Esto es, un cuadro de situación en el que los cambios sistémicos 
        tienden a ser radicales y en el que, además, su dirección 
        definitiva aún no puede ser distinguida con precisión. En 
        tales momentos, lo único que aparece como cierto es que el orden 
        previo no existe más, al menos en sus características estructurales 
        principales. Y que aún no se han consolidado los cimientos ni las 
        características de uno nuevo.  Ello parece ser así, especialmente, en lo que hace a la distribución 
        del poder entre los distintos protagonistas y a las tecnologías 
        de conflicto que pueden emplearse. El actual es un mundo en el que se 
        han multiplicado los protagonistas, en el que no todos los relevantes 
        son Estados, y en el que las formas de ejercicio del diálogo entre 
        naciones, pero también la de la violencia también han cambiado 
        radicalmente, tal como lo pusieran de manifiesto los dramáticos 
        acontecimientos del 11 de septiembre del 2001. Tiende a ser un mundo crecientemente 
        multipolar - salvo en lo que podría ser la definición de 
        un conflicto armado de alcance global y probablemente nuclear - y heterogéneo, 
        recurriendo a las categorías de Raymond Aron [5]. Por lo tanto, 
        potencialmente inestable. De allí que sea razonable trabajar en base a la hipótesis 
        de que las tendencias a la fragmentación y a la anarquía 
        internacional puedan aún predominar por mucho tiempo . En términos 
        de navegación, son estos momentos de marcadas incertidumbres, de 
        fuertes turbulencias y de baja visibilidad. Ello torna a la vez más 
        necesaria, pero también más compleja, la practica del arte 
        de correlacionar necesidades internas de un país con sus posibilidades 
        externas, propio de una política exterior eficaz [7]. En efecto, cambio, volatilidad, incertidumbre, son entonces palabras 
        que no pueden faltar en cualquier análisis del escenario internacional 
        actual. Todo indica que lo será más aún en el futuro. 
        El mundo ha entrado en una etapa en la que la expresión "arenas 
        movedizas" permite ilustrar sus características principales. 
       Desplazamientos de poderes relativos y de ventajas competitivas entre 
        las naciones, a veces muy acelerados, otras en cámara lenta, casi 
        por goteo, tornan difícil predecir el futuro. Hoy más que 
        nunca entender la lógica implícita en las relaciones entre 
        comunidades políticamente organizadas, en la feliz definición 
        de Raymond Arón [8], pero también el saber detectar hechos 
        cargados de futuro [9], tener ojo clínico para identificar fuerzas 
        profundas y sus eventuales orientaciones, es un requerimiento para tratar 
        de decodificar la dinámica de cambio internacional. Exige del analista 
        y del hombre de acción, una aptitud mental de cazador de blanco 
        móvil y no, por cierto, la más confortable del de blanco 
        fijo. Al menos cuatro rasgos sobresalen en el actual cuadro de situación 
        mundial, incluyendo tanto su dimensión política y de seguridad, 
        como la económica. Ellos son: 
        el predominio de las cuestiones globales de seguridad en las agendas 
          de las potencias centrales, así como también una creciente 
          incidencia de las cuestiones regionales de seguridad en las de los países 
          latinoamericanos;
 
la constante erosión de las fronteras entre las cuestiones 
          internas y las externas en las agendas políticas y económicas 
          de la mayoría de los países;
 
la perplejidad de los ciudadanos e incluso de los sectores dirigentes, 
          ante el nuevo cuadro de situación que se observa, tanto en el 
          plano de la seguridad -incluyendo la dificultad de identificar al enemigo- 
          como en el de la competencia económica global -tomando en cuenta 
          los efectos ambivalentes de la globalización y sus impactos, 
          tanto sobre las identidades nacionales como sobre el constante desplazamiento 
          de las ventajas competitivas-, y
 
el desgaste de los paradigmas dominantes en décadas anteriores, 
          tanto en el plano de la seguridad internacional como en el de la competencia 
          económica global y en el de la organización de los sistemas 
          económicos y sociales nacionales. El predominio de la paz y la estabilidad a escala global parece ser algo 
        obvio para los intereses nacionales de la Argentina. Siendo un país 
        con recursos de poder limitados, al menos en relación a los de 
        las grandes potencias e incluso a varios de las llamadas naciones emergentes, 
        su capacidad para la construcción de un orden internacional y, 
        al menos, impedir un deslizamiento hacia la anarquía internacional, 
        es baja. Y es obvio que sería éste un deslizamiento no conveniente 
        para los intereses nacionales.  De allí que parece recomendable centrar una parte sustancial de 
        la política exterior del país en los próximos años, 
        aprovechando al máximo los recursos de poder limitados disponibles, 
        en ejercer influencias y plantear enfoques e ideas - poder blando o soft 
        power [10]-, que acentúen tendencias al orden internacional en 
        torno a principios de un multilateralismo eficaz. El objetivo tiene que 
        ser el permitir, a través de un inteligente tejido de coaliciones 
        y alianzas con países con intereses y valores similares - like-minded 
        countries -, muchas veces en cuestiones específicas donde el peso 
        relativo del país es mayor - como por ejemplo, en el subsistema 
        regional sudamericano, en el del Atlántico Sur y en el de los alimentos 
        -, el efectuar contribuciones al objetivo de ampliar el espacio para el 
        orden en el sistema internacional, y a neutralizar así las tendencias 
        a la fragmentación y a la anarquía internacional.  Teniendo en cuenta la ubicación geográfica de la Argentina; 
        su lugar en la estratificación del poder político, económico 
        y militar global; el grado de desarrollo político y económico 
        que ha alcanzado luego de casi doscientos años de vida independiente, 
        y su dotación de recursos naturales y humanos, al menos tres condiciones 
        sobresalen para una estrategia eficaz de inserción internacional. 
        Esto es, aquella que le permita aprovechar un escenario global en profunda 
        transformación, pero cuyo balance de desafíos y oportunidades, 
        de combinación de buenas y malas noticias, de ser bien interpretado, 
        puede ser favorable al desarrollo del país.   Son ellas condiciones que requieren operar no sólo en el plano 
        de la política exterior en el sentido más estricto, pero 
        también en el de las relaciones exteriores de la sociedad argentina. 
        Ello es así dado que en los tres casos, la eficacia de la política 
        exterior dependerá en gran medida, en que ella esté sustentada 
        en densas redes de conexiones e interacciones, con amplia variedad de 
        contenidos, que tejan múltiples protagonistas de la vida política, 
        económica y social del país (las empresas, los partidos 
        políticos, las organizaciones sociales, las instituciones académicas, 
        los medios de comunicaciones, que operen desde el país con un alcance 
        transnacional). Pero para que así sea, también parece fundamental 
        que la política exterior se alimente de insumos provenientes de 
        tales redes. Son las sinergias resultantes entre el trabajo conjunto de 
        una sociedad y su gobierno, las que permiten lograr eficacia en el accionar 
        externo de un país.  En nuestra opinión, tales condiciones son,  
        un pleno aprovechamiento de las múltiples opciones que se presentan 
          a escala global, como consecuencia del acortamiento de todo tipo de 
          distancias, no sólo las físicas, así como por la 
          creciente redistribución del poder mundial - o sea, una inserción 
          externa multipolar -;
 
la creación de un entorno regional de paz y estabilidad política, 
          donde predomine la lógica de la integración por sobre 
          la de la fragmentación y el conflicto - o sea, un barrio de calidad 
          o amigable -, y
 
un sector empresario en el país, en el que predominen visiones 
          estratégicas de largo plazo, a fin de poder proyectar al mundo 
          su capacidad, existente o a desarrollar, de producir bienes y de prestar 
          de servicios - o sea, un núcleo duro mínimo de empresas 
          con intereses ofensivos -. Efectuaremos a continuación algunos aportes en relación 
        a esas tres condiciones, consideradas tanto en la perspectiva, tanto a 
        través de la política exterior, en sentido estricto, como 
        en el más amplio de las relaciones externas de la sociedad. El pleno aprovechamiento de un mundo de múltiples opciones La primera condición para una inserción externa eficaz 
        de la Argentina es la de la multipolaridad. Aprovechando el hecho que 
        han colapsado las distancias y que el país no tiene razones para 
        limitar sus relaciones con ningún país - salvo aquellas 
        que pudieran resultar de medidas que se adopten, por ejemplo en el ámbito 
        institucional de las Naciones Unidas -, tal alcance multipolar implica 
        el desarrollo de una estrategia orientada a aprovechar todas las opciones 
        que se están abriendo hoy en el mundo, especialmente, para el comercio 
        exterior del país, así como para sus potenciales fuentes 
        de inversiones directas y de progreso técnico.  En la mayoría de los países tal estrategia multipolar suele 
        ser "daltónica". Esto es, no siempre distingue colores 
        ideológicos o culturales (en el célebre lema de Deng Siao 
        Ping sobre el color del gato). Buscar sacar provecho de las múltiples 
        opciones resultantes del surgimiento de nuevos protagonistas - los casos 
        más notorios son China e India -, de nuevas cuestiones dominantes 
        - tales como la energía, el cambio climático y formas novedosas 
        del ejercicio de la violencia transnacional, incluyendo su privatización 
        [11] - y, en particular, del hecho que se habría entrado en una 
        etapa de marcada demanda global de alimentos y de otros recursos naturales 
        que, en términos relativos, abundan en América del Sur. 
        Ello sin perjuicio de las variaciones que puedan resultar de volatilidades 
        económicas y financieras globales, como las que se han puesto en 
        evidencia en el primer trimestre de 2008. En el campo de las relaciones económicas internacionales - aspecto 
        central de la política exterior para un país como la Argentina 
        -, es una estrategia que se vería facilitada si la Rueda Doha, 
        de ser concluida este año permitiera, además de lograr los 
        resultados previstos en su agenda, el fortalecer la Organización 
        Mundial del Comercio (OMC), como un ámbito institucional multilateral 
        global eficaz. A pesar de que en el primer trimestre de 2008, pareciera 
        que será difícil que la Rueda Doha concluya este año, 
        en sí mismo ello no sería algo necesariamente negativo. 
        Otras Ruedas negociadoras en el ámbito del sistema GATT-OMC, también 
        se extendieron más allá de lo previsto. Pero sí lo 
        sería si trajera como consecuencia un debilitamiento del sistema 
        de la OMC, en su función de asegurar reglas de juego que faciliten 
        el comercio internacional en condiciones de igualdad de oportunidades 
        que, a su vez, contemplen los intereses de los países en desarrollo 
        y de los que, como el nuestro, se distinguen por su eficiencia en la producción 
        de alimentos y de otros bienes agrícolas.  En la agenda inmediata, la suerte de la Rueda Doha sigue ocupando un 
        lugar prioritario para los negociadores. Pero si finalmente se tornara 
        evidente que ella no pudiera concluirse este año, tal hecho podría 
        sin embargo, contribuir a lograr avances en un frente importante para 
        la diversificación de la inserción externa del país 
        - y de sus socios en el Mercosur - cual es el de las relaciones bi-regionales 
        con la Unión Europea [12]. En cualquier escenario, sin embargo, conviene al país promover 
        la intensificación del desarrollo de las relaciones del Mercosur 
        con economías emergentes, incluyendo los países de la ASEAN, 
        cuyas metodologías deberían ser atentamente consideradas 
        en relación al futuro de la integración económica 
        en la región sudamericana [13]. Tienen al menos dos virtudes. La 
        primera es su flexibilidad, combinada con el reconocimiento que es el 
        interés político el que finalmente nutre un proceso de integración 
        económica. Y la segunda, es que no pretende apegarse a lo que podríamos 
        denominar fórmulas de libro de texto, esto es, lo que la teoría 
        indica - especialmente la del comercio internacional - que deberían 
        ser las modalidades de integración de economías que comparten 
        un espacio geográfico regional. Un entorno regional de paz y estabilidad política La segunda condición mencionada es la de la inserción del 
        país en un entorno regional amigable y de calidad. Cabe destacar 
        que por mucho tiempo, en la perspectiva de su política exterior 
        el entorno regional de la Argentina estaba esencialmente limitado a los 
        países del denominado Cono Sur [14]. Se concentraban además 
        allí las principales conexiones e interacciones regionales de la 
        sociedad argentina. Incluso en las relaciones con los Estados Unidos y 
        con Europa, en el siglo veinte había una clara diferenciación 
        entre los países sudamericanos ubicados al Norte o al Sur del Ecuador 
        [15].  En los últimos años ello ha cambiado y mucho. Como lo fuera 
        sobre todo en el siglo diecinueve [16], el conjunto de América 
        del Sur es cada vez más un subsistema internacional diferenciado, 
        con lógicas y dinámicas propias, determinadas por una historia 
        compartida y una geografía en la que las distancias - físicas, 
        pero sobre todo políticas y económicas - ahora se han acortado. 
        El factor energía - entre otros - ha acentuado la mutua dependencia 
        entre los países de este espacio regional, contribuyendo a tal 
        diferenciación.  Pero si bien América del Sur configura un subsistema internacional 
        diferenciado, tiene bordes difusos ya que en muchas cuestiones no puede 
        ser distinguido del más amplio de América Latina y del Caribe. 
        La última Cumbre del Grupo Río, realizada en marzo 2008 
        en Santo Domingo, lo puso en evidencia una vez más como ya había 
        ocurrido años atrás, precisamente cuando surgiera el Grupo 
        de Contadora. Concretamente para muchas cuestiones, especialmente vinculadas 
        al Norte de América del Sur, el papel de México es gravitante. Uno de los principales desafíos de la política exterior 
        argentina hacia el futuro, es el que plantea la gobernabilidad del espacio 
        geográfico regional sudamericano. Por ella entendemos la necesidad 
        de asegurar que en las relaciones entre los países que lo conforman, 
        predominen la paz y la estabilidad política. Esto es, que predominen 
        los factores que impulsan a la cooperación e integración, 
        como contraposición al predominio de la lógica del conflicto 
        y la fragmentación.  Que la región sudamericana vive momentos de profundos cambios 
        es un hecho. Ello es positivo, dadas las transformaciones que se están 
        operando en el sistema internacional, tanto en el plano de la seguridad 
        como en el de la competencia económica global.  Y, también la competencia por los mercados mundiales se está 
        modificando por la proliferación de nuevos protagonistas - sean 
        ellos grandes economías emergentes o complejas redes transnacionales 
        de producción, comercio y financiamiento -. En un mundo que cambia 
        sería ilusorio que la región no viva también sus 
        propias transformaciones. Ya ocurrió varias veces en el pasado. En tal contexto, la agenda sudamericana aparece dominada por cuestiones 
        de gobernabilidad interna de algunos de los países y de expectativas 
        insatisfechas de sociedades movilizadas, entre otros factores, por los 
        efectos acumulados de la vigencia de sistemas democráticos y de 
        la globalización de la producción y de la información. 
       Cómo traducir una vecindad geográfica con creciente interdependencia, 
        en un espacio en el que predomine la lógica de la integración 
        sobre la del conflicto y, eventualmente, la violencia, parecería 
        ser una cuestión que requiere de un efectivo liderazgo regional. 
        La construcción de un barrio regional de calidad, favorable a la 
        paz, al desarrollo y a la cohesión social, es lo que importa a 
        la gente y, en particular, a quienes adoptan decisiones de inversión 
        productiva, que es lo que genera empleo y contribuye a enfrentar los dilemas 
        que plantea la globalización. En los últimos años, se ha acentuado el carácter 
        multipolar de la inserción económica internacional de los 
        países sudamericanos, tanto los del Mercosur y Chile, como la de 
        algunos de los países andinos, especialmente Perú y Colombia. 
        Tal carácter se refleja en la estructura de su comercio exterior 
        y de los flujos de inversión extranjera directa, la que demuestra 
        una inserción externa diversificada, en orígenes y destinos, 
        a la vez con Unión Europea, la propia América Latina, los 
        Estados Unidos y, crecientemente, el Asia. Al respecto, parece conveniente 
        distinguir el espacio sudamericano del latinoamericano, que abarca además 
        a México, Centroamérica y los países del Caribe. 
        Una cuestión que ha adquirido en los últimos años 
        notoria relevancia, en parte por el papel activo desempeñado en 
        la región por el Brasil y también por Venezuela, es la del 
        liderazgo en el espacio geográfico sudamericano. ¿Qué país tiene mayores posibilidades de ejercer 
        un liderazgo en este espacio regional? Es una pregunta que está 
        presente en muchos análisis referidos a la política y a 
        la economía de la región. 
 Responder la pregunta de quien lo ejerce o puede ejercerlo, supone precisar 
        qué significa liderar una región. Requiere distinguir tres 
        conceptos [17]. En primer lugar el de la relevancia, que tiene que ver 
        con el grado de gravitación (poder, recursos, mercado, influencia, 
        prestigio) que un país pueda tener en definir la forma en que se 
        encaren cuestiones importantes vinculadas a la agenda regional. No sólo 
        debe tenérselo en cuenta, pero sería difícil articular 
        soluciones sin su participación. A su vez, el de protagonismo, 
        que significa que un país, especialmente si es relevante, procure 
        tener una presencia activa como actor de cuestiones importantes vinculadas 
        a la agenda regional. No se lo puede, entonces, dejar de tener en cuenta 
        al encararse una cuestión concreta. A veces, sin embargo, puede 
        ser una presencia activa más mediática que real, destinada 
        incluso a magnificar su relevancia. Puede ocurrir, asimismo, que un país 
        relevante no aspire a tener un protagonismo activo. Y, en tercer lugar, 
        el del liderazgo que implica que un país que opte por ser un protagonista 
        activo, cualquiera que sea su relevancia, aporte en relación a 
        tales cuestiones una visión estratégica e iniciativas aceptables 
        para los otros países involucrados.
 El liderazgo en el espacio geográfico regional sudamericano consistiría, 
        en tal perspectiva, en contribuir con visión estratégica 
        e iniciativas razonables a concretar un espacio regional en el que quepan 
        las diversidades, gracias al predominio de la idea de un trabajo conjunto 
        en relación a la agenda de cuestiones más importantes. El 
        liderazgo, entonces, se manifestará en la capacidad de un país 
        que es protagonista relevante - aún los más pequeños 
        pueden ser relevantes al respecto, como lo demostraron los del Benelux 
        en el camino que condujo al Tratado de Roma - de contribuir a la articulación 
        de intereses nacionales divergentes de todos los países involucrados. 
        Y de facilitar así el control de focos potenciales de dificultades, 
        como las que resultarían si en un país, especialmente si 
        se trata de un protagonista relevante, no se logran pautas estables de 
        gobernabilidad democrática.   Dado el carácter multipolar del espacio geográfico regional 
        sudamericano, el liderazgo es una tarea que requiere del protagonismo 
        activo de varios países relevantes. No de uno sólo. Por 
        su dimensión relativa Brasil puede tener mayor responsabilidad 
        e, incluso, potencial de influenciar sobre las realidades. Pero para ello 
        tendrá que acordar iniciativas al menos con otros protagonistas 
        relevantes con vocación de liderazgo como son, por su peso propio, 
        Argentina, Chile, Colombia y Perú, e incluso Venezuela, especialmente 
        por su relevancia como productor de hidrocarburos y por su protagonismo 
        activo, aunque muchas veces con una tendencia a ser más mediático 
        que real. Tendrá también que tener en cuenta la gravitación 
        de los Estados Unidos en la región, como también la de países 
        de la Unión Europea y, crecientemente, la de China. En muchas cuestiones 
        importantes de la agenda regional, han sido o son hoy, protagonistas relevantes. 
        En el complejo mosaico sudamericano, son muchos entonces los protagonistas 
        relevantes con vocación de liderazgo y muchas las opciones en términos 
        de coaliciones de geometría variable, las que dependerán 
        del tipo de cuestión a ser abordada.  De allí que una cuestión central en las relaciones futuras 
        de Argentina y Brasil - aspecto que sigue siendo central en la definición 
        de la política exterior de nuestro país -, cruza por responder 
        en la práctica la pregunta sobre el papel que puedan ejercer - 
        idealmente trabajando juntos en aras de un liderazgo colectivo - para 
        el desarrollo de condiciones de gobernabilidad en el espacio sudamericano, 
        así como en la construcción de bienes públicos regionales 
        que contribuyan al predominio de la lógica de integración 
        y neutralicen tendencias generadas por fuerzas centrífugas cada 
        vez más evidentes. Lo más probable es que lo harán 
        ejerciendo también sus propias diplomacias de alianzas múltiples 
        y variables, tanto en el plano regional como en el global. Empresas con intereses estratégicos ofensivos Y, finalmente, la tercera condición es la del protagonismo de 
        empresas con intereses ofensivos. Esto es un número mínimo 
        de empresas que operan en el país y que están en condiciones 
        de trazar y sostener en el tiempo, una estrategia activa de inserción 
        internacional.  Cabe tener presente al respecto que turbulencias, incertidumbres, desplazamiento 
        veloz de ventajas competitivas, son rasgos cada vez más evidentes 
        del entorno internacional en el cual las empresas intentan competir.  En tal contexto, tener éxito en el esfuerzo exportador del país 
        requerirá hacia el futuro que al menos tres condiciones sean reunidas 
        -además de una razonable estabilidad macroeconómica-. Son, 
        las estrategias ofensivas de las empresas para su inserción en 
        mercados externos; el apoyo que en el plano de la inteligencia competitiva 
        reciban de sus propias instituciones empresarias, y la obsesión 
        por colocarse en la perspectiva de la demanda externa. Empresas con estrategias ofensivas son aquellas que se insertan en redes 
        de producción y de servicios, de escala regional y global. O que 
        desarrollan las propias a través de inversiones. Muchas veces implica 
        la asociación con empresas de otros países. Ejemplos recientes 
        son, los del Grupo Los Grobos al asociarse con capitales brasileños 
        y de Exolgan, al asociarse con el Puerto de Singapur. Instituciones empresarias al servicio de estrategias ofensivas de las 
        empresas, son aquellas en condiciones de contribuir a la inteligencia 
        competitiva de sus socios. Ejemplo reciente es el estudio elaborado en 
        el 2007 por la Confederación Nacional de Industrias del Brasil. 
        En forma pormenorizada se analizan y evalúan allí los intereses 
        empresarios del Brasil en América del Sur, formulándose 
        recomendaciones concretas orientadas a incidir sobre políticas 
        públicas y estrategias negociadoras del país [18]. Y empresas obsesionadas por sus clientes externos, son aquellas que piensan 
        lo que pueden producir para el mundo, en función de la identificación 
        previa de gustos y preferencias predominantes en los clientes del exterior, 
        donde sea que estén. Implica un gran esfuerzo por captar lo que 
        se demanda y de posicionarse para ofrecerlo en tiempo oportuno y con calidad. 
        Las fuentes de información pueden ser numerosas: socios externos; 
        antenas de la Cancillería distribuidas en el mundo; navegación 
        experta por Internet; viajes y ferias; turistas extranjeros; mochileros 
        y diáspora argentina en numerosos países.  Algunas conclusiones  Pensar la política exterior de la Argentina de los próximos 
        años, requiere un buen diagnóstico de los cambios que se 
        están operando en el escenario global y también en el regional. 
        Es una tarea que involucra por cierto a las instancias gubernamentales 
        competentes. Pero involucra también a la sociedad en su conjunto, 
        que será en definitiva la que recibirá los beneficios o 
        sufrirá los perjuicios, de los aciertos o desaciertos que el país 
        tenga al trazar su derrotero futuro en el sistema internacional.  La conmemoración del Bicentenario de la Revolución de 
        Mayo, abre una oportunidad para una reflexión colectiva sobre modalidades 
        y alcances de las relaciones externas de la sociedad argentina y sobre 
        la política exterior del país.  Muchos son los desdoblamientos posibles para un debate nacional sobre 
        la inserción internacional del país en el mundo y en la 
        región. En este artículo sólo hemos querido aportar 
        algunas ideas sobre lo que consideramos son tres condiciones para enhebrar 
        una estrategia que sea eficaz.   Las tres condiciones mencionadas más arriba - inserción 
        multipolar; paz y estabilidad política en el espacio sudamericano, 
        y estrategias ofensivas de las empresas -, no son por cierto las únicas. 
        Probablemente sean necesarias, pero por cierto que no son suficientes. 
       Aspiran entonces a ser sólo una contribución parcial a 
        un amplio debate nacional en el que la sociedad en su conjunto participe. 
        Quizás pueda imaginarse en tal sentido una especie de Cabildo abierto 
        virtual, en el que la gente se exprese sobre como visualiza hacia el futuro 
        las relaciones exteriores de la sociedad argentina y su política 
        exterior. |