| La relación euro-latinoamericana es asimétrica pero relevante. 
        Ambas características se evidenciarán cuando los líderes 
        gubernamentales se reúnan en la Cumbre de Lima en mayo próximo. Al menos en tres planos se manifiestan las asimetrías de esta 
        relación transatlántica.  La del grado de desarrollo económico es la más notoria 
        y se destaca en las negociaciones comerciales bi-regionales. Del lado 
        latinoamericano genera expectativas no siempre satisfechas, en materia 
        de cooperación económica y con respecto a que tal asimetría 
        sea efectivamente tomada en cuenta a la hora de evaluar la reciprocidad 
        en las concesiones comerciales. Otra asimetría significativa es 
        la de la relevancia relativa de cada región para la otra. Se sabe 
        que en términos de comercio, inversiones y progreso técnico, 
        es más lo que Europa vale para los latinoamericanos, que lo que 
        ocurre a la inversa. Pero esto sólo refleja una fotografía 
        de lo actual. Proyectado hacia el futuro, el valor de América latina 
        crece tan pronto se toman en cuenta su importancia relativa en materia 
        de alimentos, energía y también de mercados potenciales 
        para empresas europeas que compiten en el mundo. Cobra mayor importancia 
        aún, si se coloca la relación bi-regional en la perspectiva 
        de otras cuestiones relevantes, tales como la del cambio climático 
        y, sobre todo, la de la gobernabilidad global. Pero la asimetría que más se pondrá en evidencia 
        en la Cumbre de Lima, es la del grado de organización de ambos 
        espacios geográficos regionales. Uno, se expresa hoy a través 
        de la Unión Europea -con sus instituciones, reglas, símbolos 
        y redes sociales- que cubre casi en su totalidad el respectivo espacio 
        regional y que incide en un ámbito significativo de políticas 
        públicas, incluso en el campo de las relaciones exteriores.  El otro, sigue desorganizado y disperso. Incluso está dominado 
        por disonancias conceptuales crecientes. Difícil será que 
        tales características no se evidencien en Lima. Además, 
        allí estarán presentes países que han resuelto la 
        cuestión de una asociación bi-regional con la Unión 
        Europea, como son los casos de Chile, México y los del Caribe inglés, 
        con otros que no lo han hecho aún. Los países centroamericanos 
        podrían lograrlo pronto. Los de la Comunidad Andina de Naciones, 
        si bien han comenzado sus negociaciones bi-regionales, tienen su cohesión 
        débil por ser el epicentro de muchas de las fracturas que se observan 
        en la región. Y los del Mercosur, que aún no ha resuelto 
        la cuestión del ingreso de Venezuela -sobre la que existen renovadas 
        dudas tras la reciente nacionalización de una importante inversión 
        argentina-brasileña-, siguen con su negociación bi-regional 
        estancada, aparentemente por la demora en resolver la cuestión 
        agrícola en las negociaciones de la Rueda Doha. Tampoco terminan 
        de despegar proyectos regionales ambiciosos, como el de la denominada 
        Unasur o la del Banco del Sur. La imprevista propuesta del Presidente 
        del Ecuador, de crear una Organización de Estados Latinoamericanos 
        -simbólicamente planteada junto al Presidente de México- 
        y el fracaso de la última reunión de Cancilleres de la ALADI 
        -donde no fue posible aprobar ninguno de los proyectos de decisión 
        planteados a su consideración-, tampoco contribuyen a instalar 
        la idea de una región organizada en torno a instituciones comunes, 
        que permitan articular un diálogo simétrico y eficaz con 
        la Unión Europea. Sin embargo, el hecho que la próxima Cumbre sea representativa 
        por el número de países que efectivamente participen al 
        más alto nivel, constituiría un indicador de la relevancia 
        que los respectivos gobiernos continúan atribuyendo a esta relación 
        transatlántica. Eso de por sí sería positivo. En 
        la medida, además, que la Declaración de Lima incluya cuestiones 
        que reflejen tal relevancia -particularmente por serlo también 
        en la actual agenda internacional global-, podría finalmente considerarse 
        que la reunión habría producido resultados positivos. |