| La incorporación de Venezuela torna más urgente la tarea 
        de afinar métodos de trabajo del Mercosur. Hay algo de tiempo, 
        ya que ella sólo se consumará plenamente cuando el Protocolo 
        que la formaliza sea ratificado por los cinco países, tras la aprobación 
        de los Congresos. Ello es así, por el hecho que tal Protocolo introduce 
        modificaciones que afectan la reciprocidad de derechos y obligaciones 
        entre los socios, regla de oro del Tratado de Asunción. Y es a la hora de encarar los problemas metodológicos del Mercosur 
        que algo se puede aprender de José Pekerman. Recientemente señaló 
        en el diario El País que "los jóvenes se dieron cuenta 
        de que, para superarse individualmente, era necesario mejorar lo colectivo" 
        y, agrega que "a veces se piensa que todos los grandes individualistas 
        van a hacer muy buen fútbol". El Mercosur abunda en individualismos nacionales. Uno de sus puntos débiles 
        es, precisamente, que a sus socios les cuesta asumir disciplinas colectivas 
        como clave en el trabajo en equipo. Una resultante es que las reglas de 
        juego son precarias. Se cumplen si es posible. De lo contrario se dejan 
        de lado. Eso afecta su credibilidad. En especial sobre la señal enviada 
        a las empresas de que invirtiendo en uno de los socios tienen garantías 
        de acceso a los otros. Por ello, son pocas las que invierten en función 
        del mercado ampliado, especialmente en los países con menor dimensión 
        relativa. Es una de las razones de la insatisfacción que se observa 
        en Paraguay y Uruguay. También en empresarios argentinos. Se ha 
        deteriorado así la eficacia del Mercosur en uno de los puntos políticos 
        más sensibles en cada socio, que es la generación de empleo 
        productivo.
 El Mercosur requiere reglas flexibles. En buena medida porque su arquitectura 
        debe contemplar diferencias pronunciadas de dimensión y de grado 
        de desarrollo entre los socios. Pero es necesario conciliar flexibilidad 
        con previsibilidad. No sólo para convencer a inversores. También 
        para convencer a terceros países sobre las ventajas de negociar 
        con el Mercosur. Al no lograrse tal efecto, deja de ser una plataforma 
        para competir y negociar en el mundo. Lo que se pierde en eficacia y credibilidad, 
        se gana en irrelevancia. Procesos como el del Mercosur no necesariamente 
        mueren. Pero sí dejan de ser considerados a la hora de las decisiones 
        de inversores o de terceros países. Un tema central de la agenda del Mercosur, es entonces mejorar su proceso 
        de producción de reglas de juego. Para ello se requiere que cada 
        país sepa qué es lo que quiere obtener de la integración. 
        Y se necesita que alguien facilite la puesta en común de intereses 
        nacionales en el marco de las reglas pactadas. Ello no implica reproducir 
        lo que significa Bruselas en la Unión Europea. Un modelo más 
        conveniente para el Mercosur, es el de la figura del Director General 
        de la OMC. Es decir, la de un articulador que facilite -gracias a su independencia- 
        la necesaria ingeniería de consenso. Es la función de ayudar 
        a colocar intereses nacionales en una óptica de conjunto o sea, 
        la de producir un trabajo en equipo.
 Es urgente restituir en el Mercosur el sentido de un verdadero trabajo 
        en común, que respete individualidades -incluso en el plano de 
        las relaciones con terceros países-, pero que las coloque en el 
        marco de una visión de conjunto y de reglas de juego que efectivamente 
        se cumplan. Un interrogante que plantea la incorporación de Venezuela 
        es sobre si efectivamente el Mercosur ganará ahora en coherencia 
        y en eficacia. La respuesta, con hechos, condicionará comportamientos 
        de inversores y de terceros países.
 Si bien en este momento la hipótesis de la desaparición 
        del Mercosur no parece creíble -difícil es imaginar un 'plan 
        B' para ninguno de los socios, y el retroceso a una zona de libre comercio 
        puede plantear más problemas técnicos y políticos 
        que soluciones factibles-, el riesgo de la irrelevancia está presente. 
        En tal caso, podría acentuarse la percepción de un Mercosur 
        de utilería, plagado de apariencias, débil en realidades, 
        incluso terreno cada vez menos fértil para recurrentes tentaciones 
        a la 'diplomacia mediática'.
 Entretanto, las fuerzas centrífugas en la región pueden 
        eventualmente acentuarse. En tal caso, la fragmentación sustituiría 
        la idea de integración. Sus consecuencias en la política 
        sudamericana son fáciles de imaginar. La historia de las relaciones 
        internacionales entre naciones vecinas brinda muchos ejemplos en tal sentido. 
        Una tentación sería la de que en cada socio predomine un 
        juego individual en las relaciones con terceros países. En tal 
        sentido algunos signos se han observado recientemente. La visita del Presidente 
        de la Comisión Europea al Brasil -país que no ejerce en 
        este momento la Presidencia del Mercosur- y el acuerdo entre el Secretario 
        de Comercio de los Estados Unidos y el Ministro de Desarrollo del Brasil, 
        constituyen hechos cargados de futuro. Conviene seguirlos de cerca. |