|  Dos perspectivas para una necesaria reflexión El objetivo de esta nota, es efectuar apuntes que faciliten una necesaria 
        reflexión sobre el futuro del Mercosur, colocándolo especialmente 
        en el cuadro más amplio de las relaciones entre la Argentina y 
        el Brasil. Tal reflexión debe ser efectuada, al menos con una doble perspectiva: 
        la de los requerimientos de cada uno de los socios, en el plano de 
          la transformación productiva y de la competitividad internacional, 
          todo ello en un marco de gobernabilidad democrática y de crecientes 
          expectativas de los ciudadanos, por mayor bienestar, equidad y cohesión 
          social. Son estos, requerimientos que presentan similitudes pero también 
          notorias diferencias entre los socios, en parte como consecuencia de 
          asimetrías de dimensión y de comportamiento de sus economías. 
          Tal diferencial incide en las expectativas de cada país y de 
          sus opiniones públicas, con respecto a la relación recíproca 
          y al proyecto de integración., y 
 
la de los desafíos y oportunidades que plantea a cada socio, 
          una realidad internacional en la que se observan tendencias profundas 
          a significativos cambios en el mapa de la competencia económica 
          global y, como consecuencia, en el de las negociaciones comerciales 
          internacionales.  Un debate confuso sobre el Mercosur y su futuro En el debate actual sobre el futuro del Mercosur, especialmente entre 
        argentinos y brasileños, inciden:  
        factores coyunturales vinculados con el comportamiento de las respectivas 
          economías en los últimos años -especialmente la 
          de la Argentina- y su impacto (a) en el comercio recíproco -que 
          se ha deteriorado con respecto a 1998, último año de expansión 
          del intercambio comercial y que presenta una tendencia a ser deficitario 
          para la Argentina, con algunos sectores sensibles, pero de poca importancia 
          relativa en el total de las corrientes de comercio, como son, por ejemplo, 
          el electrodoméstico y el del calzado-, y (b) en los flujos de 
          inversión externa, especialmente en el sector automotriz -que 
          se han concentrado en el Brasil-;
 
situaciones de arrastre desde hace varios años, como las del 
          tratamiento de las asimetrías económicas, con sus efectos 
          sobre los flujos de comercio y sobre decisiones de localización 
          de inversiones productivas. Al respecto, tres cuestiones son las más 
          controvertidas: (a) la planteada por la Argentina desde la devaluación 
          del Real en 1999 y reiterada más recientemente por el Ministro 
          Roberto Lavagna, sobre la introducción de salvaguardias en relación 
          a importaciones de algunos productos sensibles; (b) la de un código 
          de conducta en materia de incentivos a la inversión, y (c) la 
          del futuro régimen para el sector automotriz;
 
percepciones sobre aspiraciones de liderazgo en el espacio sudamericano 
          y en el plano global, reflejado este último, en la cuestión 
          de quien representaría a la región en una eventual nueva 
          silla permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, 
          y
 
aparentes dificultades de comunicación y de entendimiento entre 
          los respectivos liderazgos gubernamentales, a pesar de afinidades ideológicas 
          existentes. La confusión que por momentos se observa en el debate, alimenta 
        la imagen de crisis recurrentes y puede acentuar una creciente desvalorización 
        del Mercosur. Es difícil imaginar que ello sea beneficioso al interés 
        nacional de la Argentina o del Brasil, ni de sus socios. Especialmente 
        teniendo en cuenta el complejo entorno sudamericano.  En tal perspectiva, parece conveniente profundizar el diagnóstico 
        sobre cuáles son los principales factores que afectan la construcción 
        del Mercosur y, en especial el intercambio comercial y la pauta de distribución 
        de inversiones productivas entre sus socios. Ello permitiría precisar 
        si son las reglas de juego del Mercosur las que explican problemas existentes 
        o, si por el contrario, ellos derivan de la vecindad geográfica 
        y de eventuales deficiencias de competitividad estructural. En todo caso, 
        lo cierto es que pocos visualizan que las actuales reglas de juego estén 
        adaptadas a nuevas realidades de la competencia económica global 
        y regional, bien distintas a las de las dos décadas anteriores. Una visión desde la Argentina Debemos comenzar por tener presente que la proyección al mundo 
        de la capacidad de producir bienes y de prestar servicios, es una de las 
        cuestiones prioritarias de la agenda de la sociedad argentina. Es lógico 
        suponer que también lo sea para nuestros socios en el Mercosur. Los cambios que se están operando en la competencia económica 
        global, así como la propia opción de los argentinos por 
        una sociedad abierta, pluralista, moderna y democrática, han contribuido 
        a reinstalar en la agenda nacional la cuestión de su inserción 
        internacional, como una de las condiciones para satisfacer las expectativas 
        de bienestar de la población.  En el caso argentino, es crecientemente reconocida como una de las cuestiones 
        que requieren de una política de Estado, con los componentes de 
        legitimidad social, eficacia y continuidad que se necesitan para lograrla. 
        La experiencia de los últimos años, pone de manifiesto que 
        no es un objetivo fácil de concretar.  Pero las experiencias de otros países emergentes, permiten apreciar 
        que es una cuestión que no sólo requiere la movilización 
        de todas las energías sociales, sino que además, puede contribuir 
        a introducir factores positivos de cohesión social.  Incluso la cohesión social - junto con la estabilidad en las políticas 
        públicas y en las condiciones macro-económicas; la calidad 
        de la organización y una visión optimista de las oportunidades 
        que se generan en el entorno internacional -, es reconocida como uno de 
        los factores claves en la capacidad de un país para competir con 
        éxito en los mercados mundiales, así como también 
        para negociar con terceros países y con grandes bloques económicos. 
       Al respecto, en la Argentina se sigue percibiendo al Mercosur, a pesar 
        de sus notorias limitaciones y defectos, como un instrumento funcional 
        no sólo para la estabilidad política de la región 
        sudamericana, pero también para la inserción competitiva 
        de la producción nacional en el mercado regional ampliado -en especial, 
        en el brasileño-, y para facilitar la transformación productiva, 
        mejorando así el perfil competitivo y negociador en el mundo. Situación actual y principales desafíos del Mercosur. Sin perjuicio de otros, cabe tener presente tres principales rasgos que 
        han caracterizado el momento fundacional y el desarrollo del Mercosur. Ellos son: 
        una opción por la democracia, la transformación productiva 
          y la cohesión social, por parte de los socios. El que tal opción 
          se efectuara en el plano interno de cada país, originó 
          en los años ochenta la voluntad de trabajar juntos, permitiendo 
          el desarrollo de un embrionario tejido -notoriamente imperfecto- de 
          reglas de juego y de disciplinas libremente consentidas;
 
el bajo nivel de interdependencia relativa entre los socios, especialmente 
          en el momento fundacional. Aún hoy, el Mercosur representa menos 
          del 10% de las exportaciones del Brasil;
 
las asimetrías de poder relativo, de dimensión económica 
          y de grado de desarrollo entre los cuatro socios. La distancia existente 
          entre los dos socios de mayor dimensión con respecto a los dos 
          socios con economías más pequeñas - el Paraguay 
          y el Uruguay - es muy pronunciada.   La experiencia acumulada con el Mercosur desde su creación y 
        en particular, en estos diez años de vigencia del arancel externo 
        común, puede ser apreciada al menos desde tres perspectivas complementarias. 
       La primera es política. Se refiere al signo de las relaciones 
        que han enhebrado países vecinos con creciente pero despareja densidad 
        de conectividad en todos los planos. Son relaciones hasta hoy dominadas 
        por la lógica de la integración, frente a lo que ha sido 
        común en la historia entre naciones vecinas en todo el mundo, esto 
        es el predominio de la lógica de la fragmentación y, en 
        última instancia, la del dominio hegemónico e incluso la 
        absorción de los demás por parte de uno de ellos.  Más allá de tensiones ocasionales y de conflictos comerciales 
        naturales, se ha ido consolidando entre los socios del Mercosur, la idea 
        de la necesidad de un entorno contiguo que aspira a ser de calidad y de 
        confianza recíproca. Chile está claramente incluido en esta 
        idea. Es la idea que alimenta la noción de una zona de paz. Su valor 
        internacional se acrecienta en la medida que estos países puedan 
        ser visualizados como constituyendo un núcleo duro de la estabilidad 
        política sudamericana. Es un bien público que para ser preservado 
        y cultivado, requiere del ejercicio sutil de una diplomacia de integración 
        - no sólo gubernamental pero también de los actores sociales 
        internos -; de una actitud de cooperación activa por parte de países 
        industrializados con intereses en la región, y del tejido perseverante 
        de una densa red de conectividad en todos los planos - y no sólo 
        en el económico y comercial -Al respecto, la historia enseña 
        que suele ser más fácil retroceder que avanzar en la orientación 
        y la calidad de las relaciones entre países vecinos.  Hasta que punto un eventual colapso del Mercosur o su declinación 
        hacia un plano de marcada irrelevancia económica pudiera tener 
        un efecto de deterioro en este logro político, es una cuestión 
        que merece reflexión por parte de todos los que aprecian la importancia 
        de la inserción de cada uno de los países miembros en un 
        subsistema regional que pueda estar signado por la paz y la estabilidad 
        política.  La segunda perspectiva es la del intercambio comercial. Se relaciona 
        prioritariamente con los flujos de comercio de bienes y servicios entre 
        los socios. En este plano se observan en estos años de experiencia 
        acumulada, fluctuaciones que pueden ser explicadas por disparidades de 
        comportamiento de las respectivas economías -especialmente las 
        del Brasil y la Argentina- y, por momentos, también por pronunciadas 
        disparidades cambiarias.   La tercera perspectiva es la de la inversión productiva. Es probablemente 
        la más importante desde el punto de vista político y no 
        sólo económico. Significa visualizar el Mercosur como un 
        instrumento de transformación productiva de cada país socio 
        y, por ende, de incorporación de progreso técnico y de creación 
        de empleo calificado. Tiene que ver con la capacidad para competir a escala 
        global y no sólo regional. Es lo que le da sentido ante las respectivas 
        ciudadanías, a la idea tan difundida en los momentos fundacionales 
        de abrir para todos el acceso a un mercado de más de doscientos 
        millones de consumidores. En particular en Paraguay y Uruguay, se observa 
        un creciente malestar con respecto al logro de este objetivo fundacional 
        del Mercosur.  Algunas fortalezas y debilidades del Mercosur  La principal fortaleza del Mercosur es entonces su sentido político. 
        Para cada socio, implica un entorno contiguo -para Brasil abarca casi 
        toda Sudamérica- de paz y estabilidad política. Ello contribuye 
        a fortalecer la democracia. Abandonar hipótesis de conflictos bélicos 
        es, en definitiva, el gran aporte de la integración en Europa. 
        También lo es en el Mercosur. En ambas regiones existe una cierta 
        tendencia a perder la perspectiva de este logro. Esta fortaleza tiene valor económico. Al menos por dos motivos: 
        uno, el de neutralizar tendencias a una innecesaria competencia armamentista 
        y nuclear; el otro, el tornar creíble el objetivo de la puesta 
        en común de mercados, en aras a una transformación productiva 
        conjunta y de estimular así inversiones productivas.  La principal debilidad del Mercosur, es el alcance limitado y decreciente 
        de la preferencia económica entre los socios. Es la que se supone 
        puede brindar un estímulo a la inversión productiva para 
        el mercado ampliado, generando empleo. Ello es así, si es que el 
        inversor percibe que el mercado prometido es efectivo y no está 
        expuesto a restricciones discrecionales. En esa óptica, cobran 
        importancia los efectos sobre decisiones de inversión, de la mala 
        calidad de las reglas de juego y de asimetrías que desnivelan el 
        campo de juego en el Mercosur. En el nuevo mapa de la competencia económica global, todo socio 
        del Mercosur tiene, en teoría, múltiples opciones. La geografía, 
        sin embargo, introduce dos elementos de reflexión. El primero es 
        que difícilmente exista un "plan B" creíble al 
        Mercosur. Lo cual no excluye la necesidad de su continua adaptación 
        a nuevas circunstancias, preservando activos acumulados. El segundo es 
        que sí existe la posibilidad de una "realidad B" en la 
        región. Esto es, un retorno a un espacio sudamericano en el que 
        predomine la lógica de la fragmentación. No parece ser la 
        intención de ningún país semejante retroceso. Pero 
        la historia enseña que si la lógica de la integración 
        no tiene como fundamento un sentido político y un contenido económico 
        concreto, puede esfumarse aún cuando nadie lo desee.  Prioridades en la estrategia de inserción de la Argentina en 
        la región y en las negociaciones comerciales internacionales La estrategia de inserción en la competencia económica 
        global es una cuestión relevante en una agenda nacional proyectada 
        al futuro. En el caso argentino, en tal estrategia, el global, el regional 
        y el hemisférico e interregional, son ejes prioritarios. Están 
        conectados entre sí, se refuerzan mutuamente y requieren de acierto 
        en la apreciación de márgenes de maniobra, en la ejecución 
        de políticas públicas, y en el desarrollo de estrategias 
        empresarias y de negociaciones internacionales.  En el eje global, es necesario un buen diagnóstico sobre el nuevo 
        mapa de la competencia económica global y de las negociaciones 
        comerciales internacionales. Se observan tres rasgos que probablemente 
        se acentuarán en los próximos años. Uno es la tendencia 
        al crecimiento del comercio mundial de bienes: 21% en términos 
        nominales - el más elevado en los últimos 25 años 
        - y 9% en términos reales en 2004. Se espera para este año 
        un crecimiento menor, pero que aún así se estima llegará 
        al 6.5% en términos reales. Otro es el surgimiento de nuevos protagonistas 
        en la competencia económica global. Entre ellos China, que es ya 
        el tercer país en el ranking de 30 países que representan 
        el 92% del comercio mundial de bienes. El tercero es la gravitación 
        que los nuevos protagonistas tienen en la ingeniería del consenso 
        en la OMC, especialmente a través de coaliciones de geometría 
        variable por las que se expresan. En relación a este eje, es prioritario 
        para la Argentina el fortalecimiento de la OMC, a fin de lograr reglas 
        de juego que faciliten su proyección externa y la protección 
        de sus derechos por el sistema de solución de controversias. La 
        conclusión de la Rueda Doha, con los objetivos y plazos actualmente 
        previstos adquiere una relevancia prioritaria.  En el eje regional, especialmente en el espacio sudamericano, lo importante 
        es preservar dos elementos estratégicos centrales. Uno es la mencionada 
        idea de una zona de paz y de estabilidad. Es un objetivo político 
        de alto valor económico y valoriza, frente a cualquier país 
        con intereses en la región, el papel de moderación que pueden 
        desempeñar, en particular, la Argentina, Brasil y Chile. El otro 
        es precisamente el de fortalecer el Mercosur, renovando sus métodos 
        de trabajo. Implicará, de acuerdo a la experiencia acumulada, contemplar 
        las distintas realidades de sus socios, eventualmente recurriendo a enfoques 
        de geometría variable y diferentes velocidades, especialmente en 
        el plano del arancel externo común. Pero también implicará 
        avanzar en el plano institucional -a través del fortalecimiento 
        de la Secretaría Técnica y de la prevista creación 
        de un Parlamento del Mercosur-, a fin de obtener ganancias de eficacia, 
        de calidad de las reglas de juego, de capacidad de adaptación a 
        realidades fluctuantes y, en especial, de transparencia, representación 
        y legitimidad social.  En el eje hemisférico e interregional, las prioridades cruzan 
        por restablecer las negociaciones comerciales con los Estados Unidos y 
        con la Unión Europea. El ALCA está, por el momento, en un 
        limbo. La Cumbre de las Américas, en el mes de noviembre en Argentina, 
        podría ser una oportunidad para impulsar replanteos de fondo.  En cuanto a la idea de idea de una asociación estratégica 
        entre la Unión Europea y el Mercosur, ella no se pudo concretar 
        en octubre pasado. Se perdió una oportunidad que podría 
        tardar en repetirse. Ahora será cada vez más difícil 
        concluir este año las negociaciones. Tras los resultados de las 
        recientes consultas populares, la Unión Europea tiene otras prioridades. 
        Es difícil que pueda prestar mucha atención a sus negociaciones 
        comerciales internacionales. Menos aún lo querrán hacer 
        gobiernos débiles. Es una hora en que se tratará de no confrontar 
        nuevos reveses sometiendo a la aprobación de los Parlamentos un 
        ambicioso acuerdo bi-regional que necesariamente, en la perspectiva del 
        Mercosur, debe incluir avances significativos en el campo agrícola. 
        Quizás sea conveniente trabajar sobre la idea de una asociación 
        que permita un abordaje progresivo, en más de una etapa, de los 
        compromisos más sensibles para ambos lados.  Colocar los necesarios replanteos metodológicos del Mercosur, 
        en la perspectiva más amplia de los escenarios que puedan surgir 
        de las actuales negociaciones comerciales internacionales -cualesquiera 
        que sean los plazos en que ellas finalmente se concluyan-, permitiría 
        un enfoque más realista del proyecto de integración y, en 
        particular, facilitaría obtener una mayor funcionalidad entre las 
        realidades del bloque y los requerimientos internos e internacionales 
        de sus cuatro socios. En nuestra opinión, es difícil imaginar que las recurrentes 
        crisis del Mercosur terminen por un abandono del proyecto de integración 
        por sus socios. En tal perspectiva, la del Mercosur es más una 
        crisis de transición. No una crisis terminal. El reciente encuentro entre los Ministros Palocci y Lavagna -el pasado 
        13 de junio-, podría estar indicando una tendencia positiva. Esto 
        es, la del retorno al protagonismo de los responsables de las áreas 
        económicas en el tratamiento de las principales cuestiones del 
        Mercosur. Lo importante será que a pesar de las naturales divergencias, 
        se logre suficiente compatibilidad de posiciones a fin de preservar, a 
        través del tiempo, un cuadro de ganancias mutuas entre los cuatro 
        socios -y no sólo entre los dos principales-. Fortalecer la preferencia 
        económica entre los socios, parece ser una condición necesaria 
        para sustentar la voluntad política de continuar trabajando juntos. El desafío que encaran los actuales gobiernos es, entonces, el 
        de encontrar nuevos puntos de equilibrio en sus respectivos intereses 
        nacionales, y acertar en la definición de enfoques y métodos 
        de trabajo que permitan capitalizar las experiencias de los últimos 
        años. |