| El proteccionismo es una realidad de profunda raíz histórica. 
        Hoy en día lo practican todos los países, aún los 
        que predican las bondades del libre comercio. Lo que ha cambiado a través 
        del tiempo, y lo que cambia de país a país, son las modalidades 
        de protección de los mercados y la intensidad -incluso entusiasmo- 
        con las que se practica el proteccionismo. Vuelve recurrentemente a la 
        tapa de los diarios. Es decir, a convertirse en una cuestión importante 
        en la agenda política de un país, especialmente en períodos 
        de elecciones o cuando en los Parlamentos se tratan acuerdos internacionales 
        que, se supone, deben abrir mercados. 
 Desde la puesta en vigencia del GATT y, en particular, desde la creación 
        de la OMC, mucho se ha avanzado en el desarrollo de disciplinas colectivas 
        multilaterales en materia de protección de los respectivos mercados. 
        En la actualidad existen medidas de protección que son permitidas 
        por las reglas de juego del sistema de comercio multilateral global, por 
        ejemplo, aplicar aranceles hasta el límite de lo consolidado; pero 
        un número creciente de medidas proteccionistas no lo son. Como 
        en el caso del colesterol, una esencia de las reglas de juego de la OMC 
        es, precisamente, distinguir entre el buen proteccionismo y el malo. El 
        mecanismo de solución de controversias se supone que debe permitir 
        que tal distinción no quede sólo librada a la apreciación 
        unilateral y discrecional de un país miembro.  Las negociaciones comerciales multilaterales, como la Rueda Doha, tienen 
        precisamente, como uno de sus objetivos principales, reducir el espectro 
        de medidas permitidas que tienen o pueden tener efectos proteccionistas 
        y, por ende, de distorsión de los flujos de comercio de bienes 
        y de servicios. Un efecto concreto de tales negociaciones consiste en 
        restringir el espacio para la aplicación de políticas públicas 
        con efectos proteccionistas. Hoy, el proteccionismo se expresa en modalidades cada vez más 
        sofisticadas de medidas no arancelarias e, incluso, de políticas 
        públicas y reglas internas que inciden en la posibilidad de acceder 
        al respectivo mercado, por oferentes de bienes o prestadores de servicios 
        originarios en terceros países. Pueden referirse a la protección 
        de la salud o del medio ambiente, a la propiedad intelectual o a la defensa 
        de la competencia. En la práctica, el proteccionismo implica discriminar entre productores 
        de bienes o prestadores de servicios de origen nacional y aquéllos 
        que no son nacionales. La no discriminación y el tratamiento nacional 
        son, por ello, los principios centrales sobre los cuales se construye 
        el edificio del sistema comercial multilateral global, una de cuyas principales 
        finalidades es el desmantelar las barreras al comercio y generar condiciones 
        de igualdad de oportunidades en el intercambio global de bienes y de servicios. Los acuerdos comerciales preferenciales son excepciones al principio 
        de no discriminación de la OMC. En la perspectiva de este "club 
        global" del comercio internacional, pueden ser considerados como 
        "clubes privados". Son previstos y regulados en el artículo 
        XXIV del GATT-1994-. En esencia se prevén dos modalidades: las 
        zonas de libre comercio y las uniones aduaneras. Asimismo, la denominada 
        "cláusula de habilitación" -negociada y pagada 
        por los países en desarrollo en la Rueda Tokio, en 1979-, prevé 
        la posibilidad de que éstos celebren acuerdos por los cuales se 
        otorguen recíprocamente preferencias arancelarias, sin recurrir 
        a las antes mencionadas modalidades. La ALADI y los acuerdos preferenciales, 
        celebrados en su ámbito, se insertan en el marco legal de la OMC 
        aplicando la cláusula de habilitación. La tendencia actual es a la multiplicación de los acuerdos comerciales 
        preferenciales. El Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones, el NAFTA, 
        la Unión Europea, la ASEAN, son algunos de los más conocidos. 
        Todos ellos involucran naciones vecinas. Incluso persiguen, explícita 
        o implícitamente, objetivos que trascienden el plano del comercio 
        y tienen una dimensión política. Hay muchos otros -ya son 
        centenares y sigue creciendo el número- que son bilaterales e involucran 
        a naciones que no son contiguas. En su mayoría adoptan la forma 
        de zonas de libre comercio o de áreas preferenciales en el marco 
        de la cláusula de habilitación como, por ejemplo, el acuerdo 
        celebrado entre la India y los países del Mercosur. Todos son discriminatorios 
        con respecto a quienes no son miembros. Algunos discriminan con aranceles 
        externos comunes; otros, con reglas de origen específicas, o con 
        reglas de juego aplicables, por ejemplo, a los servicios, a las inversiones 
        y a las compras gubernamentales. Dos reflexiones merece la cuestión de los acuerdos comerciales 
        preferenciales en relación con el proteccionismo de los mercados. 
        La primera es que se observa una tendencia a una nueva modalidad de discriminación 
        entre "nosotros y ellos", que consiste en la discrecionalidad 
        en determinar qué país puede o no ser parte de un "club 
        privado". A veces, los criterios son objetivos como, por ejemplo, 
        la pertenencia a un espacio geográfico. Pero otras veces tienden 
        a ser explícitamente políticos. Por ejemplo, ser concebidos 
        en función de una estrategia más amplia en el plano de la 
        seguridad y de la política exterior de una nación. La segunda reflexión es que, dentro de un acuerdo comercial preferencial, 
        el objetivo de "libre comercio" o de "espacio económico 
        común" puede diluirse como consecuencia de la precariedad 
        de las reglas de juego. Esto es, si bien existen reglas jurídicas 
        comunes pactadas libremente por los socios, su aplicación queda 
        muchas veces librada a la voluntad discrecional unilateral de cada socio. 
        Cuando ello ocurre, la tendencia es que el respectivo acuerdo comercial 
        preferencial comienza a ser percibido por quienes elaboran estrategias 
        empresarias y adoptan decisiones de inversión, originando un proceso 
        "power-oriented" en lugar de ser "rule-oriented". 
        La consecuencia entonces es evidente. Se opta por invertir y localizarse 
        en el país o en los países de mayor dimensión económica 
        relativa. El Mercosur tiene como objetivo explícito establecer un mercado 
        común. Es el objetivo que legitima preferencias económicas 
        que se han otorgado los socios. Implica asegurar a quienes producen en 
        los respectivos mercados el acceso a más de doscientos millones 
        de consumidores. El problema que tiene hoy el Mercosur es que tal acceso 
        no está efectivamente asegurado. La precariedad es, como lo fuera 
        por años en la ALALC y luego en la ALADI, un rasgo distintivo de 
        las reglas de juego del Mercosur. Como señaló Arthur Dunkel 
        cuando era Director General del GATT, la precariedad en el acceso a los 
        respectivos mercados es la forma más perversa -por ser muchas veces 
        imperceptible e imprevisible- de proteccionismo. Afecta un objetivo estratégico 
        que se persigue con la apertura comercial, como es el incentivar las inversiones 
        productivas en función de los mercados ampliados. Si el objetivo 
        de los acuerdos comerciales preferenciales -especialmente entre países 
        de diferente dimensión económica- es, en la expresión 
        de Fred Bergsten del Instituto de Economía Internacional de Washington, 
        brindar un "seguro contra el proteccionismo" especialmente a 
        los países de menor dimensión económica relativa, 
        el Mercosur no ha podido aún cumplir con tal objetivo. Esta "agenda incumplida" del Mercosur -como señalara 
        recientemente el Embajador Carlos Amorim, nuevo Director de Integración 
        de la Cancillería del Uruguay- afecta, en particular, a las posibilidades 
        de atraer inversiones productivas al Uruguay y al Paraguay. No es por 
        cierto el único factor. Muchos factores que desnivelan el campo 
        de juego en la competencia económica entre los socios -originadas 
        no sólo en realidades económicas, sino además en 
        políticas públicas y reglas de juego- también explican 
        el grado de insatisfacción que se observa en los socios con respecto 
        al proceso de integración y sus crecientes problemas de credibilidad 
        interna e internacional. Un Mercosur débil y poco creíble no es un instrumento eficaz 
        para abrir efectivamente los mercados de los socios al comercio recíproco. 
        La propensión al proteccionismo unilateral y discrecional es una 
        de las explicaciones para ello. Pero tampoco es un instrumento eficaz 
        para llevar adelante negociaciones comerciales internacionales -sean globales 
        o preferenciales- que permitan abrir otros mercados para bienes y servicios 
        originarios en la región.  |