|  Con nuevos gobiernos en tres de sus países miembros -incluyendo 
        los de mayor dimensión económica-, es válida la pregunta 
        sobre si el Mercosur está entrando en una nueva etapa, tras atravesar 
        un prolongado período de inercia y de pobreza en su desarrollo.  Los claros pronunciamientos del Presidente Lula sobre la importancia 
        que el Brasil le atribuye al Mercosur, son signos positivos en relación 
        al futuro del proyecto conjunto de integración con la Argentina, 
        el Paraguay y el Uruguay. A ellos se agrega, ahora, los del nuevo Presidente 
        de la Argentina, Nestor Kirchner. Sin embargo, son pronunciamientos que deben ahora traducirse en propuestas 
        concretas, si es que se aspira a instalar elementos objetivos favorables 
        a la credibilidad en el Mercosur por parte de ciudadanos, inversores y 
        terceros países. Tales propuestas tienen que ver, en mi opinión, 
        con una clara voluntad política de los socios, especialmente los 
        de mayor dimensión económica, de cumplir con los compromisos 
        libremente asumidos y, por ende, de restringir su recurrente tendencia 
        a prácticas unilaterales que los violan o los distorsionan. Es 
        decir, que el Mercosur sólo volverá a ser creíble, 
        en la medida que los hechos demuestren que está efectivamente orientado 
        por reglas que se cumplen ("rule-oriented process").  La cuestión planteada en el primer párrafo tiene relevancia 
        por lo menos por dos motivos. El primero, es que se observa en los cuatro 
        países miembros un recurrente debate sobre el futuro del Mercosur. 
        El segundo, es que según sean los alcances y la calidad de metodologías 
        e instrumentos de integración que se utilicen en el futuro, dependerá 
        la capacidad del Mercosur de ser un marco eficaz para la transformación 
        productiva de cada socio, y para operar como plataforma que permita mejor 
        competir y negociar en el plano internacional.  Un debate necesario
 ¿Tiene futuro el Mercosur? Y en tal caso ¿cuáles 
        deben ser las metodologías de integración que se empleen 
        en su construcción futura?. ¿Cómo se relacionará 
        con otros procesos de liberación comercial en los que participarán 
        sus socios, en particular a escala hemisférica en el ALCA o en 
        el "4+1" con los Estados Unidos?. ¿Cómo potenciar 
        los resultados ya logrados -tanto en el plano comercial como en el político- 
        y cómo aprovechar las lecciones que pueden extraerse de la experiencia 
        pasada?. ¿Cómo lograr que sea un instrumento que le permita 
        a sus socios mejor competir y negociar en el escenario internacional?.
 Las anteriores, son algunas de las preguntas que están en el centro 
        de un debate que se observa con fuerza creciente en los países 
        socios. Es un debate positivo y oportuno. Positivo, pues es útil 
        someter a crítica constructiva un proceso político y económico, 
        que incide en la calidad de la inserción internacional de cada 
        uno de los países miembros y que en los últimos años 
        ha puesto en evidencia serias falencias. Oportuno, pues coincide con el 
        inicio de nuevos períodos gubernamentales en tres de los socios 
        -Argentina, Brasil y Paraguay-; con el avance de negociaciones complejas 
        y resultados aún inciertos -en la OMC, el ALCA y con la Unión 
        Europea-, y con la instalación de una agenda de seguridad internacional 
        -global y regional-, que puede poner a prueba la capacidad de los socios 
        de articular sus visiones e intereses en el plano externo, especialmente 
        en sus relaciones con los Estados Unidos. La experiencia de los países 
        de la Unión Europea en ocasión de la guerra en Irak, demuestra 
        que no es fácil conciliar políticas externas entre los socios 
        de un espacio de integración económica.  Al menos dos factores impulsan el debate. Por un lado, la percepción 
        de que a pesar de los importantes resultados logrados en las últimas 
        dos décadas -es decir a partir del lanzamiento en 1986 del programa 
        de integración bilateral entre la Argentina y el Brasil, que conduciría 
        luego a su creación-, la situación actual del Mercosur dista 
        de ser envidiable. Tiene un problema de credibilidad, interno y externo. 
        Problema alimentado por la situación económica que a partir 
        de 1998 ha afectado a los socios -agravada más recientemente por 
        la crisis argentina e incluso por el comportamiento de la economía 
        brasilera-, y que ha incidido en el deterioro del comercio recíproco 
        y en las estrategias empresarias en sectores relevantes como es el automotriz. 
        Pero que también es alimentado por la baja calidad de sus reglas 
        de juego, que no han contribuido a generar un horizonte previsible para 
        los inversores. Incluso muchas de las normas formalmente aprobadas nunca 
        han penetrado en la realidad. Además se han producido situaciones 
        reiteradas de incumplimiento de compromisos jurídicos contraídos 
        a partir del Tratado de Asunción.  Por otro lado, es un debate impulsado por la percepción de que 
        tal como está el Mercosur no es un instrumento plenamente eficaz 
        para la transformación productiva, la competitividad internacional 
        y las negociaciones comerciales de sus socios. Si bien se entiende que 
        no se le pueden atribuir los serios problemas económicos que se 
        han producido en algunos de los socios, el proceso de integración 
        tampoco ha contribuido a evitarlos o a atenuar sus efectos. Dos dimensiones del debateDos dimensiones se destacan en el debate actual. Una es existencial, 
        la otra metodológica o instrumental.
 La dimensión existencial se refiere al sentido estratégico 
        del trabajo conjunto, sistemático y permanente entre los socios. 
        Tiene que ver con la conveniencia de impulsar una estrategia de integración 
        -no sólo económica- entre los cuatro socios, incluyendo 
        su extensión a Chile. Pocos cuestionan tal conveniencia. Los que 
        lo hacen, plantean dos opciones no excluyentes entre sí: la primera, 
        es la de una estrategia de inserción internacional individual por 
        medio de acuerdos bilaterales de libre comercio con otros países, 
        en especial con los Estados Unidos y con la Unión Europea. El modelo 
        en tal visión, sería Chile. La segunda, es la de privilegiar 
        una alianza estratégica con los Estados Unidos, que implicaría 
        un acuerdo de libre comercio bilateral o la incorporación al NAFTA. 
        En ambos casos, la consecuencia práctica sería abandonar 
        el Mercosur, o su transformación en una zona de libre comercio, 
        o su dilución en el ALCA, o limitarlo sólo a su dimensión 
        política. En mi opinión, en los planteos conocidos al respecto, 
        se subestiman los efectos jurídicos -derechos adquiridos por quienes 
        han invertido en función del Mercosur formalmente prometido-; los 
        de política comercial -si se retrocede a una zona de libre comercio 
        habría que renegociar la liberación arancelaria ya lograda, 
        que supone la existencia de un arancel externo común y el logro 
        posterior de un mercado común, y habría que negociar reglas 
        de origen específicas-, y los de credibilidad internacional -¿porqué 
        habría de creerse en compromisos que en el futuro asuman países 
        que no han podido cumplir con lo pactado con anterioridad?-.  Los gobiernos actuales han reafirmado, con razón, la necesidad 
        de profundizar la estrategia de inserción en el mundo a través 
        del fortalecimiento del Mercosur en su concepción original -a partir 
        del establecimiento de una unión aduanera, la construcción 
        gradual de un mercado común, abierto al mundo a través de 
        negociaciones en la OMC, con los Estados Unidos y con la Unión 
        Europea-. Ha sido la posición asumida por el Presidente Lula en 
        el Brasil.  El nuevo gobierno argentino ha anunciado que continuará al respecto, 
        con la misma política. En los hechos -si no siempre en la retórica- 
        ha sido en lo sustancial, las políticas seguidas desde que en 1986 
        se lanzara la idea de una alianza estratégica entre la Argentina 
        y el Brasil. Y es que en el debate existencial se suele desconocer una 
        realidad, que el estadista no desconoce a la hora de adoptar decisiones. 
        Ella es que el Mercosur, más que un proceso de integración, 
        es hoy el nombre de una región que coexistirá con sus países 
        socios aún cuando se diluyan los compromisos del Tratado de Asunción. 
        Quienes tienen responsabilidades gubernamentales, no puede subestimar 
        el impacto político y económico del principal logro del 
        Mercosur, que es el desarrollo de un espacio de paz y de cooperación 
        entre naciones contiguas, con irradiación sobre América 
        del Sur. Se sabe que entre naciones contiguas la opción a la lógica 
        de la integración suele ser la de la fragmentación. La experiencia 
        europea es elocuente en tal sentido. Nadie se beneficiaría entonces 
        con la dilución del Mercosur. Podría tener efectos incalculables 
        para la estabilidad de América del Sur. Y ésta realidad 
        es también la que perciben las opiniones públicas de los 
        cuatro socios, que se continúan manifestando a favor de la idea 
        estratégica del Mercosur, aunque no compartan necesariamente las 
        metodologías de integración que se han aplicado en los últimos 
        años. La dimensión metodológica o instrumental, a su vez, tiene 
        que ver con los métodos empleados para desarrollar el Mercosur, 
        incluyendo mecanismos de decisión, técnicas de integración 
        de mercados -unión aduanera o zona de libre comercio- y calidad 
        de reglas de juego. Es la dimensión que requiere más atención 
        en la actualidad.  Lo recomendable sería profundizar este debate en torno a los cuatro 
        pilares básicos de un proceso de la naturaleza del Mercosur. Ellos 
        también se observan en la experiencia de otros casos de asociaciones 
        voluntarias entre naciones soberanas, que buscan integrar en forma sistemática 
        y permanente sus mercados -cualesquiera que sean las técnicas empleadas 
        al efecto, por ejemplo de zona de libre comercio o de unión aduanera-. 
       Tales pilares son: cómo afirmar la confianza y lealtad entre los 
        socios, basada en intereses y ganancias mutuas; cómo profundizar 
        la preferencia económica, con técnicas compatibles con el 
        artículo XXIV del GATT-1994 -artículo que contiene definiciones 
        ambiguas y amplias, sobre los requisitos que deben reunir tanto las zonas 
        de libre comercio como las uniones aduaneras-; cómo asegurar un 
        mínimo de disciplinas colectivas, en torno a reglas de juego que 
        sean a la vez previsibles -es decir que se cumplan- y flexibles -es decir 
        que permitan adaptaciones pautadas a los cambios en las realidades o a 
        situaciones de emergencia-, y cómo perfeccionar métodos 
        de articulación de intereses y de solución de conflictos 
        comerciales, a partir de una mejor organización interna de cada 
        socio para participar en el proceso de integración. Un debate serio sobre la dimensión metodológica e instrumental 
        del Mercosur, que se traduzca en decisiones políticas sustentables, 
        permitiría absorber dudas existenciales y diluir la actual crisis 
        de credibilidad. Si así fuera, se podría lograr el objetivo 
        original de desarrollar un contexto favorable a la solución de 
        los múltiples desafíos internos y externos, que confrontan 
        hoy y seguirán confrontando los países socios. Para asegurar 
        de un Mercosur que sea a la vez eficaz y creíble, se requerirá 
        una fuerte dosis de liderazgo político y de creatividad técnica. 
       Una forma de tornar práctico el debate sobre las futuras metodologías 
        de construcción del Mercosur -que permitan aprovechar los avances 
        logrados y las lecciones que pueden extraerse de casi dos décadas 
        de integración-, sería el enfocarlo a partir no sólo 
        de los requerimientos de las negociaciones comerciales en curso (OMC, 
        ALCA y con la Unión Europea), sino también -y sobre todo- 
        de la necesidad que los socios tienen de prepararse para competir en los 
        espacios económicos ampliados que deberían resultar de tales 
        negociaciones.  En torno a dos ejes de dimensión política se definirá 
        en adelante el futuro del Mercosur. El primero es el de la intensidad 
        y calidad de la alianza estratégica entre la Argentina y el Brasil. 
        El segundo es el de las agenda externas que deberán atender los 
        cuatro socios, en particular en el plano de la seguridad internacional 
        y de las negociaciones comerciales. El Mercosur y la alianza estrategia entre la Argentina y el Brasil: 
        la experiencia de dos décadas Desde su creación el Mercosur ha estado arraigado en la alianza 
        estratégica que las dos principales economías sudamericanas, 
        la Argentina y el Brasil, comenzaran a enhebrar a partir de 1986, con 
        los acuerdos bilaterales concluidos por los Presidentes Alfonsin y Sarney.
  Tras casi dos décadas de construcción, la alianza estratégica 
        entre la Argentina y el Brasil aparece hoy como sólida en su esencia. 
        Tiene raíces que penetran hondo en la historia, en la geografía 
        y en la racionalidad. La experiencia acumulada en estos años está 
        cargada de lecciones que, bien aprovechadas, permitirían seguir 
        su construcción en el futuro, en particular teniendo en cuenta 
        las oportunidades y desafíos que el fenómeno de la globalización 
        -en su expresión más simple de un acortamiento de todo tipo 
        de distancias -a escala planetaria- entre las naciones y de un aumento 
        sustancial de la permeabilidad de toda sociedad a la influencia de factores 
        externos-, presenta a cada uno de los dos países. Como se señalara antes, es una alianza que enfrenta hoy una coyuntura 
        difícil, entre otras razones, por los desafíos que encaran 
        las economías de los dos socios, en especial la Argentina, y que 
        requieren adaptaciones creativas en el Mercosur, principal instrumento 
        que la expresa.  En 2001, cuando el profesor Celso Lafer recibió el título 
        de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, se refirió 
        a dos dimensiones del análisis de la trayectoria conjunta de las 
        que son, por tamaño y capacidad de gravitación, las dos 
        principales naciones del espacio sudamericano. Una primera dimensión, se refiere a algunas de las fuerzas profundas 
        que han impulsado la idea de construir una alianza estratégica 
        entre ambas naciones, con el apoyo constante de sus opiniones públicas. 
        Al explorar en la historia del siglo XX los pronunciamientos e iniciativas 
        que condujeron, primero al programa bilateral de integración entre 
        la Argentina y el Brasil y luego, al origen del Mercosur, el entonces 
        Canciller Lafer constata con Bobbio que la Historia no recomienza "ex 
        novo" cada diez años. Es, por el contrario, la resultante 
        de un proceso de acumulación de experiencias a través de 
        los años. Repasa al respecto, un camino nutrido por el pensamiento 
        de ilustres brasileros comprometidos con la idea de una relación 
        especial entre las dos naciones, tales como Rui Barbosa ("los antagonismos 
        aparentes se resuelven por mutuas concesiones.....y éstas son las 
        condiciones en que se pueden desarrollar, paralelamente y en cooperación, 
        la Argentina y el Brasil, y no habrá error, al decir que todo en 
        su situación natural los aproxima, y que sólo una superficial 
        interpretación de sus necesidades podría desunirlos") 
        y el Barón de Rio Branco, al promover el Tratado de cordial inteligencia 
        y arbitrio entre Brasil, Argentina y Chile -el ABC- como instrumento que 
        permitiese "asegurar la paz y estimular el progreso de la América 
        del Sur". Camino nutrido en sus antecedentes remotos además, 
        de impulsos políticos de líderes de la talla de Roca y Campos 
        Salles, en los umbrales del siglo XX, y de Kubistschek y Frondizi en los 
        años cincuenta.  En mi opinión, mantener la dirección estratégica 
        trazada al promediar los años 80 y luego con la creación 
        del Mercosur, parece ser la principal lección que pueden extraerse 
        de estas dos décadas, como lo ha sido por lo demás, la lección 
        más profunda del itinerario de la construcción de la Unión 
        Europea, iniciada en la década de los 50.  Una alianza estratégica sólida y trascendente, no se explica 
        ni se agota en una coyuntura. Se proyecta en el largo plazo y se alimenta 
        gradualmente con el genio del liderazgo político y la activa participación 
        de las respectivas sociedades. Es ante todo un proyecto cultural que opera 
        sobre valores y sobre el imaginario colectivo de los pueblos involucrados. 
        Ello implica no replantear constantemente un debate "existencial" 
        sobre el sentido del proyecto conjunto, pero sí encarar cuántas 
        veces sea necesario el debate "instrumental", sobre la mejor 
        manera de concretarlo a través del tiempo y tomando en cuenta los 
        naturales cambios de circunstancias, tanto externas como internas, estas 
        últimas muchas veces resultado de los efectos producidos por el 
        propio proceso de integración.  Una segunda dimensión de la trayectoria común, se refiere 
        a la administración de las coyunturas en el marco del proyecto 
        de integración. Especialmente cuando ellas aparecen plagadas de 
        dificultades e, incluso, de potenciales efectos centrífugos. Ello 
        implica, a partir del supuesto de una alianza sólida que responde 
        a fuerzas profundas que impulsan hacia la integración en la región, 
        navegar con habilidad los desafíos que en cada momento específico, 
        como por ejemplo el actual, se plantean a un Mercosur abierto al mundo 
        y a la construcción de un espacio sudamericano, en el que predominen 
        la paz, la estabilidad, la democracia y, como consecuencia de ello, el 
        progreso y el bienestar de sus pueblos.  El Mercosur ya ha adquirido la dimensión superior de una política 
        de Estado, impulsada desde la década de los ochenta y hasta ahora 
        sin interrupciones, por los respectivos Presidentes de la Argentina, y 
        del Brasil, dentro del marco de la legitimidad democrática. Como 
        señalara Celso Lafer, en la oportunidad antes mencionada, no es 
        la expresión de un simple "contrato comercial". Es por 
        el contrario un contrato multidimensional, que aspira a penetrar en lo 
        profundo de nuestras realidades sociales, políticas y culturales, 
        preservando las respectivas identidades nacionales, y donde el eje fundamental 
        es el objetivo común de construir un entorno regional favorable 
        a la consolidación de los procesos democráticos, a la modernización 
        económica en un marco de mayor cohesión social, y a una 
        plataforma eficaz para mejor negociar y competir a escala hemisférica 
        y global.  Es entonces un pacto voluntario entre naciones soberanas con vocación 
        de permanencia, construido a partir de los respectivos intereses nacionales 
        -y no de una hipotética racionalidad supranacional-, puestos en 
        forma dinámica en la perspectiva de objetivos comunes, y en el 
        marco de reglas de juego y disciplinas, también comunes.  Combinar visión de futuro, solidaridad ante los problemas que 
        enfrenta cada país y adaptaciones creativas en las reglas de juego 
        libremente consentidas, son en mi opinión, elementos centrales 
        de una política orientada a sustentar a través del tiempo, 
        la construcción de la alianza estratégica binacional y a 
        encarar los desafíos que enfrentarán los países del 
        Mercosur hacia el futuro, especialmente en su agenda externa.  Es entonces una tarea de largo plazo que requiere reconocer que en un 
        mundo globalizado, los intereses de cada socio no se agotan en ninguna 
        alianza por más privilegiada que ella sea, si no que se insertan 
        en un cuadro amplio y variado de relaciones externas con muchos otros 
        países y regiones. Siempre se entendió que la alianza entre 
        la Argentina y el Brasil, no es ni podría ser exclusiva ni excluyente 
        -como por lo demás, tampoco lo es la alianza estratégica 
        entre las naciones que integran la Unión Europea-. Es una parte 
        significativa de una red de alianzas externas que requiere ser compatibilizadas 
        entre sí, en forma continua y dinámica.  Si la política externa es el arte de traducir necesidades internas 
        en posibilidades externas, el ejercicio conjunto de tal arte entre un 
        par o un grupo de países, alcanza niveles de gran complejidad y 
        exige a sus protagonistas, una estatura intelectual y política 
        muy especial. Supone el desarrollo entre los socios de una metodología 
        de concertación, particularmente cuidadosa en su forma y en su 
        contenido. En países con régimen presidencial, como es el 
        caso de la Argentina y del Brasil, supone además, un grado de comunicación 
        y de confianza recíproca entre los respectivos Presidentes, pero 
        también entre los sectores dirigentes de ambas sociedades. Las agendas externas como factor de impulso y fortalecimiento de la 
        alianza estratégica.Los próximos Presidentes de la Argentina y del Brasil, tendrán 
        que encarar desafíos en sus agendas de política exterior 
        sustancialmente similares. Ello debería ser un factor que fortalezca 
        el predominio del espíritu y de la lógica de integración 
        entre los dos países, como núcleo duro de la construcción 
        de un espacio sudamericano de paz, estabilidad y democracia.
 También podría ser motivo de disensos, incluso de serios 
        disensos. Ellos podrían resultar de naturales diferencias de énfasis 
        e intensidades, incluso de percepciones y de estrategias frente a situaciones 
        concretas. Podría haber intereses contrapuestos, como se ha observado 
        más de una vez en la construcción europea. Pero no necesariamente 
        ellos deberían conducir a un cuestionamiento de la esencia de la 
        alianza estratégica que sustenta políticamente al Mercosur. 
       Tales diferencias podrían resultar de factores coyunturales y 
        estructurales que distinguen a ambos países en su inserción 
        internacional. En los próximos tiempos, por ejemplo, la Argentina 
        deberá efectuar una renegociación de su deuda externa a 
        partir del hecho del "default", que pesará por un tiempo 
        en su credibilidad internacional y en su vulnerabilidad financiera externa. 
        A su vez, es probable que el Brasil, por su vecindad, viva con más 
        intensidad la evolución del conflicto colombiano -y eventualmente 
        de otros países del "arco andino"-. Es posible que le 
        resulte más difícil evitar que tal conflicto tenga crecientes 
        connotaciones internas.  Los potenciales intereses divergentes tornan más necesario aún, 
        poner énfasis en el desarrollo de un clima de lealtades básicas 
        y de confianza recíproca, así como en el del conocimiento 
        mutuo entre todos protagonistas relevantes de cada una de las sociedades 
        civiles, a fin de evitar entre los socios los efectos centrífugos 
        de lo que el ex Presidente Fernando Henrique Cardoso denominara la cuestión 
        de la "disonancia cognitiva" (distancia entre una realidad y 
        el conocimiento predominante sobre ella). Existe al respecto, un amplio 
        campo para proyectar hacia el Mercosur la rica experiencia europea en 
        materia de redes de conectividad entre las respectivas sociedades civiles 
        y, en particular, en el plano académico y cultural.  Pero es posible anticipar que los elementos comunes predominarán 
        en ambas agendas externas. Pueden distinguirse por lo menos cuatro grandes 
        cuestiones, que concentrarán la atención de Brasilia y de 
        Buenos Aires en los próximos cuatro años, es decir, en los 
        períodos presidenciales que se están iniciando en 2003.  La primera gran cuestión tiene que ver con la agenda post-11 
        de septiembre del 2001 y post-guerra en Irak, y con el fortalecimiento 
        de la acción multilateral en el sistema internacional, tanto en 
        el plano de la seguridad como en el financiero. Algunas preguntas requerirán 
        necesariamente de respuestas inteligentes, expresadas en políticas 
        externas eficaces y en un alto grado de concertación.  Unas se refieren a la cuestión de la violencia y de la seguridad 
        en el plano internacional. Entre otras sobresalen las siguientes preguntas: 
        ¿cómo preservar un espacio suficientemente amplio para la 
        acción de las instituciones multilaterales, en un sistema internacional 
        que confronta una tendencia creciente hacia la acción unilateral, 
        especialmente de la principal potencia mundial?, y ¿cómo 
        poner en evidencia que las respuestas multilaterales basadas en una actitud 
        responsable de grandes regiones organizadas, pueden ser más eficaces 
        frente a los desafíos que micropolos de violencia -actuando muchas 
        veces en red-, plantean a la gobernabilidad del sistema internacional 
        y a la vigencia de la democracia?.  Otras preguntas se refieren a la cuestión del financiamiento internacional 
        y el problema de su volatilidad. Al respecto, la pregunta central sería: 
        ¿cómo generar políticas e instrumentos multilaterales, 
        que permitan neutralizar los efectos desestabilizadores que la volatilidad 
        financiera internacional produce en países en desarrollo?  En ambos casos, el de los problemas de la seguridad internacional y 
        el del financiamiento externo, la acción conjunta de los socios 
        del Mercosur requerirá mucha comunicación recíproca, 
        así como con los otros países de la región, a fin 
        de administrar con eficacia las situaciones críticas que puedan 
        originarse en sus impactos en cada país y en la región sudamericana 
        en su conjunto.  La segunda gran cuestión tiene que ver con la paz y la estabilidad 
        política en el espacio sudamericano. Es un hecho que en algunos 
        sistema políticos de América del Sur, concretamente los 
        del denominado "arco andino", se está en presencia de 
        fracturas sociales, actuales o potenciales, que conducen o pueden conducir, 
        incluso, a un cuestionamiento violento de la legitimidad democrática. 
       En este plano, dos preguntas aparecen como prioritarias: ¿cómo 
        contribuir a lograr respuestas a la vez racionales y eficaces, dentro 
        de la lógica de los valores democráticos, a problemas de 
        profundas raíces sociales que afectan a países de la región?, 
        y ¿cómo poner en evidencia que las democracias más 
        estables de América del Sur -en particular, la Argentina, Chile, 
        Brasil y Uruguay- pueden aportar con su comprensión y solidaridad 
        activa, elementos a la solución de problemas internos de países 
        vecinos, que de no encontrar un encauzamiento razonable, pueden terminar 
        por contaminar al resto de la región?. Las dos cuestiones serán 
        también más difíciles de resolver, si predominara 
        la lógica de la violencia en las respuestas que se originen en 
        el entorno hemisférico. La calidad y la franqueza del diálogo 
        con los Estados Unidos, pero también con la Unión Europea, 
        será un elemento decisivo en la eficacia de la acción necesaria 
        para fortalecer las posibilidades de un espacio sudamericano de paz, estabilidad 
        política y democracia.  La tercera gran cuestión se vincula con las negociaciones comerciales 
        internacionales en las que participarán activamente nuestros países 
        en el período 2003-2004. El Brasil tendrá una responsabilidad 
        especial en las negociaciones con los Estados Unidos, sea en el ámbito 
        del ALCA o del denominado "4+1", por su dimensión económica 
        y porque ejerce con Washington la presidencia conjunta del ejercicio negociador 
        hemisférico, en lo que se supone debería ser su etapa final. 
        La tentación de un entendimiento bilateral no puede ser ignorada 
        y si existiera, deberá ser controlada. Pero junto con la Argentina 
        y sus otros socios, también tendrá la posibilidad de ejercer 
        una influencia significativa en los alcances que finalmente tengan las 
        negociaciones en la OMC y con la Unión Europea, en especial -aunque 
        no exclusivamente- en materia del acceso a mercados y de las reglas de 
        juego que se apliquen al comercio agrícola y al de servicios. Una 
        pregunta es esencial al respecto: ¿cómo lograr que las actuales 
        negociaciones comerciales internacionales, concluyan con resultados satisfactorios 
        para los intereses nacionales de cada uno de los países de la región?. 
        No negociar no parece una opción razonable, pues otros países 
        y otras regiones ya están negociando, e incluso concluyendo acuerdos 
        de libre comercio con los Estados Unidos y con la Unión Europea. 
        Negociar bien será entonces el gran desafío de los próximos 
        dos años. Y ello no será fácil por las tendencias 
        proteccionistas que siguen observándose en los países industrializados, 
        especialmente en materia agrícola. Desde su inicio el Mercosur ha privilegiado un enfoque multipolar. Implica 
        valorar todos los frentes negociadores, especialmente en la OMC, en la 
        ALADI y el ALCA, y con la Unión Europea. Son negociaciones que 
        han entrado en 2003 en una fase de definiciones. Ello exige fortalecer 
        la coordinación gubernamental y la participación de la sociedad 
        civil. La negociación con los EEUU requiere una atención prioritaria. 
        Los avances que se logren en este frente impulsará a los europeos 
        ha entablar una real negociación con el Mercosur. A su vez, en 
        cuestiones más sensibles para nuestros países -agricultura 
        y defensa comercial- las negociaciones en la OMC son cruciales.  Con los EEUU dos carriles son complementarios: el ALCA y el "4+1". 
        En relación al ALCA, es esencial tener en cuenta que, de hecho, 
        casi todos los países participantes ya tienen entre sí acuerdos 
        de libre comercio. Los tiene los EEUU o los está negociando, por 
        el NAFTA y con Chile, Centroamérica y el Caribe, además 
        de regímenes preferenciales especiales con los países andinos. 
        Los tienen los países del Mercosur -o los están negociando- 
        con sus socios de la ALADI. En esta red de acuerdos, la pieza fundamental 
        que falta es la de los EEUU con los países del Mercosur. En tal 
        perspectiva, la culminación de las negociaciones del ALCA implicaría 
        -para quienes tengan acuerdos con los EEUU y Canadá, y con los 
        países latinoamericanos, como sería el caso de México 
        y de Chile- establecer pautas y reglas comunes y, eventualmente, profundizar 
        las preferencias obtenidas. Pero no agregaría mucho a lo que ya 
        han logrado. Para el Mercosur, lo razonable sería acelerar la negociación 
        con los EEUU en el "4+1" y, simultáneamente, participar 
        en la construcción del ALCA. Ello permitiría, incluso, una 
        estrategia gradual en la que se logren resultados parciales pero equilibrados, 
        dejando para la conclusión aún incierta de las negociaciones 
        del ALCA, objetivos de máxima que dependen de los resultados de 
        la rueda Doha. Un ejemplo es la cuestión de los subsidios agrícolas, 
        donde un resultado parcial podría elaborarse en función 
        del precedente del capítulo 7 del acuerdo de libre comercio entre 
        los EEUU y el Canadá. Una alternativa al "4+1" serían negociaciones bilaterales 
        de cada socio del Mercosur con los EEUU. Esta opción fue planteada 
        en distintas oportunidades en la Argentina y también en el Uruguay. 
        Es una hipótesis que también se ha instalado con fuerza 
        y recurrencia, en el Brasil, incluso luego del triunfo de Lula. Es una 
        hipótesis y también una tentación. No parece tener 
        ventajas frente al esfuerzo de negociar en el marco del "4+1". 
        Pero sin duda es una opción que adquirirá más vigencia, 
        especialmente en el Brasil, si es que no se logra articular una estrategia 
        inteligente para fortalecer un Mercosur en serio y creíble.  La cuarta gran cuestión se relaciona con el Mercosur. Dos preguntas 
        surgen como prioritarias; ¿qué tipo de alianza estratégica 
        regional será funcional ya no solo a los inmediatos escenarios 
        negociadores, pero sobre todo a los previsibles escenarios post-negociaciones 
        comerciales?; y ¿qué tipo de mecanismos e instrumentos permitirán 
        construir un espacio Mercosur de dimensión sudamericana, que a 
        la vez asegure una preferencia económica entre los socios; la previsibilidad 
        de las reglas de juego; un nivel razonable de disciplinas colectivas, 
        y un cuadro de ganancias mutuas que aseguren su sustentabilidad en el 
        tiempo, su credibilidad ante inversores y terceros países, y su 
        legitimidad en las respectivas sociedades civiles?.   Como se señaló al comienzo, la situación actual 
        del Mercosur se caracteriza por una marcada brecha de credibilidad sobre 
        su eficacia e incluso sobre su futuro.  Revertir tales tendencias parece una tarea prioritaria en la agenda común 
        de la Argentina y del Brasil. A tal efecto, colocar la construcción 
        del Mercosur y su adaptación a las nuevas realidades, en la perspectiva, 
        a la vez, de los requerimientos que planteen en el plano de la seguridad 
        y del financiamiento externo la evolución de la "agenda 11 
        de septiembre", y de los posibles escenarios "post-negociaciones 
        comerciales internacionales", permitirá el desarrollo de enfoques 
        realistas orientados hacia el futuro, en los que predominen la creatividad 
        conceptual e instrumental, y una razonable heterodoxia dentro del marco 
        de permisibilidad que brindan los compromisos internacionales asumidos 
        por nuestros países, especialmente en el ámbito de la OMC. La importancia de un liderazgo político colectivoEn relación a las cuatro grandes cuestiones mencionadas -que 
        por cierto no serán las únicas relevantes-, los nuevos gobiernos 
        de la Argentina y del Brasil, deberán poner de manifiesto sus cualidades 
        para ejercer un liderazgo individual y colectivo. De su creatividad y 
        eficacia, dependerán en gran medida el desafío de demostrar 
        que las democracias del Sur americano pueden trabajar juntas en forma 
        sistemática. Y permitirá poner en evidencia si es que pueden 
        ser un factor decisivo en la construcción de un espacio sudamericano 
        de paz, estabilidad política y democracia, y como consecuencia, 
        ser percibidos por el resto del mundo, como protagonistas relevantes en 
        la región.
  Liderazgo político colectivo significa más que la ya tradicional 
        diplomacia presidencial. Significa trazar juntos un camino hacia un horizonte 
        viable que refleje los intereses comunes de los socios, y tener la capacidad 
        de movilizar las respectivas sociedades hacia las metas privilegiadas. 
        Significa además tener la capacidad de contribuir a generar consensos, 
        entre los socios y en sus opiniones públicas, a fin de lograr la 
        suficiente sustentación social y legitimidad del camino trazado.  Los próximos meses permitirán apreciar a través 
        de actitudes concretas y no sólo de pronunciamientos retóricos, 
        si el nuevo liderazgo presidencial de ambos países tendrá 
        la capacidad para articular respuestas conjuntas, que sean funcionales 
        a la dimensión de los desafíos a enfrentar. En particular, 
        a la conciliación entre las respectivas demandas internas de cada 
        sociedad y las que se originan en un entorno regional y mundial, que muy 
        probablemente seguirá siendo dominado por la incertidumbre y volatilidad, 
        tanto política como financiera, y por tendencias proteccionistas 
        de los países industrializados, difíciles de domesticar.  En el plano bilateral argentino-brasilero, el principal desafío 
        será el crear un clima de confianza y lealtad recíproca, 
        que sólo puede construirse con un pleno conocimiento de los intereses 
        comunes y de las naturales diferencias que puedan existir en el plano 
        de las relaciones internacionales. Maximizar lo que une a ambos países 
        y neutralizar los efectos derivados de enfoques a veces diferentes, será 
        una responsabilidad central de los nuevos Presidentes. Incorporar activamente 
        a Chile, como miembro pleno de un Mercosur con instrumentación 
        a la vez flexible y previsible, en particular en la cuestión del 
        arancel externo común, será una contribución eficaz 
        para el desarrollo de las respectivas agendas externas de los próximos 
        cuatro años. Algunas preguntas que esperan respuestasEn el plano de las negociaciones comerciales internacionales, algunas 
        preguntas esperan respuestas que surgirán de la acción concreta 
        de los nuevos gobiernos. Entre otras, la siguiente es una pregunta relevante: 
        ¿podrá el Mercosur superar sus actuales dificultades y además 
        de negociar como una unidad -lo que supone resolver, entre otras, la cuestión 
        de su arancel externo común-, preservar su identidad en un espacio 
        hemisférico de libre comercio?.
 Para una respuesta a tal pregunta, resulta útil examinar posibles 
        escenarios futuros del Mercosur, y de su inserción en el ALCA y 
        con la Unión Europea. El ejercicio es válido al menos por 
        dos razones.  La primera es que, tras la reunión ministerial del ALCA en Quito 
        en agosto 2002 y el triunfo republicano en las elecciones parlamentarias 
        de noviembre de ese año, puede trabajarse sobre la hipótesis 
        que la administración del Presidente Bush, procurará una 
        intensificación del ritmo de las negociaciones en el ALCA. Si así 
        fuera, ello tendría repercusiones en la estrategia de negociaciones 
        de la Unión Europea con el Mercosur. Si bien el avance en ambos 
        frentes dependerá de las negociaciones agrícolas en la OMC, 
        también será relevante la cohesión que se logre entre 
        los nuevos gobiernos de la Argentina y del Brasil, y con sus socios. 
 La segunda razón, es que ante el estancamiento actual del Mercosur, 
        se observa voluntad política de encarar iniciativas que le den 
        vigencia como plataforma para competir y negociar en el mundo. Se puso 
        ello de manifiesto en el encuentro de trabajo que tuvieron los Presidentes 
        Lula y Duhalde en enero del 2003, y del cuál surgieron directivas 
        orientadas a superar conflictos comerciales pendientes, y a encarar nuevas 
        iniciativas en el plano social y de coordinación macroeconómica. 
        El Presidente Kirchner ha manifestado claramente su disposición 
        a continuar e, incluso, fortalecer esta dirección estratégica 
        en las relaciones con el Brasil y en la construcción del Mercosur. Al menos tres escenarios son imaginables para el futuro del Mercosur. 
        El primero es el de la estrategia fundacional de 1990. Sería un 
        Mercosur que, superando sus limitaciones, se profundiza en un espacio 
        económico común -en el largo plazo, una unión económica 
        y monetaria-, concretando en el 2005 a la vez, su participación 
        en el ALCA -o como variante, un acuerdo 4+1 con los Estados Unidos-, así 
        como concluyendo el acuerdo interregional con la Unión Europea. 
        Es el escenario privilegiado hasta el presente. Depende del liderazgo 
        político y de la creatividad técnica con que se encaren 
        las insuficiencias actuales, tanto con respecto a la calidad institucional, 
        como al alcance de una preferencia económica con instrumentos flexibles 
        y previsibles, y a la disciplina colectiva entre los socios. Un enfoque 
        flexible de una unión aduanera de geometría variable y múltiples 
        velocidades, debería facilitar la incorporación plena de 
        Chile, en plazos razonables.
 Es un escenario que sería facilitado por un liderazgo constructivo 
        de los Estados Unidos, que valore la profundización del Mercosur 
        para la estabilidad democrática en América del Sur. Sería 
        reconocer el papel significativo que puede tener en el arco andino sudamericano, 
        un núcleo duro de democracias consolidadas en la Argentina, Brasil, 
        Chile y Uruguay. Podría conducir a desarrollar la idea original 
        del "4+1", como pieza necesaria en la construcción de 
        un ALCA aceptable. Permitiría absorber los cuestionamientos a la 
        legitimidad de las propuestas de libre comercio hemisférico. Conciliar 
        tensiones culturales y políticas, entre globalización e 
        identidad nacional, es el valor político de un Mercosur de calidad. 
        Es éste un escenario posible y deseable. Con voluntad y liderazgo 
        político, no es utópico. Un segundo escenario, sería el de la dilución del Mercosur 
        en una zona de libre comercio hemisférica, en el formato actual 
        del ALCA o en la alternativa de una red de libre comercio con los Estados 
        Unidos como epicentro. Supone la transformación del Mercosur en 
        una zona de libre comercio o el deslizamiento "de facto", hacia 
        su irrelevancia para la agenda de problemas críticos de los socios, 
        incluso su disolución formal, al menos en su componente comercial 
        preferencial. Este escenario podría complementarse con acuerdos 
        bilaterales de países del Mercosur no sólo los Estados Unidos, 
        pero también con la Unión Europea. Es un escenario que debilitaría 
        la capacidad negociadora de los socios, incluso del Brasil, que por la 
        asimetría de poder relativo lograrían menos para sus intereses 
        nacionales. Podría enfrentar, además, cuestionamientos de 
        legitimidad en algunos de los países del Mercosur, con implicancias 
        políticas. No sería una contribución a la estabilidad 
        democrática en América del Sur. Por el contrario, podría 
        ser funcional a fuerzas centrífugas que se observan en el horizonte 
        sudamericano. Es un escenario posible y probable, pero menos deseable 
        que el primero. Finalmente, un tercer escenario imaginable, sería el de un Mercosur 
        que continúe con su inercia actual o con mejoras cosméticas, 
        o incluso que intente su profundización, pero rechazando negociaciones 
        razonables con los Estados Unidos y con la Unión Europea. Equivaldría 
        a un Mercosur introvertido y proteccionista. No sería compatible 
        con la idea fundacional ni con los compromisos asumidos. Sería 
        otro Mercosur. No es conciliable con realidades políticas y económicas 
        de sus socios. Podría en la práctica conducir al escenario 
        de la dilución del Mercosur, con algunos de sus actuales miembros 
        optando por otros caminos más acordes con sus necesidades. No es 
        un escenario deseable.Más de diez años después de la creación del 
        Mercosur y del lanzamiento, tanto de la idea de libre comercio hemisférico 
        como la del acuerdo con la Unión Europea, no se observan ventajas 
        en los escenarios alternativos al vislumbrado en la etapa fundacional. 
        Esto es, el de la complementariedad y sustentación mutua de las 
        tres iniciativas, en el marco multipolar y equilibrado de la OMC. En mi 
        opinión es el que hay que defender y el que tiene buenas probabilidades 
        de predominar en la realidad.
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