| Tema: Las próximas elecciones presidenciales de la Argentina 
        presentan un resultado muy incierto. Con independencia de quien sea el 
        ganador, el nuevo presidente tendrá que hacer frente a una cargada 
        agenda internacional (Estados Unidos, Mercosur, la Unión Europea, 
        etc.), que sin embargo dependerá en gran medida de la agenda nacional.  Resumen: El próximo Presidente tendrá que conciliar 
        su agenda externa con demandas internas de gobernabilidad, competitividad 
        sistémica y cohesión social. Tres cuestiones serán 
        prioritarias: credibilidad externa; seguridad internacional, y América 
        del Sur. Dos escenarios suelen ser imaginados para la futura política 
        exterior: un alineamiento incondicional con los Estados Unidos en la lucha 
        contra el terrorismo internacional o, por el contrario, un antagonismo 
        con Washington en ese plano, y en otros vinculados con la región, 
        y con la deuda externa y las relaciones con el FMI. Otro escenario es 
        más probable: el de una política exterior de equilibrio 
        global y multipolar, de acento regional, y con énfasis en la defensa 
        del sistema multilateral, y en el rechazo al terrorismo internacional. 
             El arte de conciliar agendas interna e internacional
 Conciliar las agendas interna e internacional del país, será 
        uno de los desafíos más apremiantes del Presidente que los 
        argentinos elijan en las próximas elecciones. Quienquiera que sea 
        -y el proceso electoral evidencia un cuadro de marcada competencia entre 
        personalidades, visiones de la Argentina y proyectos de país, claramente 
        contradictorios-, tendrá que poner de manifiesto un fuerte dominio 
        del arte de conciliar demandas sociales internas, muchas veces contrapuestas 
        entre sí, con las posibilidades reales de obtener en su entorno 
        internacional, lo que el país requiere del exterior a fin de superar 
        su actual cuadro económico y social. No siempre los Presidentes 
        argentinos han tenido éxito en el ejercicio de tal arte. Por el 
        contrario, se observa en las recientes décadas, una propensión 
        a sobrestimar la capacidad del país para obtener el apoyo externo 
        que se estimaba necesario.
  Tal propensión derivaría de por lo menos dos factores: 
        Un primer factor, es la recurrente dificultad para apreciar con precisión 
        cuán prescindible puede ser el país, en la perspectiva de 
        los principales protagonistas en la competencia por el poder mundial. 
        El grado de prescindibilidad resulta del lugar que un país ocupa 
        en la estratificación que toda gran potencia efectúa del 
        resto de los países, según sea la importancia relativa que 
        ellos tienen para su seguridad, como mercados y para la legitimidad internacional 
        de sus políticas. Es posible que un cierto síndrome de importancia 
        que ha caracterizado por años la formulación de la política 
        de inserción argentina en el mundo, derive del valor real que el 
        país adquirió en el período de su vinculación 
        especial con Gran Bretaña, cuando era la principal potencia del 
        mundo. De allí puede provenir aquello que algunos constatan como 
        una tendencia en la política exterior de la Argentina a efectuar 
        planteos y a hablar a veces en los foros internacionales como si el país 
        fuera realmente poderoso e influyente. Objetivos y retórica de 
        la política exterior no siempre se han correspondido con la apreciación 
        externa del valor y poder real del país. Ello puede explicar la 
        sobreactuación que a veces ha caracterizado la acción externa 
        del país.  Un segundo factor, es el hecho que el país no haya desarrollado 
        una suficiente capacidad para apreciar, en toda su magnitud, los cambios 
        que se producen con frecuencia en su contexto internacional. Es decir, 
        la capacidad analítica para captar las fuerzas profundas, que operan 
        constantemente en el sistema internacional y que explican desplazamientos 
        -a veces vertiginosos-, de ventajas competitivas y negociadoras entre 
        las naciones, así como variaciones en sus respectivos grados de 
        prescindibilidad para las naciones dominantes. La Argentina, país 
        fuertemente expuesto a factores externos en su desarrollo, ha captado 
        muchas veces tarde, los cambios operados en su entorno internacional.  Condicionamientos y cuestiones dominantes en la agenda internacionalLo cierto es que el próximo Presidente tendrá que dedicar 
        personalmente, mucho tiempo a la agenda externa y a su conciliación 
        con una agenda interna, que estará fuertemente dominada por la 
        cuestión de la gobernabilidad, en lo político; la de la 
        competitividad sistémica, en lo económico, y la de la equidad 
        y cohesión, en lo social.
  Por lo menos tres factores condicionarán su acción en 
        el plano externo: En primer lugar, la fuerte brecha de credibilidad internacional 
        que tiene hoy la Argentina, resultante de una acumulación de comportamientos 
        voluntariosos y de un deterioro en el valor que se le atribuye en el exterior, 
        tanto a sus palabras y promesas, como a su capacidad de respetar compromisos 
        jurídicos y reglas de juego, incluso las no escritas, de tanta 
        importancia en las relaciones entre naciones. El colapso de la presidencia 
        de Fernando de la Rua y de la convertibilidad, contribuyeron a reavivar 
        la memoria colectiva en terceros países y en inversores internacionales 
        sobre un comportamiento errático de los argentinos en la conducción 
        de sus asuntos públicos e incluso en sus relaciones con el mundo.  En segunda lugar, la relativa irrelevancia del país en la perspectiva 
        de las líneas de principal tensión internacional. Luego 
        del 11 de setiembre, el país se ha alejado aún más 
        de los radares de los protagonistas de la agenda de seguridad internacional, 
        en particular, los de Washington. Un país poco creíble tiene 
        un menor margen de acción internacional si además es relativamente 
        irrelevante para las grandes potencias. La Argentina no es visualizada 
        como una fuente de problemas que afecten la seguridad y la estabilidad 
        internacional, pero tampoco como un factor significativo para la solución 
        de tales problemas.  Y en tercer lugar, el hecho que la agenda internacional de las grandes 
        potencias, en particular la de la seguridad, estará en los próximos 
        años fuertemente demandada por la volatilidad y el carácter 
        imprevisible de los conflictos originados en el terrorismo internacional. 
        Difícil resulta hoy predecir como evolucionará la competencia 
        por el poder mundial luego de la guerra de Irak. Pero sí parece 
        razonable prever un mundo de marcada inestabilidad política e incluso 
        económica, y con una notoria dificultad para recomponer alianzas 
        de poder, capaces de preservar el orden internacional ante el predomino 
        de la lógica de la fragmentación.  En tal perspectiva, cabe formular la pregunta de cuáles serán 
        las cuestiones dominantes de la agenda externa del Presidente que asumirá 
        el poder el 25 de mayo. Tres cuestiones relevantes aparecen como las de 
        mayor prioridad. En las tres los márgenes de acción serán 
        limitados, precisamente por el juego combinado de los factores antes mencionados.  La primera, se refiere a la reconstrucción de la credibilidad 
        externa del país. Es una cuestión que cruza por lo menos 
        por tres temas. Ellos son:  
        la negociación con los acreedores externos, a fin de lograr 
          una razonable reestructuración de la deuda acumulada y cuyo pago 
          fuera interrumpido; el restablecimiento de un clima macroeconómico y jurídico 
          favorable a la inversión, que permita un gradual retorno de flujos 
          financieros -lo que implica un nuevo acuerdo con el FMI-, y que torne 
          razonable a empresas transnacionales adoptar decisiones que den lugar 
          a inversiones productivas en el país, y
 
 
la concreción de acuerdos comerciales internacionales, especialmente 
          en el plano hemisférico con los Estados Unidos y en el interregional 
          con la Unión Europea, a fin de hacer atractiva la inversión 
          productiva -de nacionales y de extranjeros- y de asegurar un marco de 
          disciplinas externas, que genere expectativas de una mayor estabilidad 
          en las políticas públicas, tanto macroeconómicas 
          como comerciales externas.  La segunda cuestión, se refiere a las definiciones del país 
        en relación a aspectos fundamentales de la agenda de seguridad 
        internacional. En este plano, la posición de la Argentina ha sido 
        clara en los últimos años y se puede observar un marcado 
        consenso social al respecto. Tres pilares sostienen tal posición. 
        Ellos son: 
        el rechazo a la violencia originada en el terrorismo internacional, 
          que tuvo una dramática expresión en los atentados del 
          11 de septiembre. La experiencia de la sociedad argentina con la violencia 
          como medio de acción política e, incluso, los brutales 
          atentados de la Embajada de Israel y de la AMIA (Asociación Mutual 
          Israelita Argentina), la han sensibilizado e inclinado a un rechazo 
          frontal a toda forma de terrorismo. Incluso, en los difíciles 
          y tensos recientes acontecimientos, los argentinos han demostrado que 
          no valoran la violencia como instrumento de la acción política. 
          Se han inclinado, finalmente, por soluciones en el marco de la institucionalidad 
          democrática que han conducido a las próximas elecciones; 
          
 
el rechazo a la dispersión de armas y vectores de destrucción 
          masiva. El país ha demostrado, tanto en el plano regional -sus 
          acuerdos con el Brasil- como en el internacional, que su posición 
          es clara al respecto, habiendo asumido y respetado compromisos internacionales. 
          No hay margen para cuestionar la credibilidad argentina en este campo. 
          Ello debe ser valorizado teniendo en cuenta el desarrollo tecnológico 
          que el país alcanzara en el plano nuclear y misilístico, 
          y
 
el valor que la Argentina siempre le ha atribuido a los principios 
          e instituciones multilaterales, tanto en el campo de la seguridad, como 
          en el de la política internacional y del comercio mundial.  La tercera cuestión, es la de la agenda regional en América 
        Latina y, en particular, en América del Sur. Plantea interrogantes 
        en cuanto a la consolidación en países de la región, 
        de la democracia, la estabilidad política y la seguridad, la transformación 
        productiva y la cohesión social. Es una agenda que en las últimas 
        décadas ha estado dominada por tendencias contradictorias, a la 
        vez hacia una mayor integración y fragmentación. Las que 
        conducen hacia la integración, se han visto fortalecidas a partir 
        de los acuerdos de los años 80 de la Argentina con el Brasil y 
        con Chile (Presidencia de Alfonsin), y luego con la construcción 
        del Mercosur (Presidencias de Menem, de la Rua y Eduardo Duhalde). Es 
        otro plano en el cuál se observa un marcado consenso social. Tiene 
        su eje vertebral, en el valor que la opinión pública le 
        atribuye a la democracia y a la alianza estratégica con el Brasil, 
        a la construcción de un Mercosur abierto al mundo, y a las relaciones 
        con Chile y el resto de los países de la región.  En relación a estas tres cuestiones, el desarrollo de la agenda 
        internacional del próximo Presidente cruzará prioritariamente, 
        por la calidad de las relaciones con el Brasil, los Estados Unidos y la 
        Unión Europea. En las relaciones con el Brasil, tres factores merecen 
        ser destacados:  
        el claro pronunciamiento del Presidente Lula favorable a la alianza 
          estratégica con la Argentina, así como a la construcción 
          de un Mercosur compatible con negociaciones comerciales hemisféricas 
          con los Estados Unidos e interregionales con la Unión Europea, 
          en el marco de una OMC que debería culminar con éxito 
          las negociaciones lanzadas en Doha;. el efecto de demostración que el triunfo de Lula ha producido 
          en la clase política y en la opinión pública de 
          la Argentina, en el sentido que la democracia facilita el acceso al 
          poder de quienes aspiran a transformar profundamente la vida de un país, 
          y
 
 
el que exista ahora un diagnóstico más claro, sobre 
          lo que se requiere para traducir los objetivos políticos y económicos 
          del Mercosur, en realidades concretas que trasciendan pronunciamientos 
          retóricos y diplomacia de "efectos especiales".   Una cuestión, sin embargo, necesitará de un liderazgo 
        político iluminado. Ella es la del tratamiento por parte de la 
        Argentina y del Brasil, de los requerimientos de acción que resulten 
        de la evolución de la situación en Colombia -y eventualmente 
        en otros países del arco andino, como Venezuela-. Podrían 
        surgir aquí diferencias de opiniones con Brasilia, en cuanto al 
        diagnóstico y a las acciones requeridas, como consecuencia de sensibilidades 
        distintas originadas por el grado de proximidad física, y de lo 
        que pueden ser las apreciaciones, en una capital y en la otra, de las 
        iniciativas que al respecto plantee Washington. Es una cuestión 
        en la que resultará crucial, la confianza recíproca que 
        se entable entre el nuevo Presidente argentino y el Presidente Lula.  En las relaciones con los Estados Unidos, a su vez, también pueden 
        destacarse tres factores: 
        la fuerte dependencia que el próximo gobierno tendrá 
          del apoyo americano en la regularización de su frente financiero 
          externo; 
 
las demandas que puedan surgir de un Washington que aspire a un apoyo 
          incondicional de la región, para legitimar su visión del 
          mundo y la forma de encarar su lucha contra el terrorismo internacional, 
          las que planteadas con el enfoque del "eje del mal", pueden 
          colocar al nuevo gobierno en contradicción con las expectativas 
          de su opinión pública, y la forma en que finalmente se concrete la idea del libre comercio hemisférico, 
          que aún presenta un carácter difuso, dada la aparente 
          tensión entre una concepción del ALCA como una red de 
          acuerdos de libre comercio, centrada en el eje del mercado americano 
          o, por el contrario, como un espacio multilateral de concesiones recíprocas 
          y equilibradas en la perspectiva de los intereses de todos los participantes.
  En las relaciones con la Unión Europea y sus países miembros, 
        dos factores aparecen como relevantes: 
        el real interés político que demuestren los europeos 
          de apoyar el Mercosur y de concluir un acuerdo interregional de libre 
          comercio, que incluya a todos los sectores, es decir, también 
          la agricultura. Es un interés que crecerá en la medida 
          que se concreten las negociaciones del ALCA, pero que se tornará 
          posible, sólo si las negociaciones en la OMC concluyen con resultados 
          satisfactorios en la cuestión agrícola, y 
 
el alcance que tendrán las negociaciones de la deuda externa 
          argentina, en la medida que afecta a inversionistas europeos, así 
          como a la forma en que se encare la situación de empresas europeas 
          que han participado en las privatizaciones de la Argentina, lo que involucra 
          tanto la cuestión de las tarifas de los servicios públicos, 
          como la de la calidad de los marcos reguladores.  Conclusiones: escenarios imaginablesDifícil resulta, en el momento actual, dada las incertidumbres 
        del período electoral y, en particular, del inmediato post-electoral, 
        imaginar escenarios con respecto a la política exterior del próximo 
        Presidente. Dos suelen ser los escenarios más frecuentemente mencionados, 
        en especial por los opositores a cada candidato. Uno, es el de un alineamiento 
        incondicional con los Estados Unidos, particularmente en la lucha contra 
        el terrorismo internacional, incluso en la región. En tal caso 
        la contrapartida imaginable, sería un fuerte apoyo financiero y 
        un acuerdo comercial amplio. Se suele vincular tal escenario -incluso 
        en el Brasil- con un gobierno Menem y, en cierta medida, también 
        de López Murphy. Si se diera, podría generar tensiones en 
        la relación con el Brasil, según sean los requerimientos 
        que plantee Washington.
  El otro, es el de un antagonismo con los Estados Unidos, incluso en 
        cuestiones vinculadas al terrorismo internacional. Esto afectaría 
        al Mercosur, a la reestructuración de la deuda, y a las relaciones 
        con el FMI. Se suele vincular este escenario con un eventual triunfo de 
        Adolfo Rodríguez Saá o de Elisa Carrió. Algunos también 
        lo vinculan al triunfo de Néstor Kirchner.  Otro escenario es posible, uno en el que el próximo Presidente 
        -por convicción, pero en todo caso por necesidad-, intente desarrollar 
        una política exterior de equilibrio global y multipolar -incluyendo 
        entre sus prioridades países y mercados del Asia, China en particular-, 
        de marcado acento regional, que enfatice la defensa del sistema multilateral 
        y el rechazo al terrorismo internacional. Esto implicaría un ejercicio 
        continuo, quizás inestable, de conciliación de demandas 
        a veces contradictorias, entre una relación profunda y leal con 
        Brasil y los Estados Unidos, en la cual la relaciones con los países 
        de la Unión Europea, especialmente España, Alemania, Francia, 
        Italia y Gran Bretaña, podrían tener un papel de facilitación 
        del difícil pero necesario equilibrio.   En mi opinión, este último es el escenario más 
        probable cualquiera que sea el candidato finalmente electo, y cualesquiera 
        hayan sido los pronunciamientos de muchos de sus posibles colaboradores 
        durante la campaña electoral. Además de los condicionantes 
        antes mencionados, pesarán las preferencias de una opinión 
        pública fatigada de ilusiones sin sustento real, así como 
        las exigencias del comercio exterior argentino, muy vinculado a la evolución 
        de los mercados regionales, en especial del brasilero. Pesarán, 
        asimismo, el limitado margen de maniobra que existirá en el desarrollo 
        de la agenda externa y un arco de opciones reales restringidas.  En definitiva contarán la experiencia, la personalidad y el estilo 
        político del próximo presidente; los alcances y características 
        de la alianza gubernamental que deberá formar, y las prioridades 
        que surjan de la agenda económica y social, factores que incidirán 
        significativamente en el desarrollo de la agenda externa. También 
        influirán el grado de equilibrio, la calidad y la intensidad que 
        en la práctica tengan las relaciones futuras de su gobierno, con 
        los Estados Unidos, con el Brasil y América Latina, y con la Unión 
        Europea y sus países miembros. |