|  A modo de introducción: el fin de un ciclo largo en la historia 
        argentinaLa Argentina está viviendo el fin de un largo ciclo político 
        y económico. Es un proceso complejo, que trasciende al simple cambio 
        de una política cambiaria y monetaria, es decir el abandono del 
        régimen de convertibilidad.
 Lo que ha concluido es un ciclo durante el cual, se acentuó la 
        dependencia del ahorro externo y no se lograron revertir plenamente los 
        efectos que sobre su comercio exterior, tuvieran el fin de la relación 
        económica especial con Gran Bretaña y luego, el proteccionismo 
        agrícola de algunos de los países más industrializados. Es en esta perspectiva que hay que focalizar el análisis de la 
        inserción internacional de la Argentina, objeto de estas reflexiones. 
        En efecto, muchos de los factores que inciden en el actual cuadro de situación, 
        encuentran sus raíces en la historia profunda de los últimos 
        sesenta años de inserción internacional, así como 
        en la visión que sucesivas generaciones de argentinos tuvieron 
        sobre el país y su relación con el mundo que lo rodea. Otros 
        factores, quizás más importantes pero que no serán 
        aquí analizados, tienen que ver con deficiencias de la representatividad 
        en el sistema político y con la baja capacidad de sus instituciones 
        para articular intereses sociales -en un cuadro de amplia fragmentación 
        del poder-, así como para sostener políticas públicas 
        que penetren en la realidad y que alcancen los resultados esperados. Otros 
        reflejan, incluso, problemas económicos estructurales que afectan 
        la productividad y la competitividad en la producción de bienes 
        y en la prestación de servicios; que estimulan la evasión 
        fiscal y la economía negra, y que aumentan las desigualdades sociales. 
        Estas últimas son más difíciles de administrar en 
        el caso argentino, pues son la resultante de un deterioro del nivel de 
        vida de sectores de la población -la clase media- que en el pasado 
        gozaron de un bienestar superior al de muchos países de la región. 
        No todo ha sido negativo en el desarrollo argentino de las últimas 
        dos décadas. Por el contrario, el país logró progresos 
        significativos en su institucionalización democrática y 
        en su modernización económica, producto en gran medida de 
        la apertura al comercio exterior y de un fuerte proceso de inversión, 
        tanto para la producción de bienes como para la prestación 
        de servicios. En el plano internacional, el país ha contribuido 
        con sus iniciativas a la construcción de un espacio de integración 
        y paz en el Sur de América del Sur, a partir del desarrollo de 
        su alianza estratégica con el Brasil y de sus relaciones económicas 
        con el mundo, en particular con los Estados Unidos y la Unión Europea.  Tales progresos son bases valiosas para la recuperación del país. 
        Es positivo que la traumática transición iniciada con la 
        renuncia del Presidente de la Rúa, se desarrollara en el marco 
        de la institucionalidad democrática. Le corresponde al Presidente 
        Duhalde, con legitimidad formal indiscutible, la difícil tarea 
        de encarar la transición hacia un nuevo ciclo, que podría 
        impulsarse a partir de las elecciones del 2003 con una mayor sustentación 
        social y económica.   En mi opinión, cuatro frentes de acción requieren atención 
        prioritaria. Del éxito que se obtenga dependerán en gran 
        medida, la evolución futura de la Argentina y sus posibilidades 
        de restablecer su credibilidad internacional, el necesario crecimiento 
        económico y la cohesión social. El primero, es reconstruir 
        el poder político y la eficacia del Estado. El segundo, es consolidar 
        la paz en una sociedad convulsionada por sentimientos de frustación 
        y recurrentemente tentada por la anarquía. El tercero, es concluir 
        la administración de los efectos de la salida del sistema del "currency-board", 
        lo que implica restablecer confianza en su moneda nacional, en su sistema 
        financiero y en la capacidad de lograr, a la vez, políticas, conductas 
        y mecanismos, funcionales a la disciplina fiscal y monetaria, y al ahorro 
        y la inversión, necesarias para la producción y la equidad 
        social. El cuarto es desarrollar una inserción internacional en 
        la región y en el mundo, a partir del fortalecimiento de un Mercosur 
        de proyección sudamericana, y de negociaciones comerciales en la 
        OMC, con los Estados Unidos -sea en el ALCA o en el "4+1"-, 
        y con la Unión Europea, con un acuerdo de libre comercio.  No será tarea fácil. El éxito dependerá 
        en gran medida del acierto del próximo gobierno en articular políticas 
        eficaces y creíbles. También dependerá de las consecuencias 
        que extraigan todos los sectores -en especial dirigentes políticos, 
        empresarios, intelectuales, sindicales, religiosos- del ejercicio amplio 
        de autocrítica constructiva que se requiere y que se iniciara en 
        el 2002 como un resultado positivo de la crisis.  Pero también dependerá de la comprensión que la 
        comunidad internacional tenga del caso argentino, y del apoyo concreto 
        que se obtenga en el plano político y financiero. Aislar al país 
        y dejarlo librado a su suerte, limitarse a recetarle políticas, 
        implicaría desconocer el efecto que un agravamiento de la crisis 
        -que podría resultar del fracaso de los esfuerzos de reconstrucción 
        de consensos nacionales- tendría sobre la estabilidad democrática 
        y económica de una región sudamericana cada vez más 
        convulsionada, como lo ponen de manifiesto, entre otras, situaciones como 
        las que atraviesan Colombia y Venezuela. Lo que ocurre en la Argentina se debe mucho a los propios argentinos. 
        Pero también se debe a un entorno internacional y hemisférico 
        -de ideologías y modelos, de políticas y comportamientos- 
        no siempre favorable a la consolidación de sociedades abiertas 
        en el mundo en desarrollo y, especialmente, en América Latina. 
        En tal perspectiva, cabe colocar la importancia que para la Argentina 
        tiene su relación estratégica con el Brasil y la construcción 
        de un Mercosur "en serio". Es decir de un Mercosur que pueda 
        ser visualizado, por la calidad de sus reglas y la eficacia de sus compromisos, 
        como un ámbito externo regional favorable para las profundas transformaciones 
        políticas, económicas y sociales que aún se requieren, 
        en mayor o menor medida, en todos sus socios. Que sea suficientemente 
        atractivo para incluir a Chile y para ser el núcleo duro de la 
        estabilidad política y económica de América del Sur. 
        Un Mercosur, que gracias a su legitimidad y a sus disciplinas colectivas, 
        brinde una plataforma de ganancias mutuas, para mejor negociar y competir 
        en el mundo. Los claros pronunciamientos del Presidente electo del Brasil, 
        Luiz Inácio Lula da Silva, a favor del Mercosur y de la relación 
        con la Argentina, generan una expectativa positiva sobre el futuro.  Estas reflexiones -necesariamente esquemáticas-, abordarán 
        cinco cuestiones fundamentales para entender la Argentina luego de la 
        crisis reciente y su futura inserción en el mundo. La primera tiene 
        que ver con su marginalidad relativa en la perspectiva de las agendas 
        dominantes en la grandes potencias del sistema internacional. La segunda 
        con su credibilidad internacional. La tercera con la reconstrucción 
        de consensos básicos sobre las condiciones que permitirán 
        una inserción eficaz en el mundo actual. La cuarta se relaciona 
        con las oportunidades que pueden visualizarse para el país en un 
        mundo globalizado y de grandes regiones organizadas. Y la quinta cuestión, 
        con la calidad de su alianza estratégica con el Brasil y del Mercosur. La cuestión de la marginalidad relativa de la Argentina en 
        el mundoEl dato de su marginalidad internacional relativa es esencial en cualquier 
        análisis sobre el desarrollo argentino y su futura inserción 
        en el mundo.
 Cabe tener en cuenta para ello, que al menos tres factores inciden en 
        el grado de marginalidad relativa de cualquier país en el sistema 
        internacional, especialmente en la perspectiva de las principales potencias. 
        Permiten tener una clara apreciación de la real situación 
        internacional de un país (Peña, 1968). Ellos son: a) el 
        valor relativo y la situación geográfica en relación 
        con las principales líneas de tensión en el plano estratégico-militar 
        en el sistema internacional en un momento histórico determinado; 
        b) la posición en la estratificación internacional que las 
        principales potencias efectúan del resto del mundo, en términos 
        de seguridad, de mercados y de valores, lo que determina el "grado 
        de prescindibilidad" de un país para protagonistas significativos 
        de la competencia por el poder mundial (Peña, 1970), y c) la dotación 
        relativa de recursos de poder -militares, tecnológicos, económicos 
        y de recursos naturales valiosos, por ejemplo, alimentos o petróleo-, 
        que determina las posibilidades de un país para influenciar acontecimientos; 
        para incidir en la definición de reglas de juego que afectan la 
        capacidad para negociar y competir en el mundo, o para responder con eficacia 
        ante comportamientos de otros países que afecten sus intereses 
        nacionales.  Al menos en cinco planos la Argentina ha sido un país de alta 
        marginalidad relativa en el sistema internacional de las últimas 
        décadas. Ellos son:  
        su valor estratégico y su distancia geográfica con respecto 
          a los principales conflictos estratégico-militares de los últimos 
          setenta años (Segunda Guerra Mundial; Guerra Fría; el 
          mundo post-11 de septiembre 2001);
 
su baja importancia relativa en los flujos globales de comercio e 
          inversión; 
 
su distancia física y económica con respecto a los mercados 
          de mayor dinamismo y poder de compra; 
 
su capacidad para ofrecer bienes y servicios diferenciados de alto 
          valor agregado intelectual, y 
 
su débil incidencia -resultante de los anteriores planos y 
          de su habilidad para enhebrar alianzas internacionales- en la definición 
          de reglas de juego que condicionan el acceso a mercados y el desarrollo 
          de la competencia económica mundial. En particular, en el campo de las relaciones económicas internacionales 
        pueden mencionarse algunos datos ilustrativos. En el 2000 la participación 
        de la Argentina en las exportaciones mundiales fue sólo el 0.3% 
        del total; su participación en las importaciones mundiales representó 
        sólo el 0.4% del total. Las importaciones de origen argentino representan 
        un ínfimo porcentaje de lo que compran los Estados Unidos y la 
        Unión Europea. Su participación en las importaciones del 
        Sudeste Asiático es de sólo el 0.15% del total. En su mayor 
        parte sus exportaciones son commodities agrícolas e industriales: 
        productos no diferenciados sin marca propia. Incluso en materia de alimentos 
        es difícil encontrar hoy en los supermercados del Brasil -un mercado 
        cercano y con acceso preferencial- productos con marca argentina, resultantes 
        de una capacidad propia para incorporar conocimiento a la elaboración 
        de recursos naturales. Sus productos penetran marginalmente, en dos puertas 
        de entrada de los alimentos diferenciados a los mercados mundiales de 
        alto nivel de consumo: las góndolas y el "catering".  En el pasado, la marginalidad económica relativa ha conformado 
        una especie de círculo vicioso: cuanto más marginal era 
        el país en la realidad de los mercados mundiales, más se 
        acentuaba una cultura de introversión que a su vez alimentaba la 
        marginalidad. Lejanía, desconocimiento del mundo y voluntarismo 
        en políticas económicas y externas, formaron por mucho tiempo 
        parte de la realidad argentina, al menos hasta que sus costos se tornaron 
        insoportables para una sociedad que percibió claramente -al menos 
        en tres momentos recientes: década del 70; finales de los 80 y 
        período 2001-2- ya no sólo el espectro de la irrelevancia 
        externa, pero sobretodo el de su disolución interna.   El mercado de los argentinos ha sido por muchos años prioritariamente 
        el local, de tamaño relativamente pequeño. Subsidiariamente 
        han sido los mercados mundiales, y aún así en la medida 
        que no fuera más rentable vender dentro de las fronteras nacionales. 
        Incluso por años las inversiones externas se orientaron fundamentalmente 
        al mercado interno y más recientemente al del Mercosur. Las exportaciones 
        de la Argentina no superan los 600 dólares per-capita. Las importaciones 
        llegan apenas a 700 dólares per-capita. Corea un país con 
        una población del orden de los 40 millones y un producto bruto 
        de 400 mil millones de dólares, supera los 2000 dólares 
        per-capita, tanto en exportaciones como en importaciones. Igual comparación 
        puede hacerse con un país con ventajas comparativas naturales similares 
        a la Argentina, que es Australia.  Un efecto de la marginalidad relativa ha sido el desarrollo de una actitud 
        pasiva con respecto al resto del mundo, especialmente el más desarrollado. 
        La actitud ha sido por mucho tiempo la de esperar que el mundo venga al 
        país (inmigrantes, capitales, ideas, compradores) más que 
        el país ir al mundo, derramando hacia otros países ventajas 
        competitivas para la producción de bienes y la prestación 
        de servicios. Por ello tampoco se ha valorado la noción de mejor 
        conocer y entender el resto del mundo, en particular, aquellas regiones 
        o países de mayor importancia relativa para su inserción 
        internacional. No han existido en el país "think tanks" 
        especializados en los Estados Unidos, en Europa ni en Brasil, en Chile 
        o en América del Sur. Menos aún en el Asia. La presencia 
        de bancos nacionales en el exterior estuvo limitada al negocio financiero. 
        Hay pocos corresponsales de diarios argentinos en el exterior.  Concentrados casi siempre en el corto plazo, los argentinos han tenido 
        dificultades para encontrar tiempo y espacio para interrogarse sobre lo 
        que puede ofrecerles como oportunidades el mundo que los rodea, ni sobre 
        cuáles son las fuerzas de cambio que operan en el entorno internacional, 
        y que pueden desplazar ventajas competitivas, a su favor o en contra. 
        Incluso al proyectarse al mundo se ha desarrollado por años más 
        actitudes de cazadores de blancos fijos (período de sustitución 
        de importaciones) que de cazadores de blancos móviles, atentos 
        a hechos cargados de futuro -normalmente originados en innovaciones tecnológicas 
        o en factores estratégicos-militares- que preanuncian desplazamientos 
        de ventajas competitivas. La cuestión de la credibilidad internacional de la ArgentinaLa cuestión de su credibilidad internacional ha sido un problema 
        recurrente en la Argentina de los últimos cincuenta años. 
        Se ha agravado tras la reciente crisis, afectando la capacidad del país 
        para mantener los flujos de financiamiento e inversión productiva 
        originados en terceros países.
 Lo es, por cierto, para cualquier país que aspira a ser percibido 
        como protagonista significativo de las relaciones internacionales (Peña, 
        1995). Lo es mas, si tal país pretende ser percibido como protagonista 
        responsable, es decir que, con su comportamiento, impulsa mas a las fuerzas 
        que llevan a la anarquía y al desorden. Y mas aun, si en el pasado 
        ha sido percibido desde el exterior como un país de discontinuidades, 
        cambios bruscos e imprevisibles. La credibilidad en las señales que un país emite al resto 
        del mundo -con comportamientos y palabras de sus lideres sociales, y con 
        la calidad y estabilidad de sus políticas, reglas de juego e instituciones-, 
        se traduce a través del tiempo en su imagen de previsibilidad. 
        Es más importante aun en periodos de grandes mutaciones internacionales, 
        como lo es el actual.  La previsibilidad en los comportamientos de un país, basada en 
        la credibilidad que tienen -por su calidad y solidez- las señales 
        que emiten su gobierno y sociedad, es esencial en la relación a 
        dos cuestiones centrales de la agenda internacional post 11 de septiembre 
        2001: la primera, es la de la competencia global por atraer inversiones 
        para aumentar la capacidad para la producción eficiente de bienes 
        y servicios , y por el acceso efectivo a los mercados de alto nivel de 
        consumo. La segunda, es la de la capacidad para controlar la producción 
        de armas nucleares y a sus portadores, sean estos mísiles o terroristas. 
        En torno de ambas cuestiones se articula la principal tensión entre 
        la lógica de la desintegración y la de la integración 
        en el mundo actual, de cuya evolución depende la alternancia entre 
        guerra y paz, y las posibilidades de estabilizar un orden internacional. Para la Argentina estas dos cuestiones son vitales. La primera, pues 
        el flujo de inversiones productivas y de progreso técnico, es condición 
        fundamental para llevar adelante el triple proceso de consolidación 
        de la democracia, de transformación productiva y de inserción 
        competitiva en la economía global. Los capitales hoy están 
        atraídos por muchas oportunidades de inversión que se abren 
        en todas las latitudes. Casi sin excepción, todos los países 
        del mundo están tratando de convencer a inversores y a quienes 
        poseen tecnología de producción y de organización, 
        que el suyo es el que les ofrece el mejor hábitat, en términos 
        de seguridad jurídica y estabilidad, y de acceso a mercados. Es 
        una de las principales fuerzas motoras del fenómeno de bloques 
        económicos como la Unión Europea, el NAFTA y el propio MERCOSUR, 
        y los mega-mercados del Este Asiático.  La segunda es importante, por un lado, por haber desarrollado la Argentina 
        en las últimas décadas, una relativa capacidad tecnológica 
        en el campo nuclear y misilístico. Pero también por el hecho 
        de que los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA, y luego los 
        dramáticos actos del 11 de septiembre de 2001, la confrontan a 
        la realidad de poder estar, sino en la línea de principal tensión 
        estratégica-militar de las grandes potencias, en el área 
        de impacto de conflictos potencialmente peligrosos originados en la escalada 
        tecnológica del terrorismo mundial. Por mucho tiempo, la Argentina cultivó la imagen de una especie 
        de "maverick" internacional. Su comportamiento interno e internacional, 
        carecía de suficiente previsibilidad. Probablemente un origen remoto 
        de tal comportamiento está en el estado de perplejidad que produce 
        en la elite argentina el fin de su relación especial con el Imperio 
        Británico. El debate nacional sobre el pacto Roca-Runciman en la 
        década del 30 del siglo pasado, es sólo un ejemplo. Además, 
        la ambigüedad del comportamiento argentino en la Segunda Guerra Mundial 
        afectó por mucho tiempo su credibilidad internacional, especialmente 
        en la perspectiva de quienes resultaron vencedores. La percepción 
        era que la Argentina había apostado a una eventual paz germánica. 
        Contribuyó ello, junto con razones más profundas e históricas, 
        a la difícil relación que la Argentina tuvo desde entonces 
        con los Estados Unidos. En los años más recientes, hechos 
        como la inestabilidad política con sus consecuencias en la dialéctica 
        subversión-represión; la evolución del conflicto 
        del Atlántico Sur y sus secuelas; la indisciplina macroeconómica 
        y la hiperinflación, y luego la crisis del 2001-2, contribuyeron 
        a la imagen de un país poco confiable y previsible.  Mucho se había avanzado en las últimas dos décadas 
        en la credibilidad y previsibilidad internacional de la Argentina. Entre 
        otros factores, contribuyeron a ello: el restablecimiento de la democracia 
        y del Estado de Derecho; la política de convertibilidad a partir 
        de 1991, y sus efectos en la reconstrucción de instituciones básicas 
        de una economía de mercado, en particular la moneda, el crédito 
        y el presupuesto; la política de integración económica 
        con el Brasil, en el MERCOSUR y con Chile, y los acuerdos que en materia 
        nuclear se han desarrollado con el Brasil, como parte de una política 
        más amplia y racional en el campo nuclear, de los armamentos y 
        misilística. Son hechos que alimentaron la expectativa de un país 
        más proclive a la disciplina que al voluntarismo. La crisis de 
        finales del 2001 y principios del 2002, echaron por tierra los progresos 
        alcanzados en la credibilidad internacional. Confirmaron que mantener 
        la credibilidad y previsibilidad de un país, es tarea permanente 
        que nunca concluye.  El de la credibilidad internacional es entonces uno de los grandes desafíos 
        para la democracia argentina. Se alimenta en ella y la sustenta. Sólo 
        en una realidad de legitimidad democrática y de cohesión 
        social es posible enviar al mundo señales creíbles sobre 
        su aspiración de protagonismo responsable. Es tanto más 
        necesaria, cuanto que existe una "memoria colectiva" sobre los 
        comportamientos del pasado. A finales de 1993, un informe sobre las inversiones 
        europeas en la Argentina, producido por el Club Europa-Argentina, afirmaba 
        que "hoy puede sostenerse con sólidos argumentos que la pasada 
        trayectoria económica de la Argentina, con su marcada indisciplina 
        fiscal y fuerte inflación crónica, ha sido superada. Pero 
        es natural que la inversión -local y extrajera- sea muy sensible 
        a cualquier indicio que pueda evocar un retorno a un comportamiento fiscal 
        con rasgos similares a los del pasado". Los acontecimientos recientes 
        demostraron que era una afirmación correcta. La cuestión de la reconstrucción de consensos básicos 
        para una inserción internacional eficazLa cuestión de la reconstrucción de consensos sociales 
        básicos es también prioritaria para la Argentina. Ellos 
        parecían haberse logrado antes de la crisis reciente. Cómo 
        restablecerlos y traducirlos en políticas públicas eficaces 
        y en comportamientos sociales, es uno de los desafíos más 
        fuertes que enfrentan hoy los argentinos.
 Tales consensos parecían existir, más allá de los 
        naturales ruidos de la vida política que se intensifican, naturalmente, 
        en los frecuentes y prolongados períodos pre-electorales. Estaban 
        basados, por un lado, en las experiencias acumuladas por los argentinos 
        en las últimas décadas. Pero también se sustentaban 
        en una lectura correcta de algunas de las grandes tendencias del mundo 
        del comienzo del nuevo siglo:  
        creciente e inexorable globalización, en términos de 
          reducción de todo tipo de distancia -física, económica 
          y cultural- y de homogeneización de problemas sustantivos -y 
          del espectro de respuestas posibles-, que enfrentan la mayoría 
          de los países al insertarse en los cada vez más competitivos 
          mercados mundiales de bienes y de servicios; 
 
creación de entornos económicos regionales favorables 
          a la competitividad, través del desarrollo de bloques comerciales, 
          sea adoptando distintas modalidades de zona de libre comercio, de unión 
          aduanera e incluso de unión monetaria; 
 
desarrollo de redes transnacionales de producción y comercialización 
          facilitadas por la mayor apertura relativa de los mercados, por los 
          cambios en las culturas empresarias y por el impacto de nuevas tecnologías 
          de información, especialmente en el acceso a la inteligencia 
          económica necesaria para competir, en los flujos financieros, 
          y en el transporte y la logística.  Fue en la pasada década del ochenta, en la que surgen en la Argentina 
        -como por lo demás en buena parte de América del Sur- los 
        consensos políticos fundadores, en torno a la democracia y la sociedad 
        abierta. La cultura de la estabilidad política parecía fuertemente 
        instalada en la sociedad, como en su entorno regional inmediato, especialmente 
        en el Brasil, Chile y Uruguay. Sin embargo, a pesar de las recientes crisis 
        en la región, a diferencia de lo que ocurriera en los años 
        setenta, nadie entiende en estos cuatro países que sea posible 
        ser ganador, en términos políticos, jugando fuera de la 
        legitimidad democrática y de sus instituciones formales. El triunfo 
        de Lula en el Brasil, pone de manifiesto la fortaleza del sistema democrático 
        de la octava economía del mundo y el potencial de la democracia 
        para encauzar las fuerzas de cambio que operan en una sociedad. Lula testimonia 
        con su trayectoria y actitudes el valor de la democracia para la región. Los consensos políticos fundacionales de la década de los 
        80 permitieron que afloraran en los años 90, al menos cinco consensos 
        básicos, económicos y sociales, en la sociedad argentina. 
        Se refieren a los requerimientos mínimos que se necesitan para 
        navegar con éxito el mundo de la globalización y de la regionalización. 
        Son los que deberán restablecerse para facilitar la consolidación 
        de la democracia, la transformación productiva y la inserción 
        competitiva en el mundo.  Ellos son:  
        disciplinas macroeconómicas y equilibrios fiscales, tanto en 
          el orden federal como en las provincias y los municipios; 
 
construcción de un entorno regional para competir y negociar, 
          expresado en el Mercosur, como piedra angular en el desarrollo de un 
          espacio de libre comercio hemisférico y de la alianza con la 
          Unión Europea, en el marco de la OMC; 
 
solidaridad efectiva con quienes enfrentan más dificultades 
          para adaptarse a las nuevas condiciones de la economía nacional 
          y mundial, expresada en el reconocimiento de políticas específicas 
          para pequeñas y medianas empresas, y en políticas sociales 
          en beneficio de los más pobres y de los desocupados; 
 
educación como instrumento para atender, a la vez, los requerimientos 
          de igualdad de oportunidades y de competitividad de la economía 
          nacional y, 
 
profundización de condiciones sistémicas para atraer 
          inversiones productivas y facilitar estrategias de internacionalización 
          de las empresas.  Logrados estos grandes consensos, el debate deberá concentrarse 
        hacia el cómo, es decir, hacia las formas más eficaces y 
        rápidas, para alcanzar objetivos estratégicos valorados. 
        El debate se deberá deslizar hacia el plano de instituciones, políticas 
        públicas, y reglas de juego. No es un debate sobre un modelo, entendido 
        como definiciones sustantivas sobre opciones fundamentales y, eventualmente, 
        excluyentes. Es un debate centrado en metodologías y en calidades, 
        eficacias y efectividades de instituciones y políticas públicas. La cuestión de las oportunidades abiertas por la globalización 
        de la economíaLas tendencias actuales de la economía globalizada y de regionalismo 
        organizado en un marco multilateral, bien aprovechadas, abren oportunidades 
        para que en su inserción económica internacional, la Argentina 
        pueda superar la marginalidad relativa que la ha caracterizado al menos 
        en la segunda mitad del siglo pasado.
  La globalización resultante de la amplia caída de los 
        costos y del incremento de la velocidad del transporte y de las comunicaciones, 
        así como de la desregulación de los sistemas financieros, 
        se ha transformado en un dato inevitable de la realidad económica 
        y política de cualquier el país, incluyendo por cierto a 
        la Argentina. No es un "producto" al que uno pueda optar si 
        quiere. La opción real parece ser o aprender a aprovechar sus ventajas, 
        o quedarse aislado con todos los costos sociales que ello implica.  Para un país como la Argentina, esta realidad global implica 
        la posibilidad de superar en los próximos años el factor 
        de la lejanía física, de la distancia económica y 
        por momentos cultural con los principales mercados industrializados, una 
        de las causas de su marginalidad relativa. Producir y competir desde la 
        Argentina -integrándose en las grandes redes de producción 
        y distribución mundial, aprovechando ventajas de recursos naturales 
        y ecológicos, incluso recursos humanos y experiencia empresaria-, 
        debería ser más atractivo para inversores y empresas, locales 
        y extranjeras.  ¿Cuáles son las oportunidades que la globalización 
        de la economía mundial plantea para un país como la Argentina?. 
        ¿Cómo aprovechar las ventajas del regionalismo y de la relación 
        entre grandes espacios económicos, para obtener los objetivos posibles 
        de un país que optó por la sociedad abierta, con valores 
        e instituciones democráticas, con modernización tecnológica 
        y cohesión social, con vocación a insertarse competitivamente 
        en el mundo?. ¿Cómo organizarse para aprovechar las oportunidades 
        de la globalización, compitiendo y negociando en base a la calidad 
        de lo que el país puede ofrecer?.  Son estas algunas de las preguntas que se le plantean hoy a la sociedad 
        argentina. A favor de respuestas optimistas se visualiza la dotación 
        de recursos naturales; la experiencia acumulada en años de industrialización; 
        la pertenencia a una de las regiones que puede tener -con políticas 
        apropiadas- un mayor potencial de crecimiento económico y una mayor 
        capacidad para atraer inversiones productivas; la superación de 
        la dicotomía agro e industria; el reconocimiento del valor agregado 
        intelectual como un activo para exportar bienes y servicios; la calidad 
        de los recursos humanos y sus muy diferentes orígenes culturales. 
        Esos factores deberían brindar una ventana de oportunidad para 
        alcanzar niveles de competitividad global y regional próximos a 
        países más avanzados.   Teniendo en cuenta la dotación de recursos naturales y humanos, 
        así como la ubicación geográfica de la Argentina, 
        en el mediano y largo plazo las principales necesidades y requerimientos 
        internos con respecto al entorno económico internacional del país, 
        seguirán siendo: 
        la atracción de inversiones productivas y de tecnologías 
          modernas; 
 
la posibilidad de abastecerse de insumos, equipamiento y partes, donde 
          sea más conveniente;
 
la obtención para los productores localizados en el país 
          de un acceso cierto y fluido, al número más amplio de 
          consumidores con buen nivel de ingreso per capita;
 
la integración de cadenas de valor en redes de escala global 
          y regional, y
 
el desarrollo de una infraestructura física y de una logística, 
          más eficientes y adaptadas a los requerimientos del comercio 
          exterior del país.  En esta perspectiva, la presencia de competidores globales y la creciente 
        internacionalización de empresas locales, serán un factor 
        crucial en relación a las necesidades internas antes mencionadas. 
        La internacionalización de empresas se concretará a través 
        de inversiones, de alianzas estratégicas con socios externos, y 
        acuerdos estables de proveedores -en muchos casos con competidores globales 
        que operan en el país-, y contribuirá al desarrollo de redes 
        de producción y de comercialización a escala global y regional, 
        facilitando así la penetración de mercados externos de los 
        bienes y de los servicios originados en la economía local, incluyendo 
        sobretodo los originados en empresas medianas y pequeñas, y en 
        las que operan en las economías regionales. A su vez, la presencia 
        de un mayor número de competidores globales con operaciones en 
        el país seguirá siendo un objetivo muy valorado. Su función 
        puede ser clave en el acceso a terceros mercados. El comercio intra-firma 
        de las corporaciones transnacionales, y el comercio dentro de las redes 
        de comercio y producción por ellas organizadas, representan hoy 
        casi el 70% del comercio mundial de bienes y de servicios.  La cuestión de la calidad de la alianza estratégica 
        con el Brasil y del MercosurLa última cuestión a analizar es la de la calidad de la 
        alianza estratégica de la Argentina con el Brasil, y del Mercosur 
        como su principal símbolo e instrumento operacional.
 Es una alianza con profundo sentido político. Su principal logro 
        ha sido el de desarrolla un espacio de paz, democracia e integración 
        en el sur Americano. Su contenido ha sido más pronunciado en el 
        plano económico y, en especial, en el comercial. Para entenderla en tal perspectiva, es preciso que la Argentina es un 
        "global trader" -al igual que lo es el Brasil-. Sus intereses 
        comerciales externos están diversificados en todo el mundo. El 
        arco de sus exportaciones e importaciones, tanto de bienes como de servicios, 
        se extiende a las Américas, Europa, el Oriente Medio y - por ahora 
        en menor medida- al Este Asiático (exportaciones 2000: 28% Mercosur; 
        18% resto Sudamérica; 12% NAFTA; 22% Unión Europea; 8% Sudeste 
        Asiático; 12% resto del mundo). Esta diversificación se 
        acentúa, si se proyectan en el mediano y largo plazo, las oportunidades 
        que el Este Asiático -especialmente tras el ingreso de China en 
        la OMC- presentan para las posibilidades de producción y exportación 
        de alimentos del país.  De allí que acertadamente la Argentina ha actuado como un protagonista 
        activo en la puesta en funcionamiento de la OMC y luego en la elaboración 
        del Programa de Doha. Sus intereses en este plano -comunes a los del Mercosur- 
        tienen mucho que ver con la cuestión del comercio agrícola. 
        Pero trascienden a otros planos relevantes como son las políticas 
        de defensa comercial y en general, las cuestiones vinculadas con los accesos 
        a mercados de bienes y de servicios. Comparte con otros países 
        miembros de la OMC, incluyendo la Unión Europea, el interés 
        por el fortalecimiento del multilateralismo en el sistema internacional. 
       Por lo demás, el desarrollo mediante negociaciones que respeten 
        el equilibrio de todos los intereses en juego, del Mercosur y de una red 
        sudamericana de libre comercio en el marco de la ALADI; de la apertura 
        del comercio hemisférico en el marco del ALCA y en el marco de 
        una asociación interregional con la Unión Europea, han sido 
        prioridades nacionales en las últimas dos décadas. En general 
        es reconocida como una política de Estado, con fuerte apoyo de 
        la opinión pública. Ha habido, sin embargo ocasionalmente, 
        posiciones más favorables a un inserción de la Argentina 
        en el mundo que privilegie en particular una alianza con los Estados Unidos. 
        Ello ha alimentado un recurrente debate existencial sobre el Mercosur, 
        que no ha contribuido a su eficacia y credibilidad.  En particular, la región sudamericana y dentro de ella, el área 
        definida por el actual Mercosur y Chile, ocupan un lugar prioritario en 
        el comercio exterior argentino y, en especial, en sus exportaciones industriales. 
        Representó en el 2000 cerca de la mitad de las exportaciones. Ha 
        sido en los últimos cuarenta años objeto de esfuerzos de 
        organización en torno a la ideas de integración económica. 
        La ALALC primero y luego la ALADI fueron resultantes de estos esfuerzos. 
        En todos ellos la Argentina tuvo fuerte iniciativa. Si el 80% del comercio 
        exterior argentino está vinculado con regiones con mayor o menor 
        grado de organización intra-bloque, y con condiciones de acceso 
        y reglas de juego diferenciadas (NAFTA, UE, Sudeste Asiático, Sudamérica), 
        es el sudamericano el único ámbito en el cual los negociadores 
        argentinos tienen capacidad significativa para incidir en las condiciones 
        de acceso a los mercados y en la definición de sus reglas de juego. En 1986 la Argentina modificó sustancialmente su estrategia en 
        el ámbito sudamericano. Gracias al cambio en la hipótesis 
        de trabajo -del conflicto potencial a la cooperación activa- en 
        la relación con el Brasil, introducido por el acuerdo tripartito 
        sobre los recursos hídricos de 1979 y potenciado por el retorno 
        de ambos países a la democracia, el Programa de Integración 
        y Cooperación entre la Argentina y el Brasil (PICAB) y luego en 
        1991, el Mercosur introdujeron una nueva metodología de integración 
        regional.  La clave de la estrategia ha sido desde entonces la calidad de la alianza 
        con el Brasil y su proyección a una inserción abierta al 
        mundo. El Mercosur, se transformó en la palanca para disminuir 
        los efectos de la marginalidad relativa del país, acrecentar su 
        credibilidad internacional, y aprovechar las oportunidades de la globalización, 
        mejorando su posición para atraer inversiones y para negociar con 
        los Estados Unidos y con la Unión Europea.  Tras casi dos décadas de construcción, la alianza estratégica 
        entre la Argentina y el Brasil aparece sólida en su esencia (Peña, 
        2002). Tiene raíces que penetran hondo en la historia, en la geografía 
        y en la racionalidad. Es, sin embargo, una alianza que enfrenta una coyuntura 
        difícil, entre otras razones, por los desafíos que encaran 
        las economías de los dos socios, en especial la Argentina, y que 
        requieren adaptaciones creativas en el Mercosur. Los próximos Presidentes de la Argentina y del Brasil, tendrán 
        que encarar desafíos en su agenda de política exterior sustancialmente 
        similares. Ello debería ser un factor que fortalezca el predominio 
        de la lógica de integración entre los dos países, 
        como núcleo duro de la construcción de un espacio sudamericano 
        de paz, estabilidad y democracia. Por cierto que en las respectivas agendas externas, habrá también 
        naturales diferencias de énfasis e intensidades. Incluso podrá 
        haber intereses contrapuestos, como se ha observado más de una 
        vez en la construcción europea, sin que ello significara cuestionar 
        la esencia de su alianza. Tales diferencias resultarán de factores 
        coyunturales y estructurales que distinguen a ambos países en su 
        inserción internacional. En los próximos tiempos, por ejemplo, 
        la Argentina deberá efectuar una renegociación de su deuda 
        externa a partir del hecho del "default", que pesará 
        por un tiempo en su credibilidad internacional. A su vez, es probable 
        que el Brasil, por su vecindad, viva con más intensidad la evolución 
        del conflicto colombiano -y eventualmente de otros países del "arco 
        andino"-. Es posible que le resulte más difícil evitar 
        que tal conflicto tenga crecientes connotaciones internas.   Pero los elementos comunes predominarán en ambas agendas externas. 
        Pueden distinguirse por lo menos cuatro cuestiones, que concentrarán 
        la atención de Brasilia y de Buenos Aires en los próximos 
        cuatro años, es decir, en los períodos presidenciales que 
        se inician en el 2003 (Peña, 2002).  La primera cuestión tiene que ver con la agenda post-11 de septiembre 
        del 2001 y con el fortalecimiento de la acción multilateral en 
        el sistema internacional, tanto en el plano de la seguridad como en el 
        financiero. Algunas preguntas requerirán necesariamente de respuestas 
        inteligentes, expresadas en políticas externas eficaces y en un 
        alto grado de concertación. Unas se refieren a la cuestión 
        de la violencia y de la seguridad en el plano internacional. Entre otras 
        sobresalen las siguientes preguntas: ¿cómo preservar un 
        espacio suficientemente amplio para la acción de las instituciones 
        multilaterales, en un sistema internacional que confronta tentaciones 
        crecientes hacia la acción unilateral, especialmente de la principal 
        potencia mundial?, y ¿cómo poner en evidencia que las respuestas 
        multilaterales basadas en una actitud responsable de grandes regiones 
        organizadas, pueden ser más eficaces frente a los desafíos 
        que micropolos de la violencia -actuando muchas veces en red-, plantean 
        a la gobernabilidad del sistema internacional y a la vigencia de la democracia?. 
        Otras preguntas se refieren a la cuestión del financiamiento internacional 
        y el problema de su volatilidad. Al respecto, la pregunta central sería: 
        ¿cómo generar políticas e instrumentos multilaterales, 
        que permitan neutralizar los efectos desestabilizadores que la volatilidad 
        financiera internacional produce en países en desarrollo?. Las 
        cuestiones antes planteadas serán más difícil de 
        administrar aún, si se produjera un escenario "11 de septiembre 
        plus", como consecuencia de hechos similares a los de aquél 
        fatídico día, o si la economía mundial no logra restablecer 
        una recuperación que sea sustentable en el tiempo.  La segunda cuestión tiene que ver con la paz y estabilidad política 
        en el espacio sudamericano. Es un hecho que en algunos países de 
        América del Sur, concretamente los del denominado "arco andino", 
        se está en presencia de fracturas sociales, actuales o potenciales, 
        que conducen o pueden conducir, incluso, a un cuestionamiento violento 
        de la legitimidad democrática. En este plano, dos preguntas aparecen 
        como prioritarias: ¿cómo contribuir a lograr respuestas 
        a la vez racionales y eficaces, dentro de la lógica de los valores 
        democráticos, a problemas de profundas raíces sociales que 
        afectan a países de la región?, y ¿cómo poner 
        en evidencia que las democracias más estables de América 
        del Sur -en particular, la Argentina, Chile, Brasil y Uruguay- pueden 
        aportar con su comprensión y solidaridad activa, elementos a la 
        solución de problemas internos de países vecinos, que de 
        no encontrar un encauzamiento razonable, pueden terminar por contaminar 
        al resto de la región?. Las dos cuestiones serán también 
        más difíciles de resolver, si predominara la lógica 
        de la violencia en las respuestas que se originen en el entorno hemisférico. 
        La calidad y la franqueza del diálogo con los Estados Unidos, pero 
        también con la Unión Europea, será un elemento decisivo 
        en la eficacia de la acción necesaria para fortalecer las posibilidades 
        de un espacio sudamericano de paz, estabilidad política y democracia.  La tercera cuestión se vincula con las negociaciones comerciales 
        internacionales en el período 2003-2004. El Brasil tiene una responsabilidad 
        especial en las negociaciones con los Estados Unidos, sea en el ámbito 
        del ALCA o del denominado "4+1", por su dimensión económica 
        y porque ejerce con Washington la presidencia conjunta del ejercicio negociador 
        hemisférico, en lo que se supone debería ser su etapa final. 
        La tentación de un entendimiento bilateral no puede ser ignorada 
        y si existiera, deberá ser controlada. Pero junto con la Argentina 
        y sus otros socios, también tendrá la posibilidad de ejercer 
        una influencia significativa en los alcances que finalmente tengan las 
        negociaciones en la OMC y con la Unión Europea, en especial -aunque 
        no exclusivamente- en materia del acceso a mercados y de las reglas de 
        juego que se apliquen al comercio agrícola y al de servicios. Una 
        pregunta es esencial al respecto: ¿cómo lograr que las actuales 
        negociaciones comerciales internacionales, concluyan con resultados equilibrados 
        para los intereses de los países de la región?. No negociar 
        no parece una opción razonable, pues otros países y otras 
        regiones ya están negociando, e incluso concluyendo acuerdos de 
        libre comercio con los Estados Unidos y con la Unión Europea. Negociar 
        bien será entonces el gran desafío de los próximos 
        dos años. Y ello no será fácil por las tendencias 
        proteccionistas que siguen observándose en los países industrializados, 
        especialmente en materia agrícola.  La cuarta cuestión se relaciona con el Mercosur. Dos preguntas 
        son prioritarias; ¿qué tipo de alianza estratégica 
        regional será funcional no solo a los inmediatos escenarios negociadores, 
        pero sobre todo a los previsibles escenarios post-negociaciones comerciales?; 
        y ¿qué tipo de mecanismos e instrumentos permitirán 
        construir un espacio Mercosur de dimensión sudamericana, que a 
        la vez asegure una preferencia económica entre los socios; la previsibilidad 
        de las reglas de juego; un nivel razonable de disciplinas colectivas, 
        y un cuadro de ganancias mutuas que aseguren su sustentabilidad en el 
        tiempo, su credibilidad ante inversores y terceros países, y su 
        legitimidad en las respectivas sociedades civiles?.   La situación actual del Mercosur se caracteriza por una marcada 
        brecha de credibilidad sobre su eficacia e incluso sobre su futuro (Peña, 
        2002). Se han acumulado reglas que no se cumplen. Se carece de la suficiente 
        flexibilidad en las reglas vigentes como para encarar situaciones críticas 
        originadas en disparidades macroeconómicas. La metodología 
        de concertación de intereses e incluso la de solución de 
        controversias, presenta notorias insuficiencias. Poco a poco, el proceso 
        de integración se está deslizando hacia niveles peligrosos 
        de irrelevancia, que recuerdan la experiencia latinoamericana en otros 
        procesos de integración. El síndrome de la "integración-ficción", 
        se está instalando gradualmente y genera confusión y escepticismo 
        en ciudadanos, inversores y terceros países. Revertir tales tendencias parece una tarea prioritaria en la agenda común 
        de la Argentina y del Brasil, y para la calidad de su alianza estratégica. 
        A tal efecto, colocar la construcción del Mercosur y su adaptación 
        a nuevas realidades, en la perspectiva de los requerimientos que planteen 
        en el plano de la seguridad y del financiamiento externo la evolución 
        de la "agenda 11 de septiembre", y los posibles escenarios "post-negociaciones 
        comerciales internacionales", permitirá el desarrollo de enfoques 
        realistas orientados hacia el futuro. En ellos deberían predominar 
        la creatividad conceptual e instrumental, y una razonable heterodoxia 
        dentro del marco de permisibilidad que brindan los compromisos internacionales 
        asumidos por los socios, especialmente en el ámbito de la OMC. A modo de conclusiónLa crisis del 2001-2 puede tener un efectivo positivo en el largo camino 
        de los argentinos para construir una sociedad abierta, democrática, 
        moderna en lo económico y social, y competitiva en un mundo globalizado.
  Es una tarea posible, por el enorme potencial del país y de su 
        gente, en la medida que se logren generar consensos sociales en torno 
        al valor de la estabilidad política, económica y social, 
        y del desarrollo de una inserción realista en el sistema internacional.  La inserción internacional de la Argentina, debe permitir traducir 
        necesidades internas en posibilidades externas (Lafer, 2002). Ello requiere 
        un diagnóstico correcto sobre el valor del país en el mundo 
        y en la región; restablecer niveles mínimo de credibilidad 
        y de previsibilidad; aprovechar las oportunidades que brinda la globalización 
        y enhebrar un tejido de alianzas externas de calidad, comenzando por un 
        Mercosur de dimensión sudamericana, y acuerdos equilibrados de 
        libre comercio en el hemisferio y con la Unión Europa, a la vez 
        que se contribuye al fortalecimiento de la OMC.  En función de tal marco, resultante de las actuales negociaciones 
        comerciales internacionales, la Argentina deberá prepararse para 
        competir con la proyección internacional de su capacidad para producir 
        bienes y prestar servicios que sean valiosos, por el valor intelectual 
        incorporado, para los consumidores de otros países.  Una estrategia de este tipo debería permitir generar efectos 
        de cohesión interna en una sociedad caracterizada por su pluralismo 
        y movilidad social, pero que ha perdido fuerza por su fragmentación 
        y por errores de apreciación sobre su valor real en el mundo.   Restablecer la viabilidad de la democracia y la transformación 
        productiva de la Argentina, puede significar una contribución valiosa 
        al desarrollo de un espacio sudamericano de paz y desarrollo. Es un objetivo 
        que merece el apoyo de la comunidad internacional, en especial de los 
        Estados Unidos y de la Unión Europea. Referencias a otros trabajos del autor:(Peña, 1968), "La Participación en el Sistema Internacional", 
        en revista Criterio, BsAs, diciembre de 1968, ps. 931 y ss.
 (Peña, 1970), "Argentina en América Latina", en 
        revista Criterio, BsAs, diciembre 1970, ps.872 y ss. También en 
        Celso Lafer y Félix Peña, "Argentina y Brasil en el 
        Sistema de Relaciones Internacionales", BsAs, Ediciones Nueva Visión, 
        1973 (en portugués, Sao Paulo, Libraría Duas Cidades, 1973).
 (Peña, 1995), "La Credibilidad Internacional de la Argentina", 
        en revista Criterio, BsAs, abril 1995, ps 21 y ss.
 (Peña, 2002), "La Argentina y el Brasil, hoy", en Wagner 
        Rocha D'Angelis, coordenador, "Direito da Integracao & Direitos 
        Humanos no Século XXI", Curitiba, Juruá Editora, 2002, 
        ps. 45 y ss.
 (Peña, 2002), "El Mercosur en el Actual Contexto Mundial", 
        en revista Archivos del Presente, BsAs, nro 28, 2002, ps. 75 y ss.
 Otras referencias:(Lafer, 2002), "La Identidad Nacional del Brasil", Fondo de 
        Cultura Económica, 2002.
 |