| Una experiencia de dos décadas cargadas de leccionesTras casi dos décadas de construcción, la alianza estratégica 
        entre la Argentina y el Brasil aparece hoy como sólida en su esencia. 
        Tiene raíces que penetran hondo en la historia, en la geografía 
        y en la racionalidad. La experiencia acumulada en estos años está 
        cargada de lecciones que, bien aprovechadas, permitirían seguir 
        su construcción en el futuro, en particular teniendo en cuenta 
        las oportunidades y desafíos que el fenómeno de la globalización 
        -en su expresión más simple de un acortamiento de todo tipo 
        de distancias -a escala planetaria- entre las naciones y de un aumento 
        sustancial de la permeabilidad de toda sociedad a la influencia de factores 
        externos-, presenta a cada uno de nuestros países.
 Es una alianza que enfrenta hoy una coyuntura difícil, entre otras 
        razones, por los desafíos que encaran las economías de los 
        dos socios, en especial la Argentina, y que requieren adaptaciones creativas 
        en el Mercosur, principal instrumento que la expresa.  Cuando hace un año el profesor Celso Lafer recibió el 
        título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, 
        se refirió a dos dimensiones del análisis de la trayectoria 
        conjunta de las que son, por tamaño y capacidad de gravitación, 
        las dos principales naciones del espacio sudamericano. Una primera dimensión, se refiere a algunas de las fuerzas profundas 
        que han impulsado la idea de construir una alianza estratégica 
        entre ambas naciones, con el apoyo constante de sus opiniones públicas. 
        Al explorar en la historia del siglo XX los pronunciamientos e iniciativas 
        que condujeron, primero al programa bilateral de integración entre 
        la Argentina y el Brasil y luego, al origen del Mercosur, el Canciller 
        Lafer constata con Bobbio que la Historia no recomienza "ex novo" 
        cada diez años. Es, por el contrario, la resultante de un proceso 
        de acumulación de experiencias a través de los años. 
        Repasa al respecto, un camino nutrido por el pensamiento de ilustres brasileros 
        comprometidos con la idea de una relación especial entre las dos 
        naciones, tales como Rui Barbosa ("los antagonismos aparentes se 
        resuelven por mutuas concesiones.....y éstas son las condiciones 
        en que se pueden desarrollar, paralelamente y en cooperación, la 
        Argentina y el Brasil, y no habrá error, al decir que todo en su 
        situación natural los aproxima, y que sólo una superficial 
        interpretación de sus necesidades podría desunirlos") 
        y el Barón de Rio Branco, al promover el Tratado de cordial inteligencia 
        y arbitrio entre Brasil, Argentina y Chile -el ABC- como instrumento que 
        permitiese "asegurar la paz y estimular el progreso de la América 
        del Sur". Camino nutrido en sus antecedentes remotos además, 
        de impulsos políticos de líderes de la talla de Roca y Campos 
        Salles, en los umbrales del siglo XX, y de Kubistschek y Frondizi en los 
        años cincuenta.  Mantener la dirección estratégica trazada al promediar 
        los años 80 y luego con la creación del Mercosur, no pretendiendo 
        en cada curva de la Historia empezar todo de nuevo, parece ser la principal 
        lección que pueden extraerse de estas dos décadas, como 
        lo ha sido por lo demás, la lección más profunda 
        del itinerario de la construcción de la Unión Europea, iniciada 
        en la década de los 50. Una alianza estratégica sólida 
        y trascendente, no se explica ni se agota en una coyuntura. Se proyecta 
        en el largo plazo y se alimenta gradualmente con el genio del liderazgo 
        político y la activa participación de las respectivas sociedades. 
        Es ante todo un proyecto cultural que opera sobre valores y sobre el imaginario 
        colectivo de los pueblos involucrados. Ello implica no replantear constantemente 
        un debate "existencial" sobre el sentido del proyecto conjunto, 
        pero sí encarar cuántas veces sea necesario el debate "instrumental", 
        sobre la mejor manera de concretarlo a través del tiempo y tomando 
        en cuenta los naturales cambios de circunstancias, tanto externas como 
        internas, estas últimas muchas veces resultado de los efectos producidos 
        por el propio proceso de integración.  Una segunda dimensión de la trayectoria común, se refiere 
        a la administración de las coyunturas en el marco del proyecto 
        común. Especialmente cuando ellas aparecen plagadas de dificultades 
        e, incluso, de potenciales fuerzas centrífugas. Ello implica, a 
        partir del supuesto de una alianza sólida que responde a fuerzas 
        profundas que impulsan hacia la integración en la región, 
        navegar con habilidad los desafíos que en cada momento específico, 
        como por ejemplo el actual, se plantean a un Mercosur abierto al mundo 
        y a la construcción de un espacio sudamericano, en el que predominen 
        la paz, la estabilidad, la democracia y, como consecuencia de ello, el 
        progreso y el bienestar de sus pueblos.  En la oportunidad citada, Lafer señalaba con razón que 
        el Mercosur ya ha adquirido la dimensión superior de una política 
        de Estado, impulsada desde la década de los ochenta y hasta ahora 
        sin interrupciones, por los respectivos Presidentes de la Argentina, y 
        del Brasil, dentro del marco de la legitimidad democrática. Agrega, 
        con razón, que no es un simple "contrato comercial". 
        Es por el contrario un contrato multidimensional, que aspira a penetrar 
        en lo profundo de nuestras realidades sociales, políticas y culturales, 
        preservando las respectivas identidades nacionales, y donde el eje fundamental 
        es el objetivo común de construir un entorno regional favorable 
        a la consolidación de los procesos democráticos, a la modernización 
        económica en un marco de mayor cohesión social, y a una 
        plataforma eficaz para mejor negociar y competir a escala hemisférica 
        y global.  Es entonces un pacto voluntario entre naciones soberanas con vocación 
        de permanencia, construido a partir de los respectivos intereses nacionales 
        -y no de una hipotética racionalidad supranacional-, puestos en 
        forma dinámica en la perspectiva de objetivos comunes, y en el 
        marco de reglas de juego y disciplinas, también comunes.  Combinar visión de futuro, solidaridad y el "hombro a hombro" 
        ante los problemas actuales (por ejemplo, el liderazgo del gobierno del 
        Brasil en la promoción de la comprensión y el apoyo internacional 
        ante las recientes dificultades de la economía argentina), y adaptaciones 
        creativas en las reglas de juego del Mercosur (que enriquecidos en base 
        a la experiencia acumulada en estas dos décadas, construyan sobre 
        lo ya logrado y respeten los compromisos básicos, la reciprocidad 
        de intereses que los sustentan, y la seguridad y previsibilidad que requieren 
        quienes invierten en función del espacio económico común), 
        son en nuestra opinión, elementos centrales de una política 
        orientada a sustentar a través del tiempo, la construcción 
        de la alianza estratégica binacional y a encarar con inteligencia 
        y realismo, los desafíos que enfrentarán los países 
        del Mercosur hacia el futuro, especialmente en su agenda externa.  Es entonces una tarea de largo plazo que requiere reconocer que en un 
        mundo globalizado, los intereses de cada socio no se agotan en ninguna 
        alianza por más privilegiada que ella sea, si no que se insertan 
        en un cuadro amplio y variado de relaciones externas con muchos otros 
        países y regiones. La alianza entre la Argentina y el Brasil, no 
        es ni podría ser exclusiva ni excluyente. Es una parte significativa 
        de una red de alianzas externas que requiere ser compatibilizadas entre 
        sí, en forma continua y dinámica. Si la política 
        externa -en la expresión de Celso Lafer- es el arte de traducir 
        necesidades internas en posibilidades externas, el ejercicio conjunto 
        de tal arte entre un par o un grupo de países, alcanza niveles 
        de gran complejidad y exige a sus protagonistas, una estatura intelectual 
        y política muy especial. Supone el desarrollo entre los socios 
        de una metodología de concertación, particularmente cuidadosa 
        en su forma y en su contenido. Las respectivas agendas externas de los socios, como factor de impulso 
        y fortalecimiento de una alianza estratégica, voluntaria y con 
        vocación de permanencia.Los próximos Presidentes de la Argentina y del Brasil, tendrán 
        que encarar desafíos en su agenda de política exterior sustancialmente 
        similares. Ello debería ser un factor que fortalezca el predominio 
        del espíritu y de la lógica de integración entre 
        los dos países, como núcleo duro de la construcción 
        de un espacio sudamericano de paz, estabilidad y democracia.
  Por cierto que en las respectivas agendas externas, habrá también 
        naturales diferencias de énfasis e intensidades. Incluso podrá 
        haber intereses contrapuestos, como se ha observado más de una 
        vez en la construcción europea, sin que ello significara cuestionar 
        la esencia de su alianza. Tales diferencias resultarán de factores 
        coyunturales y estructurales que distinguen a ambos países en su 
        inserción internacional. En los próximos tiempos, por ejemplo, 
        la Argentina deberá efectuar una renegociación de su deuda 
        externa a partir del hecho del "default", que pesará 
        por un tiempo en su credibilidad internacional. A su vez, es probable 
        que el Brasil, por su vecindad, viva con más intensidad la evolución 
        del conflicto colombiano -y eventualmente de otros países del "arco 
        andino"-. Es posible que le resulte más difícil evitar 
        que tal conflicto tenga crecientes connotaciones internas.  Los potenciales intereses divergentes tornan más necesario aún, 
        poner énfasis en las lealtades básicas y la confianza recíproca, 
        así como en el desarrollo del conocimiento mutuo entre todos protagonistas 
        relevantes de cada una de las sociedades civiles, a fin de evitar entre 
        los socios los efectos centrífugos de lo que recientemente el Presidente 
        Fernando Henrique Cardoso denominara la cuestión de la "disonancia 
        cognitiva" (distancia entre una realidad y el conocimiento predominante 
        sobre ella).  Pero los elementos comunes predominarán en ambas agendas externas. 
        Pueden distinguirse por lo menos cuatro grandes cuestiones, que concentrarán 
        la atención de Brasilia y de Buenos Aires en los próximos 
        cuatro años, es decir, en los próximos períodos presidenciales 
        que se inician en el 2003.  La primera gran cuestión tiene que ver con la agenda post-11 
        de septiembre del 2001 y con el fortalecimiento de la acción multilateral 
        en el sistema internacional, tanto en el plano de la seguridad como en 
        el financiero. Algunas preguntas requerirán necesariamente de respuestas 
        inteligentes, expresadas en políticas externas eficaces y en un 
        alto grado de concertación.  Unas se refieren a la cuestión de la violencia y de la seguridad 
        en el plano internacional. Entre otras sobresalen las siguientes preguntas: 
        ¿cómo preservar un espacio suficientemente amplio para la 
        acción de las instituciones multilaterales, en un sistema internacional 
        que confronta tentaciones crecientes hacia la acción unilateral, 
        especialmente de la principal potencia mundial?, y ¿cómo 
        poner en evidencia que las respuestas multilaterales basadas en una actitud 
        responsable de grandes regiones organizadas, pueden ser más eficaces 
        frente a los desafíos que micropolos de la violencia -actuando 
        muchas veces en red-, plantean a la gobernabilidad del sistema internacional 
        y a la vigencia de la democracia?.  Otras preguntas se refieren a la cuestión del financiamiento internacional 
        y el problema de su volatilidad. Al respecto, la pregunta central sería: 
        ¿cómo generar políticas e instrumentos multilaterales, 
        que permitan neutralizar los efectos desestabilizadores que la volatilidad 
        financiera internacional produce en países en desarrollo?.  Las cuestiones antes planteadas serán más difícil 
        de administrar aún, si se produjera un escenario "11 de septiembre 
        plus", como consecuencia de nuevos hechos similares a los de aquél 
        fatídico día, o si la economía mundial no logra restablecer 
        una recuperación que sea sustentable en el tiempo.  En ambos casos, el de la seguridad y el del financiamiento externo, 
        la acción conjunta de los socios requerirá mucha comunicación 
        recíproca, así como con los otros países de la región, 
        a fin de administrar con eficacia las crisis que puedan producirse por 
        sus impactos en cada país y en la región sudamericana en 
        su conjunto.  La segunda gran cuestión tiene que ver con la paz y la estabilidad 
        política en el espacio sudamericano. Es un hecho que en algunos 
        sistema políticos de América del Sur, concretamente los 
        del denominado "arco andino", se está en presencia de 
        fracturas sociales, actuales o potenciales, que conducen o pueden conducir, 
        incluso, a un cuestionamiento violento de la legitimidad democrática. 
       En este plano, dos preguntas aparecen como prioritarias: ¿cómo 
        contribuir a lograr respuestas a la vez racionales y eficaces, dentro 
        de la lógica de los valores democráticos, a problemas de 
        profundas raíces sociales que afectan a países de la región?, 
        y ¿cómo poner en evidencia que las democracias más 
        estables de América del Sur -en particular, la Argentina, Chile, 
        Brasil y Uruguay- pueden aportar con su comprensión y solidaridad 
        activa, elementos a la solución de problemas internos de países 
        vecinos, que de no encontrar un encauzamiento razonable, pueden terminar 
        por contaminar al resto de la región?. Las dos cuestiones serán 
        también más difíciles de resolver, si predominara 
        la lógica de la violencia en las respuestas que se originen en 
        el entorno hemisférico. La calidad y la franqueza del diálogo 
        con los Estados Unidos, pero también con la Unión Europea, 
        será un elemento decisivo en la eficacia de la acción necesaria 
        para fortalecer las posibilidades de un espacio sudamericano de paz, estabilidad 
        política y democracia.  La tercera gran cuestión se vincula con las negociaciones comerciales 
        internacionales en las que participarán activamente nuestros países 
        en el período 2003-2004. El Brasil tendrá una responsabilidad 
        especial en las negociaciones con los Estados Unidos, sea en el ámbito 
        del ALCA o del denominado "4+1", por su dimensión económica 
        y porque ejercerá con Washington la presidencia conjunta del ejercicio 
        negociador hemisférico, en lo que se supone debería ser 
        su etapa final. La tentación de un entendimiento bilateral no puede 
        ser ignorada y si existiera, deberá ser controlada. Pero junto 
        con la Argentina y sus otros socios, también tendrá la posibilidad 
        de ejercer una influencia significativa en los alcances que finalmente 
        tengan las negociaciones en la OMC y con la Unión Europea, en especial 
        -aunque no exclusivamente- en materia del acceso a mercados y de las reglas 
        de juego que se apliquen al comercio agrícola y al de servicios. 
        Una pregunta es esencial al respecto: ¿cómo lograr que las 
        actuales negociaciones comerciales internacionales, concluyan con resultados 
        satisfactorios para los intereses nacionales de cada uno de los países 
        de la región?. No negociar no parece una opción razonable, 
        pues otros países y otras regiones ya están negociando, 
        e incluso concluyendo acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos 
        y con la Unión Europea. Negociar bien será entonces el gran 
        desafío de los próximos dos años. Y ello no será 
        fácil por las tendencias proteccionistas que siguen observándose 
        en los países industrializados, especialmente en materia agrícola.  La cuarta gran cuestión se relaciona con el Mercosur. Dos preguntas 
        surgen como prioritarias; ¿qué tipo de alianza estratégica 
        regional será funcional ya no solo a los inmediatos escenarios 
        negociadores, pero sobre todo a los previsibles escenarios post-negociaciones 
        comerciales?; y ¿qué tipo de mecanismos e instrumentos permitirán 
        construir un espacio Mercosur de dimensión sudamericana, que a 
        la vez asegure una preferencia económica entre los socios; la previsibilidad 
        de las reglas de juego; un nivel razonable de disciplinas colectivas, 
        y un cuadro de ganancias mutuas que aseguren su sustentabilidad en el 
        tiempo, su credibilidad ante inversores y terceros países, y su 
        legitimidad en las respectivas sociedades civiles?.   La situación actual del Mercosur se caracteriza por una marcada 
        brecha de credibilidad sobre su eficacia e incluso sobre su futuro. Se 
        han acumulado reglas que no se cumplen. Se carece de la suficiente flexibilidad 
        en las reglas vigentes como para encarar situaciones críticas originadas 
        en disparidades macroeconómicas. La metodología de concertación 
        de intereses e incluso la de solución de controversias, presenta 
        notorias insuficiencias. Poco a poco, el proceso de integración 
        se está deslizando hacia niveles peligrosos de irrelevancia, que 
        recuerdan la experiencia latinoamericana en otros procesos de integración. 
        El síndrome de la "integración-ficción", 
        se está instalando gradualmente y genera confusión y escepticismo 
        en ciudadanos, inversores y terceros países. Revertir tales tendencias parece una tarea prioritaria en la agenda común 
        de la Argentina y del Brasil. A tal efecto, colocar la construcción 
        del Mercosur y su adaptación a las nuevas realidades, en la perspectiva, 
        a la vez, de los requerimientos que planteen en el plano de la seguridad 
        y del financiamiento externo la evolución de la "agenda 11 
        de septiembre", y de los posibles escenarios "post-negociaciones 
        comerciales internacionales", permitirá el desarrollo de enfoques 
        realistas orientados hacia el futuro, en los que predominen la creatividad 
        conceptual e instrumental, y una razonable heterodoxia dentro del marco 
        de permisibilidad que brindan los compromisos internacionales asumidos 
        por nuestros países, especialmente en el ámbito de la OMC. La importancia de un liderazgo político colectivoEn relación a estas cuatro grandes cuestiones -que por cierto 
        no serán las únicas relevantes-, los próximos Presidentes 
        del Brasil y de la Argentina, deberán poner de manifiesto sus cualidades 
        para ejercer un liderazgo individual y colectivo, de cuya creatividad 
        y eficacia, dependerán en gran medida el desafío de demostrar 
        que las democracias del Sur americano, pueden trabajar juntas y ser un 
        factor decisivo en la construcción de un espacio sudamericano de 
        paz, estabilidad política y democracia, y de transformación 
        productiva, cohesión social e inserción activa como protagonistas 
        relevantes en la región y en el mundo.
  Liderazgo político colectivo significa más que la ya tradicional 
        diplomacia presidencial. Significa trazar juntos un camino hacia un horizonte 
        viable que refleje los intereses comunes de los socios, y tener la capacidad 
        de movilizar las respectivas sociedades hacia las metas privilegiadas. 
        Significa además tener la capacidad de contribuir a generar consensos, 
        entre los socios y en sus opiniones públicas, a fin de lograr la 
        suficiente sustentación social y legitimidad del camino trazado.  Las respectivas campañas electorales, pero en especial los primeros 
        meses del ejercicio del poder, permitirán apreciar a través 
        de actitudes concretas y no sólo de pronunciamientos retóricos, 
        si el futuro liderazgo presidencial de ambos países tendrá 
        la capacidad para articular respuestas conjuntas, que sean funcionales 
        a la dimensión de los desafíos a enfrentar. En particular, 
        a la conciliación entre las respectivas demandas internas de cada 
        sociedad y las que se originan en un entorno regional y mundial, que muy 
        probablemente seguirá siendo dominado por la incertidumbre y volatilidad, 
        tanto política como financiera, y por tendencias proteccionistas 
        de los países industrializados, difíciles de domesticar.  En el plano bilateral argentino-brasilero, el principal desafío 
        será el crear un clima de confianza y lealtad recíproca, 
        que sólo puede construirse con un pleno conocimiento de los intereses 
        comunes y de las naturales diferencias que puedan existir en el plano 
        de las relaciones internacionales. Maximizar lo que une a ambos países 
        y neutralizar los efectos derivados de enfoques a veces diferentes, será 
        una responsabilidad central de los próximos Presidentes. Incorporar 
        activamente a Chile, como miembro pleno de un Mercosur con instrumentación 
        a la vez flexible y previsible, en particular en la cuestión del 
        arancel externo común, será una contribución eficaz 
        para el desarrollo de las respectivas agendas externas de los próximos 
        cuatro años. |