|  El próximo Presidente del Brasil tendrá que encarar desafíos 
        en su agenda de política exterior sustancialmente similares a los 
        del próximo Presidente de los argentinos. Por cierto que habrá 
        diferencias de énfasis e intensidades. Ellos resultarán 
        de factores coyunturales y estructurales que distinguen a ambos países 
        en su inserción internacional. La Argentina, por ejemplo, deberá 
        efectuar una renegociación de su deuda externa a partir del hecho 
        del "default", que pesará por un tiempo en su credibilidad 
        internacional. A su vez, el Brasil, por su vecindad, vivirá con 
        más intensidad la evolución del conflicto colombiano -y 
        eventualmente de otros países del "arco andino"-. Es 
        posible que le resulte más difícil evitar que tal conflicto 
        tenga crecientes connotaciones internas.  Pero los elementos comunes predominarán en ambas agendas externas. 
        Pueden distinguirse por lo menos cuatro grandes cuestiones, que concentrarán 
        la atención de Brasilia y de Buenos Aires en los próximos 
        cuatro años.  La primera cuestión tiene que ver con la agenda post-11 de septiembre 
        del 2001 y con el fortalecimiento de la acción multilateral en 
        el sistema internacional, tanto en el plano de la seguridad como en el 
        financiero. ¿Cómo preservar un espacio suficientemente amplio 
        para la acción de las instituciones multilaterales, en un sistema 
        internacional que confronta tendencias crecientes hacia la acción 
        unilateral de la principal potencia mundial?. ¿Cómo poner 
        en evidencia que las respuestas multilaterales basadas en una actitud 
        responsable de grandes regiones organizadas, pueden ser más eficaces 
        frente a los desafíos que micropolos de la violencia -actuando 
        muchas veces en red-, plantean a la gobernabilidad del sistema internacional 
        y a la vigencia de la democracia?. Y a la vez, ¿cómo generar 
        políticas e instrumentos multilaterales, que permitan neutralizar 
        los efectos desestabilizadores que la volatilidad financiera internacional 
        produce en países en desarrollo?. La cuestión será 
        más difícil de administrar aún, si se produjera un 
        escenario "11 de septiembre plus", como consecuencia de nuevos 
        hechos similares a los de aquél fatídico día, o si 
        la economía mundial no logra restablecer una recuperación 
        que sea sustentable en el tiempo.  La segunda cuestión tiene que ver con la paz y la estabilidad 
        política en el espacio sudamericano. Es un hecho que en algunos 
        sistema políticos de América del Sur, se está en 
        presencia de fracturas sociales que conducen incluso a un cuestionamiento 
        violento de la legitimidad democrática. ¿Cómo contribuir 
        a lograr respuestas a la vez racionales y eficaces, dentro de la lógica 
        de los valores democráticos, a problemas de profundas raíces 
        sociales que afectan a países de la región?. ¿Cómo 
        poner en evidencia que las democracias más estables de América 
        del Sur -en particular, la Argentina, Chile, Brasil y Uruguay- pueden 
        aportar con su comprensión y solidaridad activa, elementos a la 
        solución de problemas internos de países vecinos, que de 
        no encontrar un encauzamiento razonable, pueden terminar por contaminar 
        al resto de la región?. La cuestión será también 
        más difícil de resolver, si predominara la lógica 
        de la violencia en las respuestas que se originen en el entorno hemisférico.  La tercera cuestión se vincula con las negociaciones comerciales 
        internacionales en las que participarán activamente nuestros países 
        en el período 2003-2004. El Brasil tendrá una responsabilidad 
        especial en las negociaciones con los Estados Unidos, sea en el ámbito 
        del ALCA o del denominado "4+1", por su dimensión económica 
        y porque ejercerá con Washington la presidencia conjunta del ejercicio 
        negociador hemisférico. Pero junto con la Argentina, también 
        tendrá la posibilidad de ejercer una influencia significativa en 
        los alcances que finalmente tengan las negociaciones en la OMC y con la 
        Unión Europea, en especial -aunque no exclusivamente- en materia 
        del acceso a mercados y de las reglas de juego que se apliquen al comercio 
        agrícola y al de servicios. ¿Cómo lograr que las 
        actuales negociaciones comerciales internacionales, concluyan con resultados 
        satisfactorios para los intereses nacionales de los países de la 
        región?. No negociar no parece una opción razonable, pues 
        otros países y otras regiones ya están negociando, e incluso 
        concluyendo acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos y con la 
        Unión Europea. Negociar bien será entonces el gran desafío 
        de los próximos dos años.  La cuarta cuestión se relaciona con el Mercosur. ¿Qué 
        tipo de alianza estratégica regional será funcional ya no 
        solo a los inmediatos escenarios negociadores, pero sobre todo a los previsibles 
        escenarios post-negociaciones comerciales?. ¿Qué tipo de 
        mecanismos e instrumentos permitirán construir un espacio Mercosur 
        de dimensión sudamericana, que a la vez asegure una preferencia 
        económica entre los socios; la previsibilidad de las reglas de 
        juego; un nivel razonable de disciplinas colectivas, y un cuadro de ganancias 
        mutuas que aseguren su sustentabilidad en el tiempo, su credibilidad ante 
        inversores y terceros países, y su legitimidad en las respectivas 
        sociedades civiles?.  En estas cuatro cuestiones -que por cierto no serán las únicas 
        relevantes-, los próximos Presidentes del Brasil y de la Argentina, 
        deberán poner de manifiesto sus cualidades para ejercer un liderazgo 
        individual y colectivo, de cuya creatividad y eficacia, dependerán 
        en gran medida el desafío de demostrar que las democracias del 
        Sur americano, pueden trabajar juntas y ser un factor decisivo en la construcción 
        de un espacio sudamericano de paz, estabilidad política y democracia, 
        y de transformación productiva, cohesión social e inserción 
        activa como protagonistas relevantes en la región y en el mundo.  Las respectivas campañas electorales, pero en especial los primeros 
        meses del ejercicio del poder, permitirán apreciar a través 
        de actitudes concretas y no sólo de pronunciamientos retóricos, 
        si el futuro liderazgo presidencial de ambos países tendrá 
        la capacidad para articular respuestas conjuntas, que sean funcionales 
        a la dimensión de los desafíos a enfrentar. En particular, 
        a la conciliación entre las respectivas demandas internas de cada 
        sociedad y las que se originan en un entorno regional y mundial, que muy 
        probablemente seguirá siendo dominado por la incertidumbre y volatilidad, 
        tanto política como financiera, y por tendencias proteccionistas 
        de los países industrializados, difíciles de domesticar.  En el plano bilateral argentino-brasilero, el principal desafío 
        será el crear un clima de confianza y lealtad recíproca, 
        que sólo puede construirse con un pleno conocimiento de los intereses 
        comunes y de las naturales diferencias que puedan existir en el plano 
        de las relaciones internacionales. Maximizar lo que une a ambos países 
        y neutralizar los efectos derivados de enfoques a veces diferentes, será 
        una responsabilidad central de los próximos Presidentes. Incorporar 
        activamente a Chile, como miembro pleno de un Mercosur con instrumentación 
        a la vez flexible y previsible, en particular en la cuestión del 
        arancel externo común, será una contribución eficaz 
        para el desarrollo de las respectivas agendas externas de los próximos 
        cuatro años. |