| Los ataques terroristas del martes 11 son una expresión salvaje de   irracionalidad. El gran desafío que todos tenemos ahora es demostrar que la   irracionalidad no puede triunfar sobre la racionalidad. Pero eso llevará tiempo.   El mundo ha entrado en una etapa en la que la agenda estará dominada por la idea   de guerra. Será un mundo en el que, como dijo el presidente Bush padre al caer   el Muro de Berlín, el principal enemigo será lo imprevisto. Será un mundo en el   que habrá que incorporar una nueva categoría de análisis: la de las   micropolaridades. Esto es pequeños polos de violencia, articulados o   desarticulados entre sí, que muchas veces operan en Estados con dificultades o   con falta de voluntad política de ejercitar la responsabilidad básica de   asegurar el monopolio de la coerción física, en sus territorios o desde sus   territorios. 
 Será un mundo, en fin, en el que a los peligros reales que   implican el terrorismo y la violencia, puede sumarse el peligro también real de   que los constructores de paz tengan cada vez más dificultad para hacerse   escuchar.
 
 En este contexto cobra toda su importancia la solidez y la   calidad de la alianza estratégica entre la Argentina y Brasil, y su papel en   contribuir a asegurar la paz, la democracia, la racionalidad, la solidaridad   social, en el espacio geográfico sudamericano. Como dijo el canciller, Adalberto   Rodríguez Giavarini, ambos países se necesitan hoy más que nunca. Debilitar la   alianza sería no sólo un error histórico. Sería una irresponsabilidad. Ni los   Estados Unidos, ni la Unión Europea, podrían tener interés en que ello ocurra.   El dejar que el virus de la fragmentación penetre en nuestra región no sería una   forma inteligente de contribuir al predominio de la racionalidad en las   relaciones internacionales, ni a la preservación de los valores de libertad y   justicia, de diálogo y de tolerancia, sobre los que reposan nuestras   instituciones democráticas y nuestros intereses vitales.
 
 Esa es la   perspectiva política y estratégica en la que hay que colocar el abordaje de   problemas reales del Mercosur. El más serio, el que más ha contribuido a   erosionar su imagen y su vigencia es el de los efectos -incluso potenciales-   sobre el comercio recíproco de las disparidades cambiarias existentes entre la   Argentina y Brasil. Es un problema que se planteó a partir de 1999, que se ha   acentuado en los últimos días y que sigue sin tener una respuesta en las reglas   de juego existentes.
 
 Desde el punto de vista técnico es posible imaginar   diferentes modalidades prácticas para amortiguar, durante un período de   transición hacia soluciones más sustantivas, los efectos de tales disparidades   en los flujos de comercio, en las expectativas de empresarios y en las   decisiones de inversión.
 
 Lo importante ahora es actuar con rapidez, a   través de los canales institucionalizados de comunicación y de decisión entre   los socios, para pactar reglas de juego de emergencia. No se gana nada con   propuestas que impliquen reformas de fondo en medio de la tempestad. No se gana   nada con aumentar la confusión en el debate sobre el Mercosur, en un momento   trágicamente dominado por la confusión. Ciudadanos e inversores esperarán con   razón del poder político mucha responsabilidad y capacidad de decisión. Es   decir, testimonios de la voluntad de lograr, en todos los planos, el triunfo de   la racionalidad. Es claramente una hora en la que los problemas comerciales   deben encontrar soluciones, en el marco más amplio de los intereses políticos y   estratégicos conjuntos de la Argentina y de Brasil, y de sus socios regionales.
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