| Discontinuidades y voluntarismos son errores que se pagan caro en las relaciones   comerciales internacionales de cualquier país. Más aún si se trata de un país   como la Argentina, protagonista relativamente marginal en los flujos mundiales   de comercio y de inversión. Como tal, su incidencia en la definición de las   reglas de juego que rigen el comercio mundial es baja. Tiene una capacidad de   negociación limitada. 
 Estas reflexiones son oportunas en relación con la   evolución reciente de nuestros principales frentes de negociación comercial   externa, sea en el entorno sudamericano, en el hemisférico o en el interregional   con la Unión Europea. Son oportunas en vísperas de las múltiples conversaciones   presidenciales que habrá en la Cumbre de Quebec y porque se ha reinstalado un   debate sobre si nos conviene profundizar el Mercosur, diluirlo en una zona de   libre comercio, desarrollar el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA),   negociar el acceso al Nafta o un acuerdo bilateral con los Estados Unidos. Es un   debate confuso, casi ininteligible para la opinión pública. Eso alimenta   reacciones emocionales o ideológicas.
 
 Contraproducente
 
 Así planteado el debate, introduce elementos de discontinuidad y de   voluntarismo contraproducentes para el interés nacional. Discontinuidad, pues   algunas de las opciones supondrían dejar de lado compromisos asumidos y que   fueron considerados, con razón, como políticas de Estado . Voluntarismo,   pues algunas suponen, sin elementos ciertos -al menos de público conocimiento-,   que los otros protagonistas, por ejemplo los Estados Unidos, están dispuestos a   avanzar ya en negociaciones bilaterales en términos convenientes para las   necesidades argentinas, como en materia de acceso al mercado para productos   agroindustriales o en el desmantelamiento de políticas de subsidios a las   exportaciones agrícolas y al sostenimiento de la producción.
 
 Eso puede   tener costos sin contrapartidas claras. Por un lado, puede acentuar el   descreimiento sobre la voluntad de la Argentina de cumplir con sus compromisos   internacionales, por ejemplo, los asumidos en el Mercosur. La credibilidad es un   bien público valioso para un país relativamente marginal, con fuertes   necesidades de inversiones directas extranjeras y que ha optado por un sistema   de convertibilidad. Por el otro, puede disuadir a inversores de localizarse en   el país en función de los mercados ampliados, al menos hasta que tengan un   cuadro más nítido sobre las reglas de juego. Puede dar lugar a que muchos   inversores que vinieron atraídos por los compromisos asumidos en el Mercosur se   desalienten, se vayan o consideren que se han afectado derechos adquiridos.
 
 Se requiere un serio esfuerzo de pragmatismo. Los hechos son claros y   sobre ellos debe articularse la estrategia-país en el frente externo.
 
 Un   primer hecho es el Mercosur, como realidad geográfica, política y económica. Los   datos del comercio exterior son elocuentes sobre su valor. Pero hoy sufre de   anemia pronunciada. Todos los protagonistas lo reconocen. Lo pragmático es   concentrarse en su recuperación y profundización. Es una unión aduanera porque   la Argentina así lo visualizó desde la reunión ministerial de fin de julio de   1990 en Brasilia. Por eso Chile decidió no ser de la partida. Lo que corresponde   es concentrarse en negociar, duramente si fuera preciso, para que el Mercosur   sea lo que se comprometieron sus socios a lograr: una plataforma para competir y   para negociar juntos en el mundo.
 
 Un segundo hecho es la negociación del   ALCA. Eventualmente lo será el ALCA. Pero lo cierto es que estamos comprometidos   a negociar juntos con nuestros socios y tal compromiso está arraigado en el   origen mismo del Mercosur. Fue una de las razones de ser de la decisión política   de junio de 1990. De allí que se negociara, junto con el Tratado de Asunción, el   acuerdo marco "4+1" firmado con los Estados Unidos en junio de 1991. Sigue   vigente y podría ser hoy un ámbito útil para complementar las negociaciones más   complejas y hasta engorrosas del acuerdo hemisférico, con una negociación   directa entre el Mercosur y los Estados Unidos. ¿No era acaso esa la idea que   llevó a su firma?
 
 El tercer hecho es la negociación del Mercosur con la   Unión Europea, idea planteada por ambas partes tras la iniciativa Bush del 27 de   junio de 1990 (origen del actual proceso ALCA) y la decisión impulsada por la   Argentina de crear el Mercosur.
 
 Un cuarto hecho es que el ámbito   multilateral, hoy en torno de la Organización Mundial del Comercio (OMC), si   bien ofrece progresos con respecto al existente en 1990, está aún lejos de   ofrecer lo que la Argentina necesita en términos de compromisos de apertura de   mercados agrícolas y de eliminación de subsidios.
 
 Estrategia
 
 Lo pragmático sería que el país se concentre en defender mejor,   simultáneamente, sus intereses nacionales en estos cuatro frentes de   negociación. Implica un gran esfuerzo de organización gubernamental -siendo   clave la coordinación entre Cancillería y Economía- y del sector privado. Es   mucho lo que hay que hacer al respecto para poder negociar bien.
 
 Implica, además, diagnósticos claros sobre el impacto económico y   político, de diferentes escenarios de evolución de las respectivas   negociaciones, teniendo en cuenta la propia dinámica de la economía   internacional e, incluso, la de las políticas internas de distintos   protagonistas, especialmente en la región. Implica, finalmente, un no menor   esfuerzo de preparación para sacar provecho de los resultados posibles de las   distintas negociaciones, tanto en términos de competitividad de las empresas,   como de la capacidad para atraer hacia el país inversiones y tecnologías de los   destinos más industrializados.
 
 Más que un continuo ejercicio de debate   de alternativas a veces hipotéticas se requiere que, tras la Cumbre de Quebec,   nos concentremos en trabajar sobre cómo concretar y aprovechar las vías ya   existentes de inserción internacional, que son por lo demás complementarias y no   excluyentes. Ayudaría mucho a nuestra imagen externa y a nuestra autoestima como   país maduro.
 
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