| La previsibilidad en las reglas  de juego y la eficacia en el cumplimiento de los objetivos comunes  son las dos características que definen la  solidez de las alianzas de integración voluntaria y determinan las respuestas  institucionales para su funcionamiento.  La integración voluntaria Es el fenómeno  de la alianza o asociación de  integración, voluntaria e institucionalizada, entre naciones soberanas que  deciden compartir con vocación de permanencia mercados y recursos, con  objetivos y reglas de juego comunes, consistentes con sus compromisos  internacionales, creando así un entorno favorable para competir y negociar en  el mundo, sin perjuicio de preservar cada socio un determinado grado de  libertad para el ejercicio discrecional de sus políticas internas y externas,  incluso en el caso de una zona de libre comercio en materia de aranceles al  comercio exterior.         El Mercosur, al  igual que la Unión   Europea y el NAFTA, entre otros, pertenece a una categoría de  fenómeno de las relaciones internacionales propia de la segunda mitad de este  siglo. Entender su naturaleza y los elementos que lo caracterizan es importante  para el análisis de uno de los aspectos más sensitivos del Mercosur, que es el  de sus requerimientos institucionales y, en especial, en la perspectiva de  ciudadanos e inversores, el de la previsibilidad y el de la eficacia de sus  reglas de juego. Estas notas están basadas en lo que el autor ha observado de  estas tres experiencias históricas concretas. Al ser entre  naciones soberanas, es el interés nacional de cada una de ellas lo que explica  la decisión de entablar alianzas con otra u otras. Son concretas racionalidades  nacionales lo que está en la base del vínculo asociativo en el momento  fundacional. No es una hipotética racionalidad supranacional. En la experiencia  histórica, no es a partir de la idea de región que se llega a la idea de  nación. Es al revés. Desde la idea de nación se llega a la de región. Este tipo  de alianzas de integración no busca necesariamente superar los Estados-nación  originales. Por el contrario, en la óptica de cada socio, busca potenciar la  identidad nacional insertándola en un ámbito multinacional. Ello se observa con  claridad en los momentos fundacionales de la integración europea en la  iniciativa Schumann-Monnet de 1950; del NAFTA en la iniciativa Salinas de 1990  y en la respuesta Bush, y en el Mercosur, tanto en la iniciativa Alfonsín en  1985, como luego en la de Menem en 1990. Las unidades  autónomas de poder preexistentes no persiguen como objetivo, entonces,  configurar una nueva unidad autónoma de poder. No es la idea de cesión  definitiva de soberanía lo que caracteriza al fenómeno de las alianzas  voluntarias de integración. Es más bien la noción de un ejercicio  compartido y parcial de las respectivas soberanías nacionales lo que las  destaca. Es comprendida mejor como una dinámica de trabajo conjunto, como una  red de sustento mutuo en función de objetivos comunes, entre naciones soberanas  que mantienen su individualidad dentro de un ámbito espacial -político,  económico y cultural- que definen como común. En nuestra opinión, es incluso el  caso de la integración más avanzada que es la europea, aun cuando casi  cincuenta años después se aproxima a la etapa de la unión monetaria. Son alianzas  voluntarias. Las naciones constitutivas se asocian libremente, porque entienden  que les conviene, por distintos motivos que pueden acumularse y que incluso  pueden ser diferentes para cada asociado, como lo demuestran los casos de la  integración europea, del NAFTA y del Mercosur. Tales motivos pueden ser  asegurar el acceso a un mercado más grande y eventualmente de mayor poder  adquisitivo (seguro contra el proteccionismo); crear un espacio regional de  estabilidad y paz, favorable a la democracia y al desarrollo económico;  consolidar por el efecto disciplina que una alianza implica políticas  económicas internas; competir mejor en el mundo, por ejemplo para atraer  inversiones; negociar mejor con otras naciones, por ejemplo para lograr  condiciones estables de acceso a sus mercados. O puede ser por falta de  opciones frente a la decisión de naciones vecinas de integrarse, o para  defenderse mejor de enemigos actuales o potenciales. Historia compartida, poder  relativo, tamaño de los mercados son algunos de los factores que inciden en los  motivos que llevan a países a entablar una alianza de integración. Normalmente,  el fenómeno se da entre naciones contiguas que configuran regiones naturales.  Son siempre  objetivos estratégicos de largo plazo. Implican una opción básica y con  vocación de permanencia, por el predominio de la lógica de la integración en el  relacionamiento recíproco, frente a lo que puede ser natural entre naciones, especialmente  las contiguas, que es el predominio de la lógica de la fragmentación. Tal  opción supone la percepción de una plataforma de valores e intereses comunes  sustanciales entre quienes se asocian. En ella reposa el desarrollo de la  confianza que toda alianza requiere. Una alianza de integración, cualquiera sea  su intensidad, tiene una vocación de permanencia. Los casos históricos del  Mercosur, la Unión   Europea y el NAFTA demuestran que a este tipo de alianzas no  se las visualiza como un instrumento coyuntural para aumentar el comercio o  para resolver problemas circunstanciales. De allí que siempre tienen una  profunda raíz política y cultural, aun cuando su expresión sea  predominantemente comercial (caso NAFTA) o económica (caso Mercosur). De allí también  que sean alianzas institucionalizadas. Es decir, con reglas de juego que  condicionan el comportamiento de los asociados en sus relaciones recíprocas. Su  esencia es restringir el margen de propensión natural a comportamientos  unilaterales. Tienen un efecto-disciplina interno en cada uno de los socios,  siendo éste uno de los principales beneficios, sobre todo en casos de  transición política y económica, como se observó en el caso de la integración  europea con las nuevas democracias del Mediterráneo en los años 70 y con las de  Europa del Este ahora. Pueden ser reglas formales -resultantes del instrumento  jurídico internacional multilateral que formaliza el pacto constitutivo- o  informales, incluso sobreentendidos, relativos a aquello que los socios esperan  que sea el comportamiento de los otros socios. Pueden incluir distintas  variantes de órganos y modalidades operativas. Lo importante es que son reglas  de juego que reflejan y se sustentan en una reciprocidad de intereses  nacionales, es decir, en un balance de lo que cada país entiende que le  conviene, y que es lo que le lleva a aceptar el pacto vinculante y a cumplir  voluntariamente con los compromisos libremente asumidos.  En efecto, en  este tipo de alianzas institucionalizadas de integración lo que sustenta el  vínculo asociativo es la creencia que cada socio tiene de que gana más estando  adentro que afuera de ellas. Es la percepción de ganancias mutuas lo que  explica el momento fundacional. Es el mantenimiento a través del tiempo, en  forma dinámica, de tal cuadro de ganancias mutuas lo que explica la supervivencia  del vínculo asociativo. Su eventual desaparición es, a su vez, lo que explica  el fracaso de este tipo de alianzas de integración. Hay ejemplos en tal sentido  en la historia contemporánea de integraciones voluntarias entre naciones  soberanas. Tal el caso de Chile en el Grupo Andino en los años 70. Las naciones que  se asocian libremente no necesariamente comparten todo en el plano de sus  políticas internas y externas. Preservan un margen, que incluso puede ser  amplio, para el ejercicio individual de sus soberanías. Es más amplio, por  ejemplo, en el caso de una zona de libre comercio como es el NAFTA, que en el  de un mercado común como es la   Unión Europea y formalmente ha comprometido y pretende ser el  Mercosur. En el marco de la alianza de integración se definen objetivos y  políticas comunes, que pueden ser más o menos intensos en el momento inicial y  que pueden tener luego una densidad creciente a medida que se avanza en el  desarrollo de la asociación. Ellos pueden tener un contenido predominantemente  comercial y económico. Y además, no sólo efectos  políticos, sino también contenidos explícitamente políticos e incluso  militares. Pero no necesariamente cubren un espectro amplio en los posibles  objetivos y políticas comunes. En tal sentido suelen ser alianzas parciales.  Tampoco suelen ser alianzas exclusivas ni excluyentes. Pueden coexistir con  otras alianzas con objetivos similares. Ello es más fácil cuando se utiliza la  técnica de una zona de libre comercio para concretar el acceso irrestricto a  los respectivos mercados, que no implica necesariamente negociar como una  unidad con otras naciones. Este tipo de  asociaciones voluntarias de integración se diferencian de las no voluntarias,  producto de un poder hegemónico que nuclea otras unidades autónomas de poder,  incluso anulando en la práctica sus soberanías. El Comecom fue un ejemplo en  tal sentido. Hay ejemplos históricos en la conformación de Estados nacionales. Elementos  comunes y rasgos diferenciales   Dada la vocación  de permanencia, tres elementos comunes esenciales permiten distinguir el fenómeno  de asociaciones voluntarias de integración entre naciones soberanas de otros  que pueden tener características similares, como ser el de la buena vecindad o el  de la cooperación económica estrecha entre naciones, generalmente contiguas o  con afinidades de distinto tipo. El primero es el  del acceso irrestricto al mercado de cada uno de los socios, protegido  jurisdiccionalmente, sea sólo para los bienes o además, para los servicios y  demás factores de la producción. Desde un punto de vista jurídico, tal acceso  se transforma en un derecho exigible a favor de los sujetos de derecho de cada  uno de los ordenamientos jurídicos internos. Se supone que no puede ser unilateralmente  afectado en su ejercicio por ninguno de los socios, salvo en las condiciones  eventualmente previstas por las reglas de juego comunes que se pactaron, por  ejemplo en casos tipificados de emergencia económica puntual o general. El segundo  elemento es el de la discriminación frente a terceros países, sólo para  los bienes, o también para los servicios y eventualmente demás factores de la  producción. Desde el punto de vista jurídico, tal discriminación se manifiesta  en las condiciones de acceso a los respectivos mercados, pero también puede  expresarse en los marcos regulatorios del funcionamiento interno de los  mercados. En el caso de zonas de libre comercio, la discriminación puede  resultar de las reglas de origen, en particular las específicas. En el caso de  uniones aduaneras, se logra a través de un arancel externo común a los socios.  En ambos casos, al igual que en un mercado común, se puede manifestar además en  las regulaciones que se aplican en materia de servicios, en el derecho de  establecimiento, en la circulación de otros factores de la producción, en las  normas técnicas y en las compras gubernamentales. Siempre se argumenta que  tales discriminaciones son consistentes con los demás compromisos  internacionales asumidos por los socios, antes en el GATT y ahora en la Organización Mundial  del Comercio. El tercer  elemento es el de las disciplinas colectivas entre los socios, especialmente  en políticas macroeconómicas, pero eventualmente también en materia de  políticas comerciales externas y sectoriales. Pueden resultar de reglas y  mecanismos explícitos. O pueden ser la resultante de la fuerza de los factores  que inducen a los asociados a trabajar juntos, por ejemplo, en sus procesos de  transformación productiva y de inserción competitiva en los mercados mundiales. Estos tres  rasgos distintivos no siempre están plenamente configurados en el momento  fundacional. Pero sí están comprometidos aunque sea en forma embrionaria, para  adquirir luego su plenitud en desarrollos incrementales. Si no lo estuvieran o  no fueran luego desarrollados, la alianza se aproximaría más, en los hechos, a  la figura de la cooperación circunstancial entre naciones afines o entre buenos  vecinos, y así sería percibida. No tendría la fuerza que aspiran tener, por  ejemplo, la Unión Europa,  el Mercosur y el NAFTA. Hay otros rasgos  de este tipo de alianzas voluntarias de integración que permiten establecer  diferencias, incluso sustanciales, entre distintas expresiones históricas del  mismo fenómeno. Ellos son fundamentalmente dos. El primero es el  del grado de interdependencia recíproca entre los asociados. Se lo puede  medir, por ejemplo, por la importancia relativa de los flujos de comercio y de  inversiones recíprocas en comparación con los que los vinculan con otros  países. En el momento fundacional, la interdependencia en tal sentido puede ser  baja o alta. Esta situación puede ir cambiando a medida que pasa el tiempo  entre otros factores-, como consecuencia de la propia dinámica de la  integración económica deliberadamente buscada. Si es baja, como en el caso del  Mercosur, en un momento inicial que puede durar varios años, de lo que se trata  es de generar relaciones de interdependencia. Si es alta, como en la  integración europea o en el NAFTA, de lo que se trata es de administrar interdependencia.  Pero en un caso y en el otro, el objetivo estratégico es estimular los factores  que alimentan la lógica de la integración frente a los que alimentan la lógica  de la fragmentación. El segundo rasgo  diferencial es el del grado de concentración del poder relativo entre  los asociados. Puede estar fuertemente polarizado, como en el caso del NAFTA, o  relativamente multipolarizado, como en el caso de la Unión Europea y aun  del Mercosur. Los requerimientos institucionales   Los rasgos  distintivos antes enunciados plantean una plataforma común de requerimientos  institucionales para este tipo de alianzas voluntarias de integración entre  naciones soberanas. Ellos hacen en particular a la necesidad de asegurar la  previsibilidad en las reglas del juego y, por ende, en el comportamiento de los  asociados en sus relaciones recíprocas, y como consecuencia de ello, la  eficacia en el cumplimiento de los objetivos comunes que explican el vínculo asociativo. Las demandas de  previsibilidad se manifiestan en los tres planos esenciales del acceso  irrestricto a los respectivos mercados, de la discriminación frente a terceros yde las disciplinas  colectivas. En la medida en que el grado de previsibilidad en estos tres planos  sea elevado, mayor será la eficacia de la asociación para lograr los objetivos  comunes, tales como convencer a los inversores de que invirtiendo en cualquiera  de los socios tendrán acceso a los consumidores de los demás socios, o de  convencer a terceros países de que la asociación ha originado un nuevo protagonista  e interlocutor válido en las relaciones económicas internacionales que, incluso  en el caso de una unión aduanera, puede entablar negociaciones comerciales como  una unidad con otros países. En el primero de  los tres planos, la previsibilidad y la eficacia resultarán de la efectividad  de las normas que garantizan el acceso irrestricto a los respectivos mercados,  lo que a su vez dependerá, en gran medida, de la calidad de los mecanismos  jurisdiccionales que se aseguran su aplicación ("enforcement"). En el  segundo de los planos, ellas dependerán de que las reglas de juego  efectivamente establezcan una diferencia práctica entre ser socio o no. En el  tercero, dependerán de las restricciones formales o informales al recurso, por  parte de los socios, de comportamientos unilaterales contrarios a lo pactado. Pero  previsibilidad y eficacia serán mayores cuanto mayor sea la sustentabilidad  real de la alianza voluntaria de integración en una concertación dinámica de  intereses nacionales correctamente definidos por cada uno de los socios. De  ello depende el mantenimiento en el tiempo del cuadro de ganancias mutuas que  sustenta el vínculo asociativo. Es esencial a la vocación de permanencia, y al  potencial de irreversibilidad de la alianza de integración. En tal perspectiva  es fundamental como factor de éxito la calidad de los mecanismos comunes de  negociación y de decisión.  Al respecto,  según sea que se combinen los dos rasgos diferenciales antes mencionados grado  de interdependencia y de concentración del poder relativo-, variará la  intensidad de la demanda con respecto a las características de los mecanismos  de concertación de intereses nacionales y de decisión, que una alianza  voluntaria de integración plantee a sus asociados en el momento fundacional y  en su posterior evolución, a fin de poder generar reglas de juego previsibles  (efectividad) yeficaces  y, a la vez, preservar en forma dinámica el cuadro de ganancias mutuas que la  sustenta.  En el caso de la  integración europea, en sus inicios y en su evolución posterior, el cuadro de  alta interdependencia y alta polarización se refleja en demandas de fuerte  institucionalización es mucho lo que hay que negociar-, incluso con órganos  comunes integrados por funcionarios independientes con competencia en la  formulación normativa, en su ejecución y en su aplicación jurisdiccional. En el  caso del NAFTA, el cuadro de alta interdependencia y de fuerte polarización se  traduce en bajas demandas de institucionalización; es poco lo que hay que  negociar. A su vez, en el caso del Mercosur, el cuadro de baja interdependencia  inicial y de concentración del poder relativo en sólo dos de los socios, se  refleja en demandas bajas de institucionalización, especialmente en cuanto a la  dotación de órganos comunes independientes de instrucciones nacionales, es  decir con fuerte capacidad arbitral entre los intereses en juego. En que la  institucionalización sea liviana o fuerte, depende más de estos factores que  del hecho que se haya elegido la forma de zona libre comercio o la de la unión  aduanera. Sin embargo,  tales requerimientos pueden evolucionar en la medida en que cambien tales  rasgos, en particular, con el aumento del  grado de interdependencia económica medido por la intensidad relativa de  flujos de comercio e inversión. Es el caso, precisamente,  del Mercosur donde como consecuencia de los resultados alcanzados en el período  1986-1996 se está pasando gradualmente de una etapa de creación de  interdependencia a una más compleja de administración de interdependencia. La  experiencia observada en algunos casos concretos, como el de las medidas  provisionales del gobierno del Brasil otorgando estímulos especiales a la  inversión automotriz en regiones menos desarrolladas del país (diciembre de  1996) y el de las restricciones al financiamiento de importaciones (marzo de  1997), han agudizado la sensibilidad de ciudadanos e inversores ante la  cuestión de la previsibilidad y eficacia de las reglas de juego del Mercosur, y  de la calidad de los mecanismos de concertación de intereses nacionales y de solución  de controversias. No son los únicos casos, ya que también los otros socios  ofrecen casos concretos de incumplimiento de las reglas de juego. Incluso  pueden ser situaciones comprensibles desde el punto de vista político y  económico, toleradas por los socios por significar opciones de menor costo  frente a otras posibles, o por ser consideradas benéficas para el interés común  por su efecto sobre algo valorado, como es la estabilidad política y económica,  especialmente en el caso del principal mercado del área. Pero precisamente por  ser casos que involucran a la economía de mayor dimensión, puede explicarse la  sensibilidad que se observó en los otros socios, que llevó a tornar explícita  la preocupación por la credibilidad del propio Mercosur. Estos casos explican  que la cuestión del Mercosur haya adquirido hoy una nueva dimensión política.  El aumento creciente del grado de interdependencia recíproca requerirá en el  futuro un abordaje serio de la cuestión de cómo desarrollar mecanismos de  concertación de intereses nacionales, de aplicación de las reglas de juego y de  solución de controversias, que permitan que se alcancen niveles de  previsibilidad y de eficacia acordes con los objetivos comunes que se están  persiguiendo. Mecanismos que se correspondan con la imagen de credibilidad que  requiere un Mercosur concebido como instrumento válido para competir y negociar  mejor en el mundo y en el propio hemisferio. Su abordaje debe  hacerse, en nuestra opinión, en la perspectiva planteada en estas notas, esto  es a partir de características yrasgos  propios de este tipo de alianza, y de su expresión histórica en el caso del  Mercosur, identificando con realismo necesidades y posibilidades, y no tratando  de deducir respuestas institucionales basadas en modelos teóricos o en  experiencias históricas de alianzas de integración con rasgos diferentes. |