|  Hoy más que nunca el Mercosur tiene un gran valor estratégico 
        pura nuestro país. Es una marca. Permite distinguir en el mundo 
        una realidad política y económica con perfil propio. Diferente 
        al concepto cada vez más vago e impreciso, poco operativo, de América 
        Latina. El vínculo estrecho entre democracia de participación amplia, 
        reflejada en un papel efectivo del Parlamento y de la opinión pública 
        -expresada por múltiples canales, incluyendo los partidos políticos- 
        , y el esfuerzo de transformacion productiva, es el principal ijasgo distintivo 
        de la experiencia que se vive hoy en el Sur de las Américas. A 
        ello se suma el enorme potencial de crecimiento existente, especialmente 
        como consecuencia de la nueva realidad del Brasil, que plantea a cualquier 
        inversor un amplio y estimulante horizonte. Redoblar la apuesta en el Mercosur parece entonces algo muy recomendable 
        a la luz de las incerti-dumbres que en los mercados ha planteado la crisis 
        mexicana. Es una decisión estratégica que corresponde al 
        más alto nivel político de nuestros países. Implica 
        fortalecer la consulta y la acción conjunta en el campo de la política 
        exterior, empezando por la cuestión de los componentes políticos 
        de la actual crisis, que se sabe que en el caso de México son determinantes, 
        y que pueden ser aún más graves como consecuencia de la 
        combinación de los factores Chiapas y colapso del PRI. Las señales gubernamentales a los mercados deben ser muy nítidas: 
        precisamente la movilización de energías empresarias y sociales 
        debe ser un rasgo distintivo de la marca Mercosur. Tres frentes requieren, 
        en tal sentido, acción urgente. El primero es el de la incorporación 
        de Chile al Mercosur. Fortalecería en mucho la idea de una marca 
        Mercosur. Las diferencias entre el arancel externo común y el arancel 
        único chileno pueden encararse dentro de un período de transición, 
        más o menos amplio. Lo esencial es que Chile, como contrapartida, 
        acepte una disciplina comercial externa conjunta. A Chile debería 
        interesarle ahora más que nunca la marca Mercosur: no es realista 
        imaginar un rápido acceso al NAFTA. Luego del respaldo de los 40.000 
        millones de dólares, al Congreso americano le costará asimilar 
        la idea de nuevos socios. El segundo es el de la profundizacion de la 
        reconversión productiva, especialmente en las PYME y en las economías 
        regionales. Es urgente definir instrumentos comunes que faciliten tanto 
        la preinversión como la inversión productiva: el papel del 
        Banco Interamericano de Desarrollo es al respecto clave. Debería 
        para ello utilizarse el instrumento de los acuerdos sectoriales y hacer 
        de la calidad y la productividad el eje de emprendimientos conjuntos empresarios. 
        Existe experiencia en el Brasil, al respecto. Y el tercer frente es el 
        de la integración energética y de la infraestructura, especialmente 
        en el eje Attántico-Pacífico. La cartera de proyectos regionales, 
        en distinto estado de elaboración, supera fácilmente los 
        diez mil millones de dólares. Debería canalizarse mucha 
        energía política, de alto nivel, para concretar los que 
        están listos y acelerar los otros. Significan inversión 
        y finnnciamienlo internacional. Chile, Bolivia y Peni son socios naturales 
        de esta rica dimensión de la integración económica 
        en el Mercosur. |