| I. Una  relación necesariaLo único que no puede ocurrir es que  se ignoren recíprocamente. El Mercosur y  NAFTA son dos realidades hemisféricas llamadas a coexistir y a interactuar  intensamente en el futuro. Cómo desarrollar esa relación es lo que ha comenzado  a explorarse en el marco del "4+1", que es el acuerdo de  consulta que nuclea a algunos de los principales protagonistas de esta relación, que son los Estados Unidos, el Brasil y  la Argentina. La  última reunión del "4 + 1", celebrada en mayo de 1993 en  Washington, ha abierto precisamente una instancia de diálogo orientado a  explorar en qué forma pueden articularse los intereses de las partes, en torno  al objetivo por cierto del libre comercio, pero en particular, de un comercio  que no esté distorsionado artificialmente por actos gubernamentales unilaterales,  restrictivos de la competencia leal.
  Entre los  miembros del Mercosur y del NAFTA, están las cinco principales economías de  las Américas. Sumadas, ambas áreas comerciales representan el 81% de la población; 72% de la superficie; 97% del Producto Bruto; 93% de las  exportaciones hemisféricas globales y  más del 90% del comercio intra-hemisférico. Si es que la idea de un sistema  hemisférico de libre comercio tiene futuro, ella dependerá, sin dudas, de la  evolución de estos dos grandes espacios económicos multinacionales y de su  interacción recíproca. Las dos partes han reiterado su vocación a un comercio  abierto y no discriminatorio, y por ello sostienen defender un GATT  fortalecido. Es en esa óptica que deberá  visualizarse en el futuro el desarrollo de las relaciones entre el Mercosur y los Estados Unidos, y  eventualmente el NAFTA. Ambas realidades tienen rasgos  comunes. En primer lugar, deben recorrer aún un largo camino para desarrollarse  en plenitud. En el caso de NAFTA, el acuerdo aún no ha sido aprobado en el  Congreso americano, y al promediar 1993 existen dudas, no tanto con respecto a  que finalmente sea aprobado, sino en cuanto a los alcances reales que tendrá el  Acuerdo una vez contemplados los intereses en juego y que se reflejan en la posición de los miembros del  Congreso. En el caso del Mercosur, las realidades macroeconómicas y el  comportamiento empresario deberán demostrar que el Cronograma de Las Leñas  sustentado como está por una firme voluntad política, constituye un efectivo  camino hacia la conformación, en 1995, de la unión aduanera y de las bases  fundamentales del Mercado Común. Lo racional es que así ocurra. Los hechos  tendrán, como siempre, la última palabra. Una interpretación flexible del  Tratado de Asunción, que es la que corresponde teniendo en cuenta su texto, las  circunstancias y los alcances del proceso de integración, permitirá muy  probablemente alcanzar la segunda etapa del Mercosur, que se iniciará al finalizar el período de transición con la unión  aduanera establecida, aún cuando  ella luego deba ser completada y perfeccionada, y con las bases del mercado común también establecidas. La segunda  etapa, la del pleno funcionamiento del mercado común, con todos los elementos  definidos por el artículo 1o del Tratado, probablemente demandará  aún largos años para su desarrollo total. En segundo lugar, tanto el Mercosur  como NAFTA han sido concebidos como plataformas para la competitividad global  de las economías de sus países miembros. Integrar para mejor competir a escala  global, es la idea vertebral de ambas propuestas multinacionales. Ella ha sido  reiterada a todos los niveles en el caso del  Mercosur. Su razón de ser es precisamente potenciar los procesos de transformación  productiva e inserción competitiva en curso en los cuatro países. En tercer lugar, ambos esquemas  aspiran a ser consistentes con el GATT. Con  respecto a NAFTA ello podrá apreciarse en plenitud cuando sea puesto en  práctica. Particular atención habrá que poner al potencial de desviación de  comercio que podrá resultar de la aplicación de las reglas de origen y, en  particular, al efecto de desviación de inversiones, que en algunos casos ya ha comenzado a observarse a  favor de México. La aspiración a la  consistencia con el GATT, está muy clara en el caso del Mercosur. Como  "global traders", en particular la Argentina y el Brasil con un comercio exterior muy  diversificado, no sólo no podrían encerrarse en el Mercosur, sino que  sus intereses económicos vitales suponen un fortalecimiento del sistema  comercial multilateral, que facilite un acceso más abierto y no discriminatorio  a todos los mercados, incluso los agrícolas.  Es por eso que en el GATT han indicado con firmeza, al ejercer su  derecho a presentarse a través de las ventanilla de la "cláusula de  habilitación" (derecho comprado y pagado en las negociaciones de la Rueda Tokio), que no  por ello pretenden hacer menos transparente al Mercosur que si lo hubieran presentado  por la ventanilla del artículo XXIV, y que por lo demás, respetarán como  corresponde, todos los derechos de las demás Partes Contratantes, incluyendo  los que se originan en el citado artículo XXIV. Hay también diferencias entre la  metodología de asociación económica de NAFTA y del Mercosur. Pero si se las  examina de cerca ellas no son necesariamente sustanciales. Es cierto que NAFTA  no tendrá arancel externo común. Pero se sabe que en el caso de asociaciones  económicas entre países abiertos al comercio mundial, deseosos de competir, el  perfil arancelario externo -común o no- será necesariamente bajo. Y no será el  principal factor que incida en los flujos comerciales. Más importante es en  cambio, el hecho que se pueda practicar una efectiva disciplina colectiva  macroeconómica y que se tenga una legislación económica, incluso en materia de  competencia, que sea atractiva para los inversores. No sólo NAFTA y Mercosur no pueden  desconocerse recíprocamente. También tienen mucho sobre qué conversar. En lo más inmediato, las siguientes son, en mi  opinión, algunas de las cuestiones más relevantes sobre NAFTA para los  países del Mercosur: 
        
        a) su  potencial impacto de desvío de comercio y de inversiones, con respecto a los países del Mercosur en sus relaciones con  cada uno de los países miembros de NAFTA; b) su  consistencia con el GATT y el efecto potencialmente proteccionista y desviador  de comercio, de algunas de sus reglas, por ejemplo, los requisitos de origen en  los sectores automotriz y textil; c) el  cumplimiento por parte de México de sus compromisos contractuales formales derivados del Tratado de Montevideo de  1980 (artículos 44 y 48), y d) las condiciones de acceso a NAFTA por parte de otros  países.  Este último punto merece una atención  especial. La condición hemisférica no está explícitamente establecida en NAFTA.  Esto quiere decir que, en teoría al menos, un país del sudeste asiático podría  aspirar a ser miembro de NAFTA e incluso acceder antes que un país  latinoamericano. Esta sola posibilidad contradice la esencia política de la  idea de un sistema hemisférico de libre  comercio, del cual NAFTA debería ser un primer paso, tal como lo  anunciara solemnemente el Presidente Bush  al lanzar la Iniciativa  de las Américas ante los embajadores latinoamericanos, el 27 de julio de  1990. La agenda económica hemisférica de  los próximos años comienza ya a delinearse.  Un Mercosur con vocación a ampliarse a América del Sur y el NAFTA, están  llamados a tener un protagonismo especial en la definición de un sistema hemisférico  de comercio e inversión, que se transforme en una verdadera plataforma para la  competitividad a escala global de nuestras economías, gracias al necesario  fortalecimiento del sistema del GATT. II. La Argentina  y el NAFTA Cómo  relacionarnos con NAFTA es un tema de actualidad en nuestro país. Incluso se ha señalado que tal  relación podría ser una alternativa al Mercosur. Planteada como alternativa no  sería sólo una cuestión económica. Tendría profundas implicancias políticas, especialmente en la relación  con el Brasil. Se transformaría entonces en una cuestión mayor de  nuestra política exterior.  Tres hechos no pueden ser ignorados  en cualquier análisis serio sobre esta cuestión. El primer hecho  es que la Argentina  ha celebrado, básicamente por su iniciativa, un acuerdo internacional con el  Brasil, el Paraguay y el Uruguay, para establecer en plazos determinados las  bases de un mercado común, a partir del establecimiento de una unión aduanera. Como se  dijo antes, fue concebido y debe seguir  siendo, un acuerdo flexible que permita conciliar realidades cambiantes  con seguridad jurídica. Pero requiere de los asociados un comportamiento  predecible en materia de alianzas económicas internacionales y, sobre todo, una  cierta disciplina macroeconómica y comercial  colectiva. Caso contrario se afectará la imagen internacional de socios  confiables. El segundo hecho  es que el NAFTA no ha entrado todavía en vigencia. Debe sortear aún el difícil paso por el Congreso  americano. Hay claras resistencias y cuestiones a resolver en materia laboral y de medio ambiente. Cuesta  imaginar entonces que antes de 1994 pueda dialogarse seriamente sobre  una eventual ampliación. Las condiciones cíe acceso tampoco son claras. No hay  pautas objetivas y se abre entonces un amplio margen a la discrecionalidad.  El tercer hecho es que no se conocen  evaluaciones sobre los efectos que podría  tener un eventual acceso de la   Argentina al NAFTA. El excelente libro publicado por  Roberto Bouzas y Nora Lustig, sobre "Liberalización comercial e integración  regional: de NAFTA a MERCOSUR", aporta  elementos de juicios valiosos sobre la cuestión y constituye una base  indispensable para un análisis más de fondo.  Estos tres hechos llevan a recomendar mucha  prudencia en el manejo del tema. Por eso es acertada la forma en que la Cumbre del Mercosur  abordará la cuestión, en su reunión de diciembre de 1992, en Montevideo. Los  Presidentes acordaron proponer a los Estados  Unidos realizar en el ámbito del acuerdo " 4 + 1", conversaciones  preliminares para dar inicio cuando las partes lo consideren oportuno, a negociaciones entre el Merco-sur  y los Estados Unidos, "sobre las opciones comerciales que se abren a  partir de la nueva realidad hemisférica de acuerdo a la Iniciativa de las  Américas y a la firma del Tratado de Libre Comercio  de América del Norte, del cual son signatarios asimismo México y  Canadá".   La redacción es muy cuidadosa y deja  abiertas todas las opciones. Centra el  diálogo en los Estados Unidos que es lo que importa desde el punto de  vista económico. Nada excluiría en efecto, que primero se encarara un acuerdo  de libre comercio —o de comercio leal— con  los Estados Unidos y recién luego, un acuerdo más amplio con NAFTA. Es  una opción como puede haber otras. Desde una perspectiva argentina, tres  preguntas merecen una respuesta fundada, a fin de permitir la articulación de  una estrategia negociadora del Mercosur con los Estados Unidos y luego con  NAFTA. La primera  pregunta es sobre si no convendría centrar las negociaciones con los Estados  Unidos en torno a las restricciones no arancelarias y a la  previsibilidad en el acceso al mercado americano, dejando de lado, por el momento, mecanismos de  desgravación arancelaria. En el sector siderúrgico ha quedado evidenciado  recientemente que la administración Clinton continuará recurriendo a medidas  unilaterales restrictivas del comercio. Y esto es lo que realmente afecta a las  exportaciones del Mercosur, pues la precariedad en el acceso al mercado  americano puede desestimular en algunos sectores la inversión y los esfuerzos  de transformación productiva. Quizás una negociación orientada a establecer en  el ámbito del "4 + 1", mecanismos de revisión de medidas comerciales  unilaterales por paneles independientes, siguiendo los lineamientos del capítulo XIX del Acuerdo de Libre Comercio entre  los Estados Unidos y el Canadá,  retomados en NAFTA, podría ser del mayor interés para el Mercosur. Esta  negociación podría estar vinculada a compromisos de disciplina colectiva  macroeconómica en el Mercosur y a la calidad de las legislaciones relacionadas  con el comercio, las inversiones y la propiedad intelectual. Podría incluirse  quizás, el compromiso de no aumentar en el futuro los niveles arancelarios con  respecto a los existentes en el momento de entrada en vigencia del acuerdo.  Recordemos al respecto, que los países del Mercosur ya se han comprometido a un  arancel externo bajo (0 a  20%, con pocas excepciones). La segunda  pregunta es acerca de cómo se puede vincular un acuerdo de libre comercio con  los Estados Unidos, con tales alcances, con los otros ejes de la estrategia de  integración de la Argentina, en especial con Chile y con la CE, en el marco de un GATT fortalecido. Esta es una  cuestión central para un país como el nuestro, con intereses económicos  fuertemente diversificados a escala global. Una estrategia de alianzas  múltiples que tome también en cuenta la creciente vinculación de nuestra  economía con la de los países europeos, parece ser la más conveniente para el  interés nacional. Y la tercera pregunta es sobre cómo  pueden las empresas argentinas —incluso  asociadas con empresas de los otros países del Mercosur— extraer  provecho de las oportunidades de inversión que se originarían en un acuerdo  entre el Mercosur y los Estados Unidos. Esta es en definitiva la pregunta clave,  ya que los acuerdos de integración y de libre comercio, se justifican por Un  lado, como pasos transitorios hacia una economía global mas abierta, pero sobre  todo, como modos prácticos de desarrollar un marco apropiado para los esfuerzos  internos de modernización tecnológica y de reconversión industrial a fin de  alcanzar, en un clima de estabilidad macroeconómica, niveles de competitividad empresaria a escala global. Concebidos  cómo alianzas para la productividad y la competitividad y en la medida que sean  efectivos, estos acuerdos pueden ser un instrumento central para una política  activa de transformación productiva. III. Una idea  a desarrollar La idea de un área de libre comercio  en el Hemisferio Occidental fue bien recibida por los países latinoamericanos,  incluyendo los del Mercosur. Se la percibió como una indicación de un cambio de  actitud de los Estados Unidos hacia una posición más comprensiva de la  importancia que para el desarrollo latinoamericano tiene el asegurar, en  condiciones no discriminatorias, el acceso a su gran mercado interno. Además,  el hecho que se firmara el acuerdo "4 + 1", fue interpretado también  como una flexibilización de la anterior posición de Washington, escéptica y a  veces abiertamente negativa, con respecto a  la idea de integración económica entre países latinoamericanos. El cambio de administración americana  no habría alterado la importancia que los  Estados Unidos le asigna a la idea de libre comerció en el Hemisferio.  Pero hasta ahora no ha contribuido tampoco a la evolución de una iniciativa que  en su origen fue muy vaga, y que aún lo es.  Cantidad de interrogantes acerca de cómo se va a desarrollar la idea no  han sido despejados. Y a pesar de la iniciativa americana de convocar en la OEA una conferencia sobre  Comercio (octubre 1991), poco o nada se ha avanzado luego en cuanto al desarrollo  de un ámbito hemisférico de consultas en la materia. De ahí la importancia que adquiere el  "4 + 1", como un ámbito apropiado para ir elaborando ideas prácticas  entre algunos de los principales protagonistas, que luego podrían ser  extendidas al resto de la región. Dos interrogantes deberían ser  rápidamente despejados, por su importancia política y económica. El primero se  refiere a si los Estados Unidos conciben la idea del libre comercio hemisférico,  como un paso hacia un sistema multilateral de comercio libre y no  discriminatorio en torno a un GATT fortalecido o, por el contrario, si lo  conciben como un instrumento idóneo en su confrontación económica y comercial,  con el Japón y con la CE.   Este interrogante surge cuando se escuchan opiniones  americanas, especialmente en el mundo académico y en el de los negocios, que  alimentan la idea de un área hemisférica de libre comercio, como un embrión de  un GATT no europeo. De ahí, según algunas opiniones, la necesidad de dejar abierta la puerta para que al NAFTA se  incorporen países no hemisféricos, concretamente los del Sudeste  asiático.  El segundo  interrogante se refiere a los efectos desintegradores que podría producir en América Latina, la idea  de un acceso al NAFTA concebido como un  instrumento de "premio" al buen comportamiento económico.  Muchas veces se ha escuchado esta opinión, incluso en el gobierno americano. Si  esta idea es manejada sin criterios objetivos claros, podría transformarse fácilmente  en un elemento de división, en particular  en el Sur de las Américas, donde habría países gratificados y otros que  no tendrían claro por qué no se los "gratifica". No es necesario  argumentar mucho para comprender los negativos efectos políticos que tendría  esta eventual concepción del acceso al NAFTA, en las relaciones políticas  hemisféricas. Podría ser una invitación abierta al renacimiento de Viejos resentimientos  y, por ende, de visiones conflictivas de las relaciones internacionales  latinoamericanas. A los países del Mercosur, como  "global traders" y comprometidos con la apertura del comercio mundial  y con la integración en la región, no  podría interesarles una concepción del libre comercio hemisférico qué  fuera o pudiera ser percibida, como un instrumento de confrontación económica  con Europa. Pero tampoco podría interesarles que el acceso a los acuerdos  regionales de libre comercio, incluso al propio Mercosur, fueran en la realidad percibidos como una nueva modalidad de discriminación comercial, con claros  efectos políticos negativos. |