| 1. El vacío de presión externa  Uno de  los aspectos más interesantes del actual proceso de institucionalización de un  sistema político competitivo en la   Argentina es que el mismo se desarrolla en una especie de  "vacío de presión externa", ya que no se percibe por el momento una  interferencia importante de factores originados en el contexto internacional.  Por cierto, la situación internacional del país y la configuración de su modo  de inserción externa condicionan no sólo éste sino en general los principales aspectos  de su vida política y económica. Pero lo que importa retener ahora, es que en  ninguno de los centros de poder internacional que pudieran interesarse en la Argentina, pareciera existir  intención de incidir decisivamente en el resultado final del actual proceso. El  cuadro es así muy diferente al de la "inauguración" de otros sistemas  políticos democráticos [1] Japón, Alemania Occidental e Italia, son notorios  ejemplos en los que las características fundamentales de sus actuales sistemas  políticos han sido definidas por la presión externa de las potencias vencedoras  en el conflicto bélico. Lo mismo podría decirse, por cierto, en el caso del  establecimiento de sistemas políticos autocráticos en Europa del Este. Más  cerca nuestro, en América latina, cabe señalar la incidencia de factores  externos en el establecimiento de un sistema político competitivo en Venezuela  tras la caída de Pérez Jiménez. En los  países latinoamericanos han sido generalmente los Estados Unidos, a través de  su gobierno o de sectores con intereses en la región, los que han incidido en forma  más o menos decisiva en las definiciones nacionales acerca del tipo de sistema  político a establecer, o dado un sistema político determinado, acerca del  resultado final de la decisión de quién ejercería el poder. Recordábamos el  caso de Venezuela en la elección que llevó a la presidencia a Rómulo Betancourt  y en particular, en la de su sucesor Leoni. Pero los ejemplos son tan numerosos  que repasarlos nos obligaría a hacer una larga recapitulación de la historia de  la América latina  de este siglo. En cuanto a la   Argentina, el caso más notorio de interferencia americana en  la política interna fue el de Braden en el 45. Si bien  no siempre a favor de un sistema político realmente competitivo y pluralista,  parece un hecho que una constante de la política americana en la región ha sido  la presión por el establecimiento de sistemas políticos que mantuvieran al  menos una apariencia formal de democráticos a través del funcionamiento de instituciones  representativas, de la existencia de partidos políticos, de la realización de  elecciones, y de la garantía de un mínimo de libertades individuales. Tal era  la primera demanda que se formulaba tan pronto se producía un golpe de Estado. Tres  factores parecen haber determinado un cambio en el comportamiento de los  Estados Unidos —al menos de su gobierno— como actor externo en la vida política  de los países latinoamericanos. El primero está relacionado con los cambios que  se han operado en el sistema internacional, tras la superación del período de la  confrontación nuclear y la emergencia de una era de confrontación industrial y  tecnológica, que pareciera estar signada por una cierta neutralidad ideológica  [2]. Se podría afirmar que dos efectos relevantes de dichos cambios sobre la  política exterior de los Estados Unidos han sido la disminución de su interés  por asumir la responsabilidad de tutelar la vida política y económica de los países  situados en el interior del que fuera el bloque occidental, y la disminución —o  desaparición— de la necesidad de crear los "contramodelos" al modelo  político y económico "enemigo", en particular, cuando éste surgiera  dentro de su propia zona de influencia (por ejemplo, el modelo Venezuela frente  al modelo Cuba). Hasta hace unos años, los imperativos de la guerra fría  llevaban a los Estados Unidos a defender aun con las armas su creencia de que  la democracia era la única forma de organizar la convivencia política en todas  las sociedades cualquiera que fueran sus características culturales y su nivel  de desarrollo. Su creencia en la democracia sólo tenía un límite: el que a  través de su pleno ejercicio llegaran al poder quienes no creyeran en la misma,  sobre todo si pudieran cuestionar la lealtad de su país al bloque occidental, o  favorecieran la adhesión al soviético en el caso de tratarse de un país situado  en una zona intermedia entre los dos bloques.  El  segundo factor, está relacionado con lo que podría denominarse la desilusión  democrática que se ha operado en los Estados Unidos como consecuencia de  algunas experiencias latinoamericanas, y en particular, de la chilena a partir  del período Frei y del gobierno de Salvador  Allende. La democracia efectiva comienza a ser identificada con el acceso al  poder de fuerzas políticas radicalizadas, que cuestionan los intereses eco nómicos  americanos en la región, pero que a su vez no garantizan un mínimo de orden y  de eficiencia en la gestión gubernamental. Y el  tercer factor es, por el contrario, el entusiasmo por el aparente éxito del  modelo brasileño, en que al sumarse orden y eficiencia hace reflexionar a  sectores y personas influyentes de los Estados Unidos acerca de la conveniencia  de las tecnoautocracias militares para los países en desarrollo, aun cuando el  costo sea una restricción temporaria de la libertad en aras del progreso [3].  En  realidad, es la combinación de los tres factores la que podría explicar el  cambio de comportamiento. En efecto, a la propensión a la prescindencia  inducida por el primer factor, se suma el que la desilusión por la democracia  está neutralizada por la firme creencia democrática que sustenta al sistema  político americano y por el hecho que la misma ha sido utilizada para, en cierta  forma, legitimar el llamado sistema interamericano, que sigue siendo la piedra  angular de la política de los Estados Unidos en la región. A su vez incide el  que el entusiasmo por la tecnoautocracia mi litar generado por la experiencia  brasileña está neutralizado por la reacción producida por la política eco nómica  del régimen militar en Perú. La experiencia peruana le muestra a los Estados  Unidos, que un sistema político basado en la autoridad de los militares, puede  asegurar orden y eficiencia en la gestión gubernamental y transformarse en  poderoso instrumento de desarrollo, pero que puede llegar también a ser el cauce  del cuestionamiento de sus intereses en forma tan aguda, —o más aguda aún  gracias al orden y a la eficiencia—, como lo podría hacer un gobierno de  centroizquierda o de izquierda en un sistema político democrático. El cambio  de comportamiento de los Estados Unidos con respecto a su intervención en los  acontecimientos políticos de los países latinoamericanos no significa una total  prescindencia, pero sí una extrema prudencia en tratar de imponer fórmulas  políticas definidas "a priori" y con una pretensión de validez para  toda la región. Quizás ello induzca a los Estados Unidos a adoptar un estilo  imperial más flexible, en el que no le interese tanto el tipo de sistema  político que se adopte, sino influir en el mismo para atenuar o corregir las tendencias  que puedan ser contrarias a algunos de sus intereses más vitales. 2. Factores externos y la viabilidad de nuestras experiencias democráticas           Parece  aceptable la hipótesis de que el resultado del proceso de transición a un  sistema político competitivo en la   Argentina habrá de depender más del juego de factores  internos que de influencias originadas en el contexto internacional. Sin  embargo, puede ser interesante ensayar un análisis acerca de la forma en que  dicho contexto podría incidir en el desarrollo político argentino en los  primeros años de esta nueva experiencia. Todo país  está expuesto a la influencia de factores externos que inciden en determinada  forma en su actividad política y económica. En ciertos casos, la situación  particular del país dentro del sistema internacional, lo torna más sensible a  dichas influencias hasta llegar al grado extremo en que son dichos factores los  que determinan en forma decisiva los principales acontecimientos internos: son  los llamados países dependientes. Un país supera esta condición cuando posee un  sistema político sólido que le permita movilizar los recursos internos no sólo  para controlar el efecto de los factores de origen externo sino para a su vez  ejercer una influencia marcada en el sistema internacional a fin de que sus  características sean lo más favorables posibles a sus propios intereses  nacionales. Son los países que tienen una participación real en la vida internacional  y que eventualmente pueden transformarse en potencias centrales que dominan con  su acción los destinos del mundo [4]. La  situación particular de la   Argentina lo sitúa en una escala intermedia en la que su vida  política interna es sensible a las influencias externas sin que a su vez el  país esté en condiciones de alterar drásticamente su modo de vincularse al  exterior ni de incidir decisivamente en acontecimientos internacionales (por  ejemplo las negociaciones para la reestructuración del sistema monetario  internacional o las ruedas comerciales en el Gatt), ni en la actividad política  y económica interna de otros países que no sean, y cada vez en menor medida,  algunos de los de su contexto contiguo. La debilidad de su sistema político es  a la vez causa y efecto de una forma determinada de insertarse en el sistema  internacional. ¿Cuáles  podrían ser los factores externos que en los próximos dos o tres años perturben  o faciliten el funcionamiento de un sistema político democrático en la Argentina? Quizá lo  primero que se puede señalar es que no es probable que en los años inmediatos incidan  en la viabilidad de una experiencia democrática argentina factores externos que  de alguna forma incidieron en experiencias recientes, y en particular, en la de  los períodos Frondizi (195S-62) e Illia (1963-66). En  efecto, las características actuales del sistema internacional (bipolarismo  nuclear latente confrontación industrial y tecnológica atenuación del  enfrentamiento entre sistemas ideológicos excluyentes) han creado mayores  condiciones de permisibilidad para que un país encare una estrategia de  desarrollo incluso de signo ideológico contrapuesto al de la potencia  hegemónica en la región, sin que ello produzca una reacción sancionadora. La  disminución del conflicto ideológico en el plano internacional, o al menos el  hecho que haya perdido sus características de "causabellis" amplía el  espectro de alternativas ideológicas internas de los países latinoamericanos. A  su vez, un sistema internacional menos rígido como consecuencia de la  superación del bipolarismo, atenúa las posibilidades de presiones internas  intolerables basadas en razones de seguridad colectiva, que pudieran conducir a  un conflicto serio entre quienes ejercen el poder y los responsables del  sistema nacional de seguridad. En otros términos, es menos probable que se  produzcan enfrentamientos entre los militares y el gobierno, basados no tanto  en un problema de seguridad interna (subversión) sino en una definición  nacional frente a un conflicto externo que de alguna forma cuestione el sistema  de seguridad colectiva en el cual el país se encuentre envuelto. Durante años,  la distinta sensibilidad del político y del militar frente a este tipo de  hechos externos ligados a la idea prevaleciente de seguridad, ha sido un factor  de inestabilidad política en la   Argentina —y en otros países latinoamericanos—, y ha estado  directamente vinculado a las causas del fracaso de las experiencias Frondizi e Illia. Frondizi  debió gobernar en medio de la crisis planteada al sistema de seguridad regional  por la emergencia del castrismo. Son los, años, duros del sistema  interamericano, cuyas bases mismas son cuestionadas por un país situado en el  corazón del área de seguridad vital de la potencia dominante, y antes que la  crisis de octubre del 62 iniciara decididamente el fin de la era de  confrontación nuclear. Por lo menos en dos hechos se puede observar la  intensidad de la presión de acontecimientos externos y sus efectos de erosión  en las relaciones del presidente con las Fuerzas Armadas: la visita del Che  Guevara a Frondizi el 18 de agosto de 1961 y la posición de la Argentina en la Reunión de Consulta de  Ministros de Relaciones Exteriores en Punta del Este a fines de enero de 1962.  Estos dos hechos aumentaron la crisis de credibilidad de los militares con el  presidente y abonaron el terreno para la crisis definitiva originada por el  triunfo peronista de marzo del 62. También la estabilidad del gobierno de Illia  fue afectada por su enfrentamiento con las Fuerzas Armadas en ocasión de un  acontecimiento regional que envuelve a los Estados Unidos: es la crisis de Santo  Domingo en 1965 que implica adoptar una serie, de definiciones y entre ellas la  de enviar tropas a la Re  pública Dominicana. Las  disidencias entre los militares de las fronteras ideológicas y los políticos  que si bien anticipan con su posición el mundo que emergería de la  confrontación nuclear carecen de la fuerza o de la habilidad necesaria para  imponer su punto de vista sin lesionar su autoridad frente a aquéllos,  pertenecen a un pasado que parece superado por evolución propia y sobre todo por  los cambios en el sistema internacional. En cambio, existen mayores  posibilidades que en los próximos años civiles y militares coincidan en cuanto a  los factores externos que pueden cuestionar la supervivencia de la Argentina como país  independiente (en el sentido real y no formal). Se percibe que existe una amplia  base de consenso nacional en relación a ciertos fenómenos característicos del  sistema internacional actual considerados como contrarios al interés nacional. Podría  afirmarse que dicho consenso trasciende las fronteras nacionales y puede ser el  punto de partida. —lo es en el caso del Grupo Andino—de un entendimiento; multinacional  latinoamericano.   Los dos  fenómenos más significativos son el de la tendencia al congelamiento del poder  mundial [5], y el de las connotaciones políticas —internas e internacionales—  de la acción de las corporaciones internacionales, y en particular, por su  incidencia en los sistemas nacionales de decisión y en la transferencia  internacional de recursos. El primero de los fenómenos afecta las posibilidades  de participación real de países como Argentina en el sistema internacional. Es  producto de la tentación de las grandes potencias, y en particular de los  Estados Unidos y la   Unión Soviética, de recrear una especie de directorio  internacional que pueda garantizar la paz en el mundo. Es la vuelta a la idea  de una Santa Alianza de poderosos expresada en lo que podríamos denominar la  perspectiva Kissinger del sistema internacional. El fenómeno de las  corporaciones internacionales y su impacto en la vida internacional e interna  de los Estados, está relacionado con el anterior en cuanto las mismas pueden  ser un instrumento de la cristalización de la actual estratificación del poder  mundial, al contribuir a una nueva división internacional del trabajo según sea  la función de un  país en el proceso  productivo mundial, y en particular, en el de creación de tecnología.  Casos recientes como el de la IPC en Perú, el de la ITT en Chile, o el de la reacción  del embajador americano en México ante la proyectada ley de transferencia de  tecnología, ilustran acerca de la importancia política interna e internacional  de este fenómeno. Quizá por  la existencia de estos dos fenómenos puede afirmarse que participar en el  sistema internacional preservando una identidad nacional parece ser el dile maque  se plantea en mayor o menor medida a los países latinoamericanos y entre ellos  a la Argentina. Por  un lado se trata de aumentar la capacidad de influir en los cambios que se  operan en el contexto externo, y para ello es necesario cuestionar la tendencia  al congelamiento del poder mundial y movilizar los recursos internos que  permitan al país valorarse asimismo y ser valorado por los demás. Por otro  lado, se trata de resistirse a lo que podríamos denominar la inserción  "insípida" en el sistema internacional: a través de la preservación  de valores propios y de una identidad nacional se trata no sólo de poder decir  algo sino de decir algo propio en función de un proyecto de nación y de mundo.  Para ello es necesario neutralizar los efectos culturales alienantes de una  economía dominada por filiales o tecnologías externas. Y finalmente, parecería  que las características actuales del sistema internacional exigen más que nunca  un alto grado de responsabilidad y realismo en la elaboración de la política de  inserción internacional: ello supone adecuación   a las circunstancias  y  reconocimiento de los límites en los medios disponibles, del costo de su  utilización, y del efecto real que ellos pueden producir. Creemos  que en los próximos años la definición del gobierno en torno a estos dos  fenómenos puede operar ya sea como un gran factor de cohesión nacional y de tal  forma contribuir a la consolidación del sistema, o por el contrario, como  fuente de una gran frustración que podría conducir a un nuevo fracaso. La gran  tentación a la búsqueda de la solución nacional a través de una tecnoautocracia  militar puede ser alimentada si se confirmara una cierta idea de que un sistema  democrático es incompatible con la eficiencia en la gestión gubernamental de un  país en desarrollo, pero que también lo es con la eficiencia en la conducción  externa de un país dependiente. El nacionalismo participacionista del Brasil  que pone el acento en cuestionar la tendencia al congelamiento del poder  mundial, o el nacionalismo combativo del Perú que acentúa el cuestionamiento al  fenómeno de las corporaciones internacionales, seguirán estando presentes en  amplios sectores de nuestro país que sólo aumentarán o consolidarán su creencia  en la democracia si ésta permite dar una respuesta nacional y racional a dichos  fenómenos. La "Argentina grande" y la "Argentina contra los  monopolios" son por cierto slogans. A través de ellos los dos primeros  gobiernos del actual período militar trataron de movilizar apoyo popular. Son  simplistas como todo slogan e insuficientes para fundar en ellos una política  de inserción internacional. Pero parece un hecho que en la medida que el  próximo gobierno logre dar satisfacción a las aspiraciones nacionales que ambos  sintetizan podrá efectuar un aporte a la legitimación del sistema democrático. |