Como lo hiciéramos el año pasado (ver este Newsletter,
enero 2005), este comienzo de año es un buen momento para reflexionar
sobre desafíos y oportunidades que condicionarán la proyección
futura del comercio exterior argentino y, en general, de la inserción
económica externa del país.
La idea central es que, bien aprovechado, el 2006 puede ser un año
propicio para concertar una agenda de largo plazo, que permita avanzar
en un necesario salto cuantitativo y cualitativo en las relaciones económicas
internacionales de la Argentina.
Al respecto, los siguientes parecen ser factores que pueden contribuir
a la construcción de una visión común de nuestra
sociedad, sobre su inserción competitiva en un mundo marcado por
una intensa e implacable dinámica de cambio. Son factores que deberían
permitir ser cautelosamente optimistas sobre el horizonte futuro.
El principal factor es que el país -y no sólo su economía-
ha comenzado a superar las peores secuelas de la traumática experiencia
de la debacle del 2001 y comienzos del 2002. Puede afirmarse entonces
que estarían dadas condiciones internas mínimas para construir
hacia delante y tornar así sustentable la tendencia al crecimiento
económico. Esto es, lograr que quienes tienen que tomar decisiones
de inversión productiva tengan confianza en el futuro económico
de la Argentina. Por lo demás, puede suponerse que éste
será un año en el que las energías del país
no estarán concentradas en un proceso electoral. Las elecciones
presidenciales son recién hacia el final de 2007.
Otro factor es que el entorno económico internacional -si bien
con fuertes nubarrones y con tendencias a la volatilidad, donde lo imprevisto
puede aparecer en cualquier momento - permite también ser relativamente
optimistas con respecto al comercio exterior argentino. Si bien se prevé
menor crecimiento del comercio mundial, las expectativas siguen siendo
favorables en cuanto al precio de productos básicos y al papel
motor que desempeñan las economías asiáticas y, en
particular, la de China.
Y un tercer factor importante, es que parece existir ahora una percepción
más clara sobre las condiciones que se requieren para generar un
cuadro de inserción externa, que sea favorable al crecimiento de
la economía argentina y que sea sostenible en el largo plazo. Entre
otras, se pueden destacar tres condiciones relevantes. La primera es la
de convencer a los inversores -propios y externos- que el país
puede ofrecer un marco de seguridad jurídica y, a la vez, perspectivas
de crecimiento económico sostenido. La segunda es la de lograr
mantener un fuerte ritmo de aumento y diversificación de las exportaciones,
que permita continuar expandiendo las importaciones, especialmente de
aquellos bienes de capital e insumos necesarios para ampliar y modernizar
la capacidad productiva. En tal sentido, es positivo el renovado esfuerzo
que procura efectuar la Cancillería argentina en la promoción
comercial externa (ver al respecto, la información sobre las 260
misiones que están programadas para este año, incluyendo
las que se realizarán con instituciones empresarias y las de la
Fundación Export-ar, diario Clarín, edición del miércoles
11 de enero de 2006, página 14). Y la tercera condición
es - como resultante de las dos anteriores -, la de generar un cuadro
propicio para la creación de empleo productivo y para aspirar a
mejor satisfacer las expectativas de bienestar de la sociedad, en todos
sus sectores y, en particular, los de menores ingresos.
Parece ser entonces el 2006 un año en el que, en su relación
con el mundo, un objetivo prioritario del país debería consistir
en dar pasos firmes en una dirección ambiciosa: esto es, alcanzar
un objetivo 2015, que sería el de una Argentina que haya dejado
atrás un largo período de comportamientos económicos
erráticos y de marcada frustración de sus ciudadanos (ver
al respecto, el análisis efectuado en este Newsletter en enero
2005).
Las condiciones necesarias para poder concretar un salto cuantitativo
y cualitativo sostenible en la inserción económica externa
del país son conocidas: por un lado, la estabilidad a nivel macro
-no sólo económica - y la transformación a nivel
micro -en todos los planos, estos es, el de los comportamientos de empresas
e individuos, y el de la incorporación sistemática del progreso
técnico -junto a una obsesión por su compañero de
ruta inevitable en la modernidad, que es la calidad-, y por el otro, un
correcto diagnóstico de los márgenes de acción que
el país tiene en el mundo y en la región.
En este último plano, parece razonable abandonar una propensión
histórica a lecturas voluntaristas sobre nuestro lugar en mundo.
Como hemos señalado en otras oportunidades, una aproximación
realista a objetivos ambiciosos y sostenibles en la inserción externa
de la economía argentina, implica tener presentes algunos rasgos
que hoy la caracterizan.
Un primer rasgo a retener es el de la diversificación del comercio
exterior del país - como también el del origen de los flujos
de inversión directa externa y los de tecnologías -. La
Argentina es un "global trader", ya que por su destino y origen
los flujos comerciales se distribuyen en forma relativamente proporcional
entre distintas regiones del mundo.
Otro rasgo relevante, es que el país es predominantemente un tomador
y no un formado de reglas de juego de la competencia económica
global - es decir, que no es un "global placer" -. Ello se manifiesta
especialmente, en su baja participación en el intercambio global
-del orden del 0.4% del total en el caso de los bienes -. Sólo
pocos productos de origen local son relevantes en el comercio mundial
global - ejemplos conocidos son los del complejo oleaginoso, los tubos
de acero y los limones, sin perjuicio de otros que incluso en el pasado
fueron muy relevantes, como la carne bovina.
Y un tercer rasgo, es que el país se destaca más como consumidor
que como generador de progreso técnico: importa tecnologías
y exporta pocos bienes con valor agregado intelectual. Por muchas décadas
no se ha hecho el suficiente esfuerzo científico y tecnológico,
como para aspirar a ser percibido como foco relevante en la modernización
tecnológica mundial, salvo contadas excepciones. No hubo en la
segunda mitad del siglo pasado, ningún equivalente funcional a
lo que significó, por ejemplo, Sarmiento y su aporte a la educación
pública concebida como factor de movilización y de cohesión
de una sociedad emergente nutrida de fuertes corrientes de inmigración.
En la inserción económica externa de la Argentina, los
objetivos estratégicos parecen ser ahora claros. Por un lado, preservar
y en lo posible acentuar la diversificación de regiones y países
con los que se interactúa en el comercio y en las inversiones.
Por el otro, acrecentar la relevancia del país en los mercados
mundiales con el aporte de bienes y de servicios valorados por su calidad
- es decir, con fuerte valor percibido - y, por ende, aumentar su capacidad
para incidir en la formación de reglas de juego de la competencia
económica global - enhebrando coaliciones y alianzas comerciales
estables con otras naciones e incentivando la internacionalización
de sus empresas, incluso a través de su inserción en redes
productivas transnacionales -.
Sin perjuicio que, por definición, tal estrategia implica no
descuidar ningún país por pequeño que sea -incluso
en estos casos, su ABC1 puede ser un objetivo, por ejemplo y entre otros,
para productos alimenticios diferenciados de origen argentino-, parecería
recomendable concentrar los esfuerzos en tres frentes externos prioritarios.
El primero es el de los países del denominado Grupo de los 20.
Si bien es un grupo centrado hasta ahora en cuestiones financieras - en
la actualidad lo integran Ministros de Finanzas y Presidentes de Bancos
Centrales -, los países que lo componen representan lo esencial
del producto bruto, de la población y del comercio mundial. De
ahí la propuesta de Fred Bergsten y de Jan Boyer en el sentido
que los Estados Unidos deberían tornar al grupo en eje prioritario
de su diplomacia económica internacional (ver al respecto, Fred
Bergsten, "The United States and the World Economy: Foreign Economic
Policy for the Next Decade", Institute for Internacional Economics,
Washington 2005). Incluso es un grupo que - de ampliarse sus objetivos
conforme a la propuesta Bergsten - podría desempeñar un
papel clave en el caso que, según sea la evolución futura
de la Rueda Doha, se confronte en algún momento la necesidad de
concebir nuevos mecanismos de articulación de consensos en la producción
de las reglas que rigen el comercio internacional. Lo integran los países
del denominado G8 -Estados Unidos, Unión Europea, Japón,
Canadá, Francia, Gran Bretaña, Italia Canadá y Rusia
- y otros once países que son Argentina, Australia, Brasil, China,
India, México, Arabia Saudita, Sudáfrica, Corea del Sur,
Turquía e Indonesia. Hay por cierto otros países relevantes,
pero en este grupo además se encuentran los que integran las coaliciones
dominantes en las negociaciones financieras y comerciales internacionales,
entre ellas, el otro G.20 de fuerte incidencia en los intentos por desatar
los nudos agrícolas de la actual Rueda Doha.
El segundo frente externo es el de los países del "triángulo
atlántico", esto es, el conformado por las interacciones entre
los Estados Unidos y Canadá, la Unión Europea y los del
sur americano -en especial, la Argentina, Brasil y Chile, el tradicional
ABC -. A través de la historia es el espacio que más incidencia
ha tenido en el desarrollo de la Argentina y sus naciones vecinas. En
la perspectiva argentina, es el ámbito dominante en sus flujos
de comercio, tecnología e inversión directa extranjera.
Los países que lo integran tienen además, una voz determinante
en la evolución de las negociaciones agrícolas en la Organización
Mundial del Comercio.
Finalmente, el tercero es el del Mercosur y del espacio sudamericano.
Es central en la perspectiva del comercio de productos manufacturados
y de servicios de la Argentina, pero sobre todo lo es en relación
a cuestiones vinculadas con la energía, el desarrollo de la infraestructura
física y la seguridad. Son dos espacios superpuestos, con infinidad
de vasos comunicantes, que requieren de aproximaciones de geometría
variable y de múltiples velocidades. Ambos tienen identidad y agenda
propia. Pero ambos comparten también los elementos de identidad
y las cuestiones relevantes de sus respectivas agendas. No tiene sentido
concebirlos como opciones excluyentes.
En una perspectiva argentina, los tres frentes mencionados tienen algo
en común: la presencia del Brasil. El enfoque sugerido permite
colocar la alianza entre la Argentina y el Brasil, en una perspectiva
más compleja que la que suele predominar. Es precisamente la común
pertenencia a esos tres frentes de acción externa, la que otorga
toda su importancia a la idea estratégica del trabajo conjunto
entre las dos naciones. El objetivo fundamental tiene que ser el potenciar
la capacidad recíproca de participar activamente en el escenario
global -competencia económica y negociaciones comerciales internacionales-
y en el escenario regional -seguridad y estabilidad democrática-.
Elementos centrales de esta alianza estratégica binacional son:
una efectiva y significativa preferencia económica en materia de
bienes, servicios, compras gubernamentales e inversiones; reglas de juego
y disciplinas colectivas que se cumplan, y una visión compartida
de desafíos que se plantean en los múltiples espacios globales
y regionales. Compartida no significa idéntica. Significa sí
una cierta lealtad mutua.
En función de estos frentes prioritarios y de otros también
relevantes, surgen algunas prioridades para la tarea de concertar en el
2006 una estrategia de inserción externa de la Argentina.
Una primera prioridad, es la de profundizar un amplio consenso democrático
en torno a una agenda nacional de estabilidad macro y de transformación
micro -en ambos casos, en todos planos y dimensiones- y en torno a cómo
mejor organizarse - tanto en el plano gubernamental como en el empresario
- a fin de proyectarse con comportamientos comerciales ofensivos en el
mayor número de países posible y, en particular, en los
que se encuentran en los tres ejes de inserción económica
externa antes mencionados. Al respecto cabe tener en cuenta que los casos
exitosos de países que cambiaron profundamente su inserción
en la economía mundial en las últimas décadas - y
China es el último y más relevante ejemplo - lo han hecho
generando una sinergia intensa entre la acción gubernamental, la
empresaria y la del complejo académico-científico y tecnológico.
Es decir, lo han hecho que como la resultante de una acción social
concertada en todos los planos y no sólo de esfuerzos aislados
y desarticulados.
Otra prioridad es la de contribuir activamente a que la Rueda Doha culmine
al menos en un escenario de éxito intermedio, esto es, quizás
bastante menos que un escenario de máxima -por ejemplo en materia
de subsidios agrícolas-, pero mucho más que uno de fracaso
-que podría arrastrar consigo al propio sistema de la OMC-. Este
primer cuatrimestre del año será crucial a fin de que en
la Ministerial de abril próximo en Ginebra, puedan definirse las
posibilidades de concluir en plazos razonables con las actuales negociaciones
(ver al respecto este Newsletter del mes de diciembre 2005).
Y una tercera es la de sincerar la relación con el Brasil y la
construcción del Mercosur, colocando su necesario rediseño
en función de un horizonte de futuro, a fin de capitalizar lo ya
logrado y de fortalecer los rasgos esenciales de la alianza estratégica
antes mencionados.
El hecho que la Argentina ejerce este primer semestre del año
la Presidencia pro-tempore del Mercosur, brinda una oportunidad para impulsar
iniciativas que permitan consolidar y profundizar los acuerdos enhebrados
en la última Cumbre de Montevideo.
Además, en ejercicio de tal Presidencia, el país podrá
desempeñar un papel importante en el proceso de preparación
y en el desarrollo de la próxima Cumbre Unión Europea-América
Latina y el Caribe, a realizarse en Viena los días 11 y 12 de mayo
próximo, esto es pocos días después que se hubiera
realizado la reunión antes mencionada de la OMC en Ginebra.
Será ésta, además, una ocasión para abrir
una nueva etapa en la relación birregional con la Unión
Europea, incluyendo la concreción del postergado acuerdo de asociación
estratégica con el Mercosur y la definición del protagonismo
conjunto en la última etapa de la Rueda Doha o, en el peor de los
casos, en la apreciación sobre cursos de acción alternativos
ante un eventual fracaso de la reunión de abril en Ginebra.
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